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Una nueva ética para sobrevivir a los idiotas

Una nueva ética para sobrevivir a los idiotas

Unsplash

En un momento en el que todos creemos estar rodeados de idiotas, el filósofo francés Maxime Rovere se aventura a reflexionar sobre la estupidez humana en ¿Qué hacemos con los idiotas? En un libro tan cercano como didáctico, el profesor explica cómo los idiotas anulan nuestra capacidad de raciocinio o cualquier empatía, por qué gobiernan, se multiplican y, al parecer, ganan siempre para, en última instancia, enseñarnos a escucharlos para no caer en sus redes.

 

Cuenta Maxime Rovere, doctor en filosofía y profesor en la Universidad Católica de Río de Janeiro, que su último libro, ¿Qué hacemos con los idiotas?, nació de la pura necesidad. “Por supuesto, siempre hay un idiota en nosotros listo para tomar el control en cualquier momento, pero siempre se encuentra con cómplices en el exterior. En mi caso, acepté compartir mi casa con un artista que la usaba como estudio. Su comportamiento fue tan insoportable que no podía escribir. Tenía que leer a Séneca por la noche para calmarme y, cuando la lectura ya no era suficiente, fue necesario escribir para pensar”, cuenta el autor francés a The Objective.

A la hora de reflexionar sobre los problemas diarios que nos plantean los idiotas, en su opinión, tan serios como los problemas más serios que los filósofos han tratado, parte de tres máximas: “Siempre somos el idiota de alguien”, “Las formas de idiotez son infinitas” y “El principal idiota está en nosotros mismos”. La cuestión es que, como desgrana en el libro, publicado por Paidós, cuando nos cruzamos con un idiota, este logra atraparnos, hacernos descender al barro con él, en resumidas cuentas, jugar a su juego. De modo que anulan nuestra capacidad de razonamiento y análisis hasta convertirnos, en palabras del autor, en peores personas.

“La idiotez es una trampa emocional y cognitiva en la que caemos al juzgarnos unos a otros, al hacer que otros tengan responsabilidades diseñadas según un modelo individualista. De hecho, cuando juzgas a alguien como un idiota, es una señal de que tú también te estás convirtiendo en uno. Porque inmediatamente renuncias a tus facultades de comprensión y empatía. En estas condiciones, existe una alta probabilidad de que tengas una actitud inapropiada y de que hagas o digas algo estúpido”, asegura el autor.

Una nueva ética para sobrevivir a los idiotas
Imagen vía Paidós.

Desde ese jefe insoportable que no te escucha a ese cuñado que te pone de los nervios en Nochebuena, pasando por tu pareja, tus amigos o ese desconocido que choca su coche contra el tuyo en el aparcamiento y, encima, te increpa, Rovere trufa su obra de multitud de ejemplos, metáforas e imágenes que facilitan, a la par que amenizan, la lectura. Como cuando insiste en que, por más que intentemos hacerles entender nuestra postura, de un lado, no lograremos explicarnos ni imponer nuestra visión del mundo y, del otro, no conseguiremos de nada de ellos. “Tú no eres el profesor de los idiotas. No cambies a las personas, cambia las situaciones”, es una de las máximas que regala entre sus páginas. Y una de las conclusiones centrales de la obra: la idiotez es el resultado de una interacción. Porque nadie nace idiota. Pero las situaciones en las que nos cruzamos con idiotas nunca van a cesar.

 

¿Por qué distingue entre el idiota y la idiotez, las personas y las interacciones?

Nuestra visión moralista de las acciones humanas presupone sujetos individuales autónomos dotados de cualidades y defectos. Esta representación, que parece simple y obvia, es irracional. La idiotez no es el atributo de una persona, es solo un juicio que una persona hace sobre otra. ¿Por qué? ¿Con qué criterios? ¿Podemos demostrarlos? Al tomar en serio estas preguntas, descubrimos que la idiotez caracteriza la relación entre los individuos, y que es un fenómeno que debe describirse en sus intercambios verbales, actitudes, acciones, en resumen, todas sus interacciones.

¿Es por eso que prefiere no tipificar a los idiotas, como otros autores hacen?

Todas las situaciones en las que identificamos a un idiota revelan una debilidad emocional e intelectual en la que se juzga. Una vez que comprendamos este efecto espejo, ya no es necesario clasificar a los idiotas: todos aparecen como revelaciones de nuestros propios defectos y podemos tratarlos de una manera irreflexiva (como si el problema estuviera solo en mí) o circular (el idiota y yo somos parte de los elementos de una situación en la que podemos ayudar a cambiar).

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Maxime Rovere | Foto cedida por la editorial.

El caso es que todos parecemos convencidos de que cada día hay más idiotas. De que los imbéciles triunfan hasta el punto de ser quienes nos gobiernan. De que gracias a internet y las redes sociales tienen acceso a un altavoz desde el que pueden no solo expresarse, sino arengarse y reproducirse. “Internet y las redes sociales no deben verse como causas unilaterales de idiotez”, responde a este respecto Rovere. “La disponibilidad de información en la web nos da los medios para ser menos estúpidos. Y las redes sociales proporcionan plataformas donde las personas pueden expresar sus emociones, lo que para mí no es problemático en sí mismo. Lo que es molesto es la retroalimentación. Cuando tu vecino vomita en un autobús, también te entran ganas de vomitar. En internet, es lo mismo: tu purga de ira, en lugar de aliviarla, lleva a otros a una espiral en la que tú mismo quedas atrapado, porque tu ira no se desahoga, no se procesa, no está tratada como los desechos en una fábrica. Por ello es esencial reconocer estas emociones negativas –nos guste o no, todos pensamos que hay idiotas– y aprender a lidiar mejor con ellas”, afirma en este sentido.

Centrando el tiro en una cuestión actual, los gobernantes que, por citar una sola barbaridad, niegan el coronavirus, son un reflejo, en opinión de Rovere, del estado de nuestras sociedades. “Hombres como Donald Trump y Jair Bolsonaro llegan al poder naturalmente cuando las instituciones educativas han sido descuidadas durante una o más generaciones. Pero uno de los capítulos del libro ataca la idea de que es injusto y anormal para las personas incompetentes gobernar sobre los demás. Desafortunadamente, esta es una necesidad vinculada a una cuestión de probabilidades. Cuanto más bajo es el nivel de organización, más estúpido es el líder. Por eso, durante la Revolución Francesa, Condorcet advirtió que una democracia sin un sistema educativo para todos sería peligrosa para las propias poblaciones”, afirma el filósofo.

Entonces, ¿los idiotas son una amenaza para la democracia y la vida?

No, por el contrario, la democracia se hace para que los idiotas puedan expresar sus emociones y opiniones libremente, evitando que se conviertan en delincuentes. Fue diseñada para ellos. Debido al sistema electoral y al problema educativo, ahora también son ellos los que la implementan. Este pensamiento no debería hacernos pesimistas, sino benevolentes. Los idiotas parecen ser anomalías, pero un buen sistema político no tiene que imponer sus estándares; por el contrario, debe regular los conflictos entre las normas de unos y los otros. Un ecosistema no funciona de manera diferente.

Entiendo que por eso afirma que cada uno debe defender su propio concepto de humanidad, no esperar que sea el idiota quien lo haga. Pero, ¿cómo sobreponerse a esa superioridad moral que nos empuja a sermonear a los idiotas intentando convencerlos, cómo hacer la paz, como dice en el libro, y dejar que los idiotas hagan la guerra?

Una de las conductas que generan y exacerban los conflictos se refiere a la iniciativa de paz: ¿quién debe dar el primer paso? ¿Quién tiene que disculparse? Y aún más profundamente: ¿de quién es la culpa? Al culpar a otros por los conflictos, nos negamos a buscar apaciguamiento. Es una actitud de idiotez profunda que consiste en imponer nuestra imaginación moral a nuestro alrededor. Hagamos lo contrario: tomemos la iniciativa de apaciguamiento sin demora, porque el valor moral adquiere su significado precisamente cuando supera obstáculos, incluso cuando es más fácil rendirse a las emociones y conflictos.

¿Cuál es, entonces la receta para soportar a los idiotas?

La receta es que no hay receta. Los idiotas aparecen naturalmente en nuestras interacciones como desafíos que están destinados personalmente a cada uno de nosotros; debemos hacer todo lo posible para escucharlos atentamente; aparecen porque tenemos algo que aprender de ellos. A veces tienes que aprender a luchar; a veces a manipular; a veces a huir; pero, en cualquier caso, la mayor dificultad es hacerlo con corazón, sin odio, sin ira. ¡Es aún más difícil ya que los idiotas mismos no nos dejan solos!

Al final, ¿su libro es una guía para la vida y la paz espiritual, una nueva ética para tratar con la estupidez?

Sí, la filosofía interaccional define una nueva forma de ética. Evita alabar el espíritu positivo y la alegría de vivir (estas evidencias son ineficaces cuando tienes dificultades reales), pero tampoco se contenta con enfatizar el prestigio de la libertad o la sed de justicia (causas nobles que se sirven mejor si no confías en sus frustraciones). Por lo tanto, es un camino de vida que destruye las barreras entre la ética, la política y la espiritualidad.

Siendo así, ¿estas reflexiones pueden ayudarnos a enfrentar a todo tipo de idiotas, machistas, racistas, homófobos, clasistas o fascistas incluidos?

Debemos entender que cualquier cosa que nos lastime revela infracciones que ya existen en nuestra constitución individual. Todas las formas de agresión pueden ser reinterpretadas como formas en las que los agresores se hagan daño a sí mismos. Sobre estas bases, se hace posible luchar contra ellos, sin aceptar de ellos la necesidad de la ira. Combatir a los fascistas sin ser odiosos es la única forma de transformar, en la medida de lo posible, a los adversarios en aliados y a los enemigos en humanos como nosotros.

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