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Alejandro Zambra: «Mis personajes se parecen a los de Bolaño, pero como se parecen los padres con sus hijos o con los hijos de sus hijos»

Conversamos con Alejandro Zambra por su novela ‘Poeta chileno’, «un canto de amor a la poesía» editado por Anagrama

Alejandro Zambra: «Mis personajes se parecen a los de Bolaño, pero como se parecen los padres con sus hijos o con los hijos de sus hijos»

Paz Errazuriz | Cedida por la editorial

Con la publicación de Bonsai, en 2006, el debut literario del escritor chileno Alejandro Zambra, se produjo un pequeño terremoto literario en el ámbito hispanoamericano. A este primer seísmo le siguieron las nouvelles La vida privada de los árboles (2007), y Formas de volver a casa (2011), el libro de relatos Mis documentos (2017), así como el volumen de críticas literarias No leer (2018) y el conjunto híbrido Tema libre (2019), todos ellos publicados en España por la editorial Anagrama. Además, ha publicado Zambra el experimento literario Facsímil (Sexto Piso, 2015), basado en las pruebas de acceso a la universidad, y los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003).

Sirva este repaso por sobre su trayectoria editorial para adelantar que en su última novela, Poeta chileno (Anagrama, 2020), Alejandro Zambra se sirve de todas sus anteriores y diferentes facetas como escritor para dar forma a una de las novelas más importantes de este año 2020.

La figura del padrastro

Siguiendo la estela de sus primeras publicaciones de ficción (no solo en cuanto a temas sino también en cuanto a extensión), en Poeta chileno, Alejandro Zambra crea dos ficciones paralelas que en un determinado momento se ven obligadas a colisionar, unidas, a su vez, por una transición novelesca, pero con afán sociológico y periodístico, que se inserta en el medio de la novela. Dos nouvelles que necesariamente se interpelan. Porque, de un lado, está la historia de amor y taciturna felicidad del joven aspirante a poeta, Gonzalo, con Carla, quien tiene un hijo de otro hombre, Vicente. Y, de otro lado, está la historia del reencuentro, varios años después (estando ya Vicente en la adolescencia) de Gonzalo y Vicente. Respecto a la forma de construcción de la novela, segregada en dos nouvelles, nos dice Zambra, desde su casa en México DF, ciudad en la que reside desde hace varios años, que fue “desconociendo a los personajes, para conocerlos de nuevo. Partí con lo puesto, porque he vivido más o menos en el mismo mundo que ellos habitan, pero en el camino ellos fueron cambiando o fallando, o yo quise que fallaran, algo así”.

En la primera nouvelle se exploran las relaciones de padrastría, entendidas como la forma en la que se crean y asientan los vínculos entre un padre y un hijo que no comparten el componente biológico. Es importante aquí la exploración que se realiza con el lenguaje que define estas relaciones y las obligaciones que comporta (y que tanto el padrastro como el hijo han de negociar). En la segunda parte, cuando se produce el reencuentro, después de que la pareja se separe y habiendo pasado largos años en los que ambos no han tenido contacto (Gonzalo le escribe unos cuantos emails a Vicente, pero éste, asesorado por su madre, decide no responderle nunca), ambos tratan de reconstruir el vínculo, enfrentando la relación como un misterio absoluto, “como se enfrenta lo más doloroso y hermoso de la vida, ni más ni menos. Sin ideas previas. Redefiniéndolo todo. Con valentía verdadera”, confiesa Zambra. Porque de lo que ambos se dan cuenta es de que, si hay algo que caracteriza a las relaciones de padrastría, tal como se nos muestra en Poeta chileno, es que se trata de un acto voluntarioso y escogido; no es una imposición desde afuera sino que viene desde adentro. Es una convicción profunda; una forma de estar en el mundo. Una responsabilidad no exigida por el deber legal sino por el compromiso de los sentimientos. Sobre esta relación de padrastría, pone énfasis Zambra en el hecho de que debe guiarla “una reflexión que permita no poner en duda el vínculo. Una puesta en duda cotidiana, tal vez. Acompañar en los hijos un pensamiento verdadero sobre el vínculo. Hacer que la ilegitimidad funciones a favor. Y, como siempre, combatirse”. Recuerda el escritor chileno una frase de Pessoa, que le gusta mucho, del Libro del desasosiego: “Combatir es renunciar a combatirse”.

Alejandro Zambra: “Mis personajes son muy distintos a los de Bolaño, naturalmente. Se parecen, pero como se parecen los abuelos con sus hijos o con los hijos de sus hijos.”
Imagen vía Editorial Anagrama.

El tema de la poesía y el mito del poeta nacional

La poesía es muy importante en este libro. En primer lugar, porque es el motor de vida primero de Gonzalo y más tarde de su hijastro, Vicente. Es importante porque, de alguna forma, es una suerte de herencia “bastarda” que Gonzalo le lega a Vicente y que sirve, finalmente, para que ambos, al reencontrarse, hallen en ella una base sólida de apoyo sobre la que recalibrar su relación. En este sentido, Poeta chileno es una novela sobre la fe: la fe en la felicidad, en que todo irá bien, en la poesía, la familia y el amor. La gracia del asunto es que se trata de una fe conjurada en tiempo presente. Y esto es lo que le da a la novela una vivacidad pasmosa. A ello contribuye el narrador de la novela, una suerte de falso omnisciente que se mantiene en segundo plano, pero que, en los momentos decisivos, participa de la narración siempre en un tono lúdico y simpático. Su presencia, de hecho, sirve tanto para hilvanar las dos nouvelles como para cancelar su continuidad, dejándolas suspendidas en un limbo esperanzador, pero congelado en el tiempo. Sobre este narrador, nos dice Zambra que él mismo tiende a los desplazamientos al hablar, y que eso se traslada a la escritura. Que en un principio este narrador era mucho más intrusivo, pero que fue obligándole a retroceder, eso sí, sin negarle importancia a sus intromisiones, ya que, nos confiesa: “Yo soy partidario de atender a las interferencias. De no disimular las interrupciones. Trabajar con ellas, más bien”. Y esa es la función del narrador: la de desdibujar las fronteras.

Decíamos que Poeta chileno cuenta con dos partes bien diferenciadas, que sirven de apertura y cierre de la historia, pero que se hilvanan gracias a una transición central. Se corresponde esta mudanza narrativa con la presencia de Pru, una norteamericana que viaja a Chile en aras de realizar un reportaje periodístico para una revista de su país sobre el estado de la poesía en el país. Y es ahí donde conoce casualmente a Vicente y éste le sirve de cicerone. En esta parte central Zambra nos presenta la comunidad poética joven chilena (de ficción, claro), en tanto que espacio de una relativa autenticidad mayor. “Son muy pocas las comunidades que no giran en torno al dinero. Eso se nos olvida, porque la prensa, en general, sólo consigue reportear el mundo artístico desde categorías exógenas. Y hasta nosotros mismos nos olvidamos de que alguna vez tomamos opciones heroicas”, añade el escritor chileno.

Sobre la idea de la comunidad poética en Chile, nos dice Zambra que su intención en la novela era la “de bosquejar comunidades posibles que funcionen autocríticamente”. Y se acuerda de los años noventa, cuando el sistema en Chile era impenetrable, ajeno “y tú querías pertenecer, pero a una tribu, a un grupo que jugara en otras canchas y discutiera otros problemas y así fue como surgieron esas comunidades [como la de que se da cuenta en Poeta chileno] con una mezcla de entusiasmo y derrota. Con un ánimo fervoroso, pero también beligerante y casi siempre excluyente”.

En Chile hay un amplio corpus narrativo sobre la poesía que ha sido un importante tema novelesco. “Estamos llenos de ficciones acerca de poetas y no es un fenómeno reciente, para nada. Y películas, bueno, hay un montón de películas también. En parte el problema de mis personajes es que han estado expuestos a la seducción de esas ficciones. Algunos se bovarizan un poco”, nos confiesa Zambra. Ahí es donde aplica la idea de poeta nacional, aquí evidenciado en la figura de Nicanor Parra, a quien varios de los personajes de la novela van a visitar (y, de alguna forma, rendir homenaje). La relación con la idea de ese mito del “poeta chileno”, en el personaje de Gonzalo, “más o menos equivale a la mía, sobre todo por su dimensión nacional”, nos confiesa Zambra. Y en el caso de Vicente, también se halla expuesto a esta representación del poeta nacional, pero ahora ya, en el tiempo presente, significando otra cosa muy diferente: “es más hashtag, menos serio, o igual de serio pero menos grave, más compatible con búsquedas reales”, matiza Zambra.

En última instancia, Poeta chileno acaba siendo un canto de amor a la poesía. “Tenía más o menos claro lo que había significado para mí, a los quince años, el hallazgo entusiasta y medio desesperado de una literatura deslumbrante como me parecía –y me parece– la poesía chilena”, confiesa Zambra, y ese entusiasmo se desparrama por toda la novela.

A vueltas con Bolaño

Se ha insistido mucho por parte de la crítica en la filiación bolañesca de Poeta chileno, pero como el propio autor dice: “Mis personajes son muy distintos a los de Bolaño, naturalmente. Se parecen, pero como se parecen los abuelos con sus hijos o con los hijos de sus hijos.” La fijación del periodismo cultural proviene de un pasaje de la novela en el que Pru, la periodista norteamericana, dice, refiriéndose a los poetas chilenos con los que comienza a trabar conocimiento: “Ustedes son como personajes de Bolaño”. Sin embargo, hay en Poeta chileno menos romanticismo que camaradería y más tristeza que desesperación. Los personajes de Bolaño son locos salvajes que ansían atragantarse con la pulsión de la vida, en tanto que los poetas zambrianos son más bien oportunistas, algo estúpidos e inesperadamente violentos, pero con un sólido sentido de la comunidad y de la autenticidad con su vínculo poético y su fe en los versos. Son perros callejeros, sí, pero que escriben poesía, aunque sea a veces sosa, aburrida, solemne o cursi. Pero escriben. Poesía. No como los detectives salvajes bolañianos, más dados a realizar investigaciones sobre la vida (y la muerte).

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