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Las lolitas en la literatura: una alucinación colectiva

Las lolitas en la literatura: una alucinación colectiva

“Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta”

En los libros se puede consultar como un término más. El diccionario Merriam-Webster explica que es una “hermosa y seductora joven”, su historia puede ser percibida como una redada de amor, una confesión autobiográfica, el producto de una mente retorcida o todas las anteriores, pero cuando Nabokov sirvió en un mismo plato a una niña de 11 años, un hombre de 38 y un concubinato ilegal -por decir algo- le puso nombre a una alucinación colectiva, fetiche, sueño, naturaleza, entretenimiento, etc.

El creador de Lolita fue un profesor nacido un 22 de abril de 1899 que enseñaba literatura en Estados Unidos, y por más de seis décadas esa creación ha ocupado un curioso legado cultural que se regenera con cineastas como Kubrick y cantantes como Lana Del Rey en un arquetipo de tres sílabas escrito por un ruso lepidóptero –o amante de las mariposas para ponerlo más sencillo.

Vladimir Nabokov y Lolita son signos inseparables de la literatura, no es ni de lejos su única novela, antes había publicado algunos libros sin mucho éxito: King, Queen, Knave, Laughter in the Dark o Despair son algunos de los títulos que arrojan su interés por marcar el erotismo en sus textos.

 

«Lolita es un retrato ácido y cabal de los Estados Unidos, de su cultura elástica y una censura oportuna para cada ocasión»

 

El inmigrante ruso que llegó a Estados Unidos a los 40 años e irónicamente escribió uno de las grandes novelas americanas, dejó de lado las disputas generacionales de Emily Bronte y el romanticismo de época de Jane Austen para lanzar su “bomba del tiempo”, como llamó a la novela cuando comenzó a enviar el manuscrito a las editoriales. Su rechazo reiterado lo llevó a una editorial francesa -las estadounidenses temían ir a la cárcel de solo considerarla- y fue gracias a Olympia Press que el verde oliva del primer volumen de Lolita creó un personaje literario que ha calado en la cultura del siglo XX como pocos desde El Gran Gatsby de Fitzgerald.

La de Nabokov es la historia de un hombre obsesionado con la temporalidad efímera de la edad y la juventud. El deseo hacia una adolescente que eventualmente dejaría de ser lolita para convertirse en Dolores, un recuerdo etéreo que en el libro representa las confesiones de Humbert Humbert y todo lo que puede salir mal cuando la edad sí importa. Lolita también es un retrato ácido y cabal de los Estados Unidos, de su cultura elástica y una censura oportuna para cada ocasión.

El estereotipo ha evolucionado entre modas, libros, cine, arte, música y personalidades públicas, pero la original, la de labios escarlata y piernas infinitas fue su transgresión personal. Poe la llamaba Virginia y para Dante su nombre era Beatriz, pero obviando el evidente factor pedófilo que Nabokov introdujo en la trama sin cortinas de humo, en la literatura ha habido y habrán muchas lolitas -unas menos explícitas que otras-, sin embargo, esa característica incorpórea de ninfa en la que Humbert Humbert se excusa para fantasear con su hijastra tiene matices similares en las manos de Lewis Carroll o Mario Vargas Llosa.

Estos son algunos de los escritores que han revivido ese sentimiento o remordimiento en relatos tan diversos como sus plumas.

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Portada de «Bestias» de Joyce Carol Oates | Imagen: Goodreads

Las Bestias de Joyce Carol Oates

Son los años 70 en el sureste de Massachusetts -Nueva Inglaterra- y en un “College” de mujeres un puñado de veinteañeras privilegiadas estudia artes y literatura mientras intentan descifrar su lugar en el mundo fuera de la burbuja familiar; es algo así como La Sonrisa de la Mona Lisa pero mucho más siniestro. Gillian Brauer es una estudiante que se involucra con su profesor de literatura, André Harrow, en lo que luego se convierte en una obsesión que lleva a caminos resbaladizos. En Bestias se renueva ese pasaje entre edades demasiado distantes y el fanatismo entre dos personas devotas a la vaguedad de la juventud.

Lo que parece una simple atracción adolescente se convierta en una angustiosa situación de dependencia, donde el sexo y el arte se adhieren para hacer que Gillian se aparte de un camino que ya no le pertenece. El sentimiento de que solo una persona puede calmar la tormenta se asemeja al de Humbert Humbert en Lolita, y de nuevo se cuestionan los límites de ese amor etéreo que las palabras dibujan con más gracia que los actos. Y así en menos de 200 páginas Oates –escritora norteamericana- relata con frases sísmicas que no son más largas que el aliento que se precisa para pronunciarlas -como diría el escritor italiano Errin De Luca-, una historia de horror, obsesión, lujuria y pasión en donde la premisa es una: “Somos bestias, ese es nuestro consuelo”.

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Alice Addell disfrazada de mendiga | Fotografía de Charles Dodgson, nombre real de Lewis Carroll (1858)

Alice y Carroll en un país no tan maravilloso

Así como Lolita el de Alicia es un nombre difícil de olvidar, su cabellera amarilla, sus medias de colegiala, su vestido azul. El libro explora una fascinación inquietante con la juventud en un arquetipo que Disney obviamente no sostiene en sus dibujos, pero esa ligera obsesión de Carroll con fotografiar niños y la publicación de la historia de Alicia en el País de las Maravillas no son pura casualidad. Varios historiadores lo han señalado de pedófilo, especialmente por aquello de fotografiar a menores de edad, aunque las pruebas no son claras. Carroll escribía odas hacia un estereotipo muy parecido a Alice Liddell. Liddell fue la hija de una familia acomodada que el escritor conoció en 1856 y a quien supuestamente le pidió matrimonio cuando esta tenía tan solo trece años.

Aunque la prensa francesa a principios de los 70 popularizó el término “lolita” para definir a aquellas jóvenes rubias y delicadas que despertaban “malos pensamientos”, la Lolita original sólo resultaba maravillosa a los ojos del protagonista, así como Alicia ante la pluma y el lente de Lewis.

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Portada de Travesuras de una niña mala de Mario Vargas Llosa | Imagen: Alfaguara

La “niña mala” de Vargas Llosa

Otro fanático confesado de Lolita, Vargas Llosa, conocido por contraer matrimonio con dos familiares directas escribe en Travesuras de la Niña Mala una turbulenta historia de amor y obsesión por un amor adolescente con muchas caras y continentes.

El factor Lolita aquí sigue siendo el de la niña mala, una mujer idealizada desde la juventud que a pesar de las décadas se le revela a un hombre con los mismos ojos de cuando era niño. Aquí el punto de la edad no juega un papel relevante, y las cuestiones morales y éticas sobre escenas que podrían haber escandalizado demasiado en un pasado no tenían tanto mérito en el momento de su publicación; sin embargo, Lolita sigue ahí cuando esa pureza impuesta por el protagonista es contaminada inevitablemente por agentes externos que este no puede controlar.

Entre encuentros y desencuentros esta se vuelve cada vez más clara en su papel de ninfa inalcanzable. A pesar de que Llosa sí expone los cambios de la edad y la vejez, su juego es ante ese amor impreciso que a pesar de sus numerosas caras tiene un estereotipo matemático: el de la “niña mala”.

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Portada del libro de Almudena Grandes, Las Edades de Lulú | Imagen: La Casa del Libro

La edad circunstancial de Lulú

Este libro de la española Almudena Grandes despierta opiniones tan contrarias como las que en su momento escandalizaron a los críticos de Lolita, demostrando que el sexo en la literatura sigue siendo motivo incómodo para algunos. Es calificada como una novela erótica, y si bien el texto peca de excesos en las descripciones y situaciones sexuales, el factor a resaltar aquí es el arquetipo de la protagonista: una adolescente de 15 años que se inicia con un amigo de su hermano mayor y a raíz de esta experiencia alimenta el fantasma de aquél hombre como Humbert Humbert alimentaba el de Lolita.

Lulú juega el papel de la niña eterna y hermosa, con una juventud que nunca se acaba y que se esconde en las obsesiones adolescentes para sobrevivir en el mundo exterior.

Ético o no el mito de Lolita  expresa una verdad que articula lo injustificable en justificable, una ficción en donde la moral puede doblarse precisamente por su característica ilusoria. Desde entonces la literatura ha jugado demasiadas veces con el estereotipo de Lolita y su creador –Nabokov- sin lograr complemente ese factor en donde la empatía por una mente resbaladiza perdona todas las transgresiones de su confesor.

“Entre los límites temporales de los nueve y los catorce surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino de ninfas (o sea demoníaca): propongo llamar ‘nínfulas’ a esas criaturas escogidas”. Lolita. Vladimir Nabokov.

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