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Cultura

El arte del silencio: poesía en lengua de signos

El profesor y poeta Miguel Ángel Sampedro mantiene que «mi objetivo es difundir que la poesía en lengua de signos es muy especial, que se puede crear y que es un empoderamiento para la persona sorda. Busca, sobre todo, dar visibilidad para que las personas sordas del mundo puedan ser valientes, para que los oyentes respeten esa forma artística y que también la valoren»

Y fue a esa edad… llegó la poesía

[una mano se alza con ligereza y los

dedos se contraen en un gesto de invitación]

a buscarme. No sé, no sé de dónde 

[un dedo se eleva del resto y se agita de      

lado a lado con brío]

salió. De invierno o río

[las dos palmas, paralelas, simulan sobre el 

aire la corriente cambiante del agua].

No sé cómo ni cuándo,

no, no eran voces, no eran

palabras, ni silencio…

Al traducir este extracto de uno de los poemas de Pablo Neruda a lengua de signos, el sentido del concepto «poesía» se transforma. Ya no son solo palabras y emociones, son expresiones y cantos sobre el aire, es el arte de gritar sobre el espacio únicamente con las manos. Las palabras escritas dejan de tener sentido y una nueva concepción del cuerpo aparece. Pero, más allá, esos versos poseen ahora la personalidad de quien los interpreta, el alma que se manifiesta a través de sus gestos y expresiones.

Miguel Ángel Sampedro es una de esas almas capaces de acercar el arte a la comunidad sorda, de embellecer el mundo a través de sus manos. Ejerciendo como profesor de lengua castellana y literatura en un instituto de Las Palmas de Gran Canaria, es sordo de nacimiento y escribe poesía desde los 15 años. «Mi objetivo es difundir que la poesía en lengua de signos es muy especial, que se puede crear y que es un empoderamiento para las personas sordas. Busca, sobre todo, dar visibilidad para que las personas sordas del mundo puedan ser valientes, para que los oyentes respeten esa forma artística y que también la valoren», expresa a The Objective a través de una intérprete. 

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Foto cedida por Miguel Ángel Sampedro

Enamorado de El Principito desde pequeño y con una labia que se puede percibir desde lejos, Sampedro vive con pasión la poesía y deja claro que es un juego gestual, una «fusión de signos para hacer la rima y la armonía». El movimiento se convierte en el ritmo del poema y los recursos lingüísticos toman un sentido diferente, en una cadenciosa danza insonora. De este modo, prima el contenido de lo que se cuenta, la esencia pura de los versos y no tan solo una reproducción de la palabra misma como sucede en ocasiones en la forma oral. Él asegura que, al transmitir la voz poética a los signos, siente como si le «embrujara el corazón y la vista a la vez», generando un sentimiento más profundo que si se percibiera por los oídos. 

Por ejemplo, «el grito en lengua de signos no existe como tal, porque es silencioso. Sin embargo, sale de forma natural», defiende. Llevar un poema a lengua de signos constituye, en ocasiones, todo un reto incluso para los hablantes nativos. No obstante, otras veces supone una bendición, pues se puede llegar a expresar más allá de las fronteras escritas. Así ocurre cuando se funden dos o más signos que poseen una configuración parecida, dando como resultado un significado nuevo. Se trata de un recurso totalmente diferente y gracias a lo que se puede «crear algo parecido a la rima escrita». El poeta metaforiza que, mientras para muchos podría tratarse de un mero malabar de figuras literarias, realmente se trata de un velo de ideas a través del que expresarse, envolviéndolas no sólo con sus emociones, sino también con «su genialidad de la lengua de manera breve y muy intensa».

Él lleva años inmerso en el mundo del arte, pero reconoce que el ámbito artístico en su adolescencia «era un poco escaso» y la posibilidad de disfrutar de la poesía estaba supeditada al castellano escrito. Para los jóvenes cuya lengua materna es la signada, acceder a estas opciones resulta complicado al principio, especialmente para aquellos adultos que quizá no están tan sumergidos en la cultura de internet. 

Pero él no es el único, pues la joven vasca Ainhoa Ruiz de Angulo también encuentra en la poesía su refugio, «donde puedo transmitir todos mis sentimientos más profundos, tanto mi lado oscuro como mi lado claro». En consecuencia, y con una fuerza solo propia de quienes sienten el arte en cada poro de su cuerpo, asegura que esta práctica le convierte en «una persona libre».

«La cultura nos hace personas»

El acceso a la cultura ha sido casi invisible desde hace años y la oferta de proyectos ha sido mínima. En este sentido, Lidia Díaz-Cardiel, responsable de la cooperativa de iniciativa social SIGNAR, mantiene que la oferta de actividades todavía «se mueve mucho dentro del asociacionismo», estando siempre en manos de fundaciones de sordos, pero sin ir más allá, lo que supone «una barrera más». Así, tiene claro que «la cultura nos hace personas» y que, en definitiva, todo el mundo tiene derecho a integrarse en un ámbito artístico para expresarse. En la comunidad sorda, nacer con el arte dentro es una cosa, pero desarrollarlo a lo largo de tu vida, es otra muy distinta.

Sin embargo, como consecuencia del auge de internet e, irónicamente, gracias a la adaptación telemática que ha impulsado la pandemia, hay una cierta evolución. «Creo que con el online se está mejorando la accesibilidad. Las entidades que habían marginado a este público, ahora sí que han apostado por hacerlas accesibles», sostiene Díaz-Cardiel.

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Foto: Sincerely Media | Unsplash

Traspasando sus limitaciones, las personas sordas han sido capaces de ir más allá de la concepción tradicional del arte y, aunque la exteriorización de esta dimensión de sí mismos siempre ha estado ahí, es ahora cuando realmente comienza la etapa de experimentación. Aparecen entonces referentes internacionales en esta práctica como Clayton Valli o Dorothy Miles en la poesía; y compañías teatrales alternativas en España como El Grito.

Gracias a la existencia de referentes, cada vez más jóvenes se lanzan a desarrollar sus habilidades, como ha sido el caso de la mencionada Ruiz de Angulo, que ha dicho a The Objective que empezó a signar su poesía «gracias a Miguel Ángel, ya que aquí en España él era el primer poeta sordo al que conocí en persona y que me influyó».  Como ella, han sido muchos los signantes que se han sentido limitados a expresarse artísticamente al pensar que es algo complejo en lo que integrarse. La poeta visual se lamenta de que «algunas personas sordas todavía no se han dado cuenta de que pueden expresarse perfectamente a través del arte».

Una minoría minorizada

Pertenecientes a una minoría lingüística, los hablantes de lengua de signos se encuentran en un eterno limbo entre su propio idioma y la necesidad de adaptarse al castellano escrito. Pese a representar el 2,3% de la población española de acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística, están obligados por la comunidad hablante a comprender el lenguaje mayoritario y se han convertido en «una minoría minorizada», declara Miguel Ángel Sampedro, pues la lengua de signos «no está igual valorada». 

En consecuencia y, siendo arrojados a la difusa frontera entre la integración y la inclusión, la comunidad sorda vive interpretando un rol de extranjeros en su propio país. «Cuando una persona nace sorda, su lengua materna es la signada y, para que hubiera inclusión, las personas de su alrededor deberían hablar lengua de signos», dice el poeta sonriendo. Pero la realidad es otra, ya que lo que sucede normalmente es que la persona con carencia auditiva se ve forzada a adaptarse a los hablantes, estando integrada pero no incluida. En este mismo sentido, la poeta vasca mantiene que «a través de la poesía, puedo reclamar mis derechos ante la sociedad ya que hasta ahora las personas sordas siempre hemos tenido barreras comunicativas en todos los ámbitos de la vida».

El arte del silencio: poesía en lengua de signos
Foto: Cristian Newman | Unsplash

Aunque las sociedades han ido mejorando la educación para esta minoría, facilitando el desarrollo de su mundo interno y artístico, el joven profesor confiesa que durante su infancia, su castellano «ha sido muy básico, aprendiendo por mi cuenta». Y, si echáramos la vista un poco más atrás, veríamos que la opresión lingüística a la que ha estado sometida esta comunidad ha dificultado el progreso de las opciones culturales.  

La representante de SIGNAR comenta en relación a ello, que «la educación de las personas sordas ha cambiado mucho a lo largo de la historia. Aquellos más mayores que han nacido durante el franquismo han sido reprimidos con una enseñanza elemental. Han vivido una educación deficitaria y es muy probable que no puedan leer o comprender una poesía». Pese a ello, se mantiene positiva. 

A día de hoy, gracias a personas como Miguel Ángel Sampedro o Ainhoa Ruiz de Angulo, el colectivo sordo expande su acceso a la poesía en lengua de signos y, como consecuencia, hay más posibilidades de poder dar rienda suelta de verdad a su mundo artístico. Esta última declara que «las generaciones siempre cambian y se adaptan», aunque en comparación con otros países, España todavía tenga mucho que perfeccionar.

Un ejemplo a seguir en este sentido es el de Estados Unidos, como asegura la signante, pues existe un centro de educación superior especializado, la Universidad Gallaudet, en Washington. En ella, cualquier persona, oyente o no, que domine la lengua de signos americana, puede acceder a los estudios. Para maximizar la eficiencia de la enseñanza allí y crear un ambiente inclusivo, las mesas de las aulas están organizadas en forma de U, de modo que todos los presentes puedan mirarse a la cara, elemento primordial en la lengua de signos. 

Poco a poco, los versos se hacen carne y se forma el eco más sonoro del silencio.  

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