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Carolina Sanín: «El amor es un acto dramático y sucede en un teatro»

El nuevo libro de la autora colombiana revela cómo puede ser el amor en tiempos de virtualidad

Carolina Sanín: «El amor es un acto dramático y sucede en un teatro»

Federico Bottia | Blatt and Ríos

Una escritora comienza a flirtear por Twitter con un poeta. Ambos viven en diferentes lados del mundo. Colombia y China. Ambos son latinoamericanos. Ambos creen que pueden verse y comerse, poseer la carne del otro. Sin embargo, uno no toma en serio el flirteo, mientras el otro se crea expectativas. Todo ese deseo es espejismo en la virtualidad.

La escritora colombiana Carolina Sanín (Bogotá, 1973) publica en España Tu cruz en el cielo del desierto (Blatt and ríos, 2021), un libro híbrido entre novela y ensayo donde el amor y la ausencia física del objeto amado son los temas recurrentes que atraviesan otros conceptos como los vínculos en redes sociales, el desamor y, en especial, el fuego no narrado que es el deseo femenino, «ese que es el sueño del sueño» como escribe la autora en el libro.

Sanín recorre el mundo amoroso desde la experiencia personal y con ayuda de referentes literarios como Nerval, Shakespeare, Tirso de Molina, Dante o cuentos árabes del siglo XIII como Sendebar. A través de estas referencias literarias y la de estos dos personajes la autora da vuelo a lo que nos transita para poder levantarnos de la cama: el pacto con la vida a través del deseo y sus contratiempos.

Asimismo, varios textos teatrales están muy presentes en este libro como una forma de entender el pacto que hacemos para poder creernos al otro y cómo nos ponemos una máscara para intentar hacer ver al otro eso que podemos o no podemos ser. Engaño y autoengaño para seducir.

Ese juego de espejismos de la seducción y lo que desata la idealización, lleva a la ruptura de Carolina Sanín con los amores platónicos en este libro, porque «escenificar el amor» sin realidad, no materializa los verdaderos vínculos amorosos.

A partir de la lectura de Tu cruz en el cielo del desierto conversamos con la autora, por vía digital, al igual que los hacen los personajes de su libro.

Carolina Sanín: “Lo que siempre estás buscando, al enamorarte, es a alguien que te lea” 1

¿Qué desata las ganas de escribir sobre una decepción amorosa? ¿Es la rabia o la frustración lo que provoca escribir este libro?

Quizás la narradora busca, con el libro, recobrar una completitud o una sensatez después de una experiencia de vértigo o de delirio. Pero, sobre todo —o en el centro de esa necesidad—, está la curiosidad con respecto al surgimiento del propio deseo y con respecto al mecanismo de construcción de imágenes por parte del deseo. El libro no es sobre una decepción amorosa. Toma como pretexto —y como hilo— la ausencia y la renuencia del amado, pero es un estudio del amor y de cómo el enamoramiento le inspira a la imaginación unas palabras y unas estructuras.

El amor romántico vive en Internet, pero el amor erótico en la realidad. ¿Cómo se maneja el amor y el deseo en la era digital?

Internet también es la realidad; es un plano de la realidad, si se quiere, o una proyección de la realidad que está incluida en la realidad. El amor romántico existe en el impulso creativo del amante; en el canto que el amante eleva para lamentarse por la pérdida y, a la vez, para alcanzar al amado imposible. A través de ese —su— canto, el amante se inventa y se construye como creador y como otro para sí mismo. Con o sin Internet, esa ha sido siempre la pretensión del amor romántico —en el romanticismo de los siglos XII y XIII, luego en el del barroco, en el de los siglos XVIII y XIX, y en el que pueda haber hoy—: la del amante que sabe que la persecución de su objeto —el amado— es un viaje infinito a lo largo del cual él mismo se transforma en el amado —en el creador del amor—.

¿Crees que el amor a distancia es un juego de expectativas?

Creo que todas las relaciones de deseo son relaciones a distancia. Lo que pasa es que algunos dramas amorosos tienen contacto físico y gozo en la compañía, y otros, no. Pero el juego del deseo —y el aprendizaje del deseo— ensaya —y enseña sobre— la distancia; sobre la separación (dentro de uno mismo, y entre uno y el mundo), sobre la imposibilidad de la llegada, sobre la infinita expectativa. Por otro lado, sí, el amor a distancia puede ser soberbio y desdeñoso —y manipulador y cruel— con la necesidad táctil de nosotros, los mamíferos.

¿Nada es real hasta tocarlo? ¿Cómo se calma la carne?

Nada real es tocable. La carne es hambre y deja de ansiar con la muerte, que no es una sola, sino que existe en distintas estaciones a lo largo de la vida.

A partir de la referencia medieval al Libro de los engaños de las mujeres, afirmas que: “Sé que lo más terrorífico de ser mujer es que parecería que una nunca puede decir ni decirse qué le hicieron”. ¿Por qué no se le da valor al deseo no consumado en las mujeres y se convierte en una vergüenza para ellas? ¿Por qué uno es el dejado y el otro el que deja?

El deseo frustrado de la mujer —y quizá también del hombre, aunque para él es distinto, por su relación con la potestad y el poder— constituye para ella una vergüenza: es decir, es intercambiable por la exposición de su desnudez, de su dependencia, su parcialidad y su pobreza. Quien niega o rechaza parece coronarse con su negativa y empobrecer más —o incluso robarle— al que desea y pide. Sin embargo, el no corresponder al deseo ajeno es, por supuesto, un derecho y, en concreto, un ejercicio de la soberanía. Y esa soberanía del amado es espléndida y, convertida en majestad en los ojos del amante, es un aliciente más para el enamoramiento.

Al final, ¿no es responsabilidad de dos la creación de un vínculo así no se haya consumado? ¿O las expectativas que uno crea y que el otro cree?

Debe haber dos para que haya un vínculo, pero quizás el único lugar donde existe el vínculo es la imaginación de cada uno de los dos. A través del deseo, yo no me relaciono con el otro, sino con la versión —y la parte— del otro que mi imaginación crea. Por eso, es posible que la verdadera comprensión de otro —o la compasión— deba superar —y quizá suprimir— el deseo. Por otra parte, creo que, como todas las acciones y relaciones en la vida, el amor es un acto dramático y sucede en un teatro. Las expectativas se crean en la tensión entre dos, y la responsabilidad es la de conocer el propio personaje y el del otro, y la de ver qué hay detrás de las líneas de la escena.

Pero creo que preguntabas por la moral de la seducción, y, sí, supongo que la seducción puede ser condenable por irresponsable. Sin embargo, también escribir un libro es un acto de seducción.

¿Este libro, a diferencia de Sendebar, puede ser un punto de partida para nuevas referencias de deseo en contraposición al abandono?

A lo largo del libro repaso varios referentes de la representación del deseo —y del enamoramiento—: la Vida nueva de Dante, Sueño de una noche de verano, la tauromaquia, el Sendebar, Don Giovanni. El libro es una especie de canto por la pérdida de un amor —o de una seducción neurótica—, a la vez que es una investigación interior y un ensayo sobre el amor. Creo que el dolor se redime a través del estudio del asunto que hace doler.

¿Crees que escribiste este libro para poseer en la ficción los cuerpos y el amor que no se pudieron poseer en la realidad?

Puede ser que en parte ese haya sido, si no el objetivo, sí uno de los alicientes para escribir: la realización de la unión, de alguna manera, después de todo.

Al final del libro haces referencia al mito de Narciso y Eco. ¿Crees que el amor a distancia es un acto narcisista o un acto en donde uno solo se muestra y el otro solo puede ocultarse para poder avivar la fantasía?

Sí, creo eso que dices. Uno se mira a sí mismo y el otro se oculta constantemente —que es también otra manera de solo querer ser visible para sí—. Lo que pasa es que esos dos son intercambiables. En una seducción mutua, Eco hace a veces de Narciso, y Narciso, de Eco.

¿La literatura salva de los despechos, las frustraciones sentimentales o a los corazones de las falsas esperanzas?

No, pero hace que pase el tiempo de la vida y que uno desplace el objeto de deseo hacia el lector. O bueno, eso no es desplazarlo, pues el objeto de deseo siempre es el lector. Lo que siempre estás buscando, al enamorarte, es a alguien que te lea, y que te diga qué leyó; que te diga cómo apareces en el mundo.

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