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La masculinidad frágil de Woody Allen en 'Sueños de un seductor'

Tras más de un año en escena, el 29 de agosto se representa por última vez en Madrid la versión dirigida por Ramón Paso y producida por PasoAzorín en el Teatro Lara

La masculinidad frágil de Woody Allen en ‘Sueños de un seductor’

Teatro Lara

Hace más de 58 años que Sueños de un seductor (Play It Again, Sam) entusiasmó al público neoyorquino que asistió a su estreno en el Broadhurst Theatre de Broadway. Se trata de una de esas comedias frescas y originales del primer Woody Allen, que tres años después fue llevada al cine con idéntico éxito que en el escenario. Una obra que refleja, con el clásico humor tragicómico del creador de Annie Hall, las dos caras de una masculinidad frágil adulterada por la influencia del cine negro y los arquetípicos «tipos duros» que lo protagonizan.

Tras más de un año en escena, el 29 de agosto se representa por última vez en Madrid la versión dirigida por Ramón Paso y producida por PasoAzorín en el Teatro Lara. Una adaptación que trata de ceñirse al guion original respetando los sarcásticos e ingeniosos diálogos capaces de provocar, entre carcajada y carcajada, inteligentes y ocurrentes reflexiones.

Allan Felix (Javier Martín) es un crítico de cine cuarentón, de carácter neurótico, cínico y falto de autoestima con una obsesión insana por las mujeres. Su esposa, Nancy (Verónica Cuello) agrava estas inseguridades cuando decide poner fin a un matrimonio que le aburre, para irse a vivir nuevas aventuras y «ser libre». La nociva relación de Allan con el género femenino y su fijación por el cine negro se materializa en forma de aparición con un Humphrey Bogart (Carlos Seguí) imaginario que se convierte en una especie de consejero personal y cuya masculinidad refleja la concepción clásica del hombre fuerte, viril, agresivo e impasible, que huele a whisky y no le tiembla el pulso para apretar el gatillo. Sin embargo, Allan es un tipo torpe, inseguro y acomplejado que poco tiene que ver con la imagen que le gustaría proyectar de sí mismo, la del macho duro y varonil que piensa que desean las mujeres.

Sus amigos, Dick (Carlos Seguí) y Linda (Ángela Peirat) tratan de animarlo tras la ruptura presentándole a algunas amigas para que se olvide de Nancy. A partir de ahí comienza un carrusel de citas frustradas con diferentes mujeres (Noah Ferrera), en las que Allan se dedica a arruinar, tratando ridículamente de imitar al Humphrey Bogart de Casablanca. Mientras tanto, entre fracaso y fracaso, Linda y Allan comienzan a sentirse atraídos el uno por el otro, generando un complicado dilema amoroso entre un hombre y la mujer de su mejor amigo.

A pesar de los años que han pasado desde su estreno, la vigencia de la obra cumple con muchos de los problemas de fondo que sigue entrañando la concepción de masculinidad tóxica, como la necesidad de aparentar una fachada fuerte e insensible o el peligro de adorar al sexo opuesto desde el miedo al rechazo. En el caso del director de Manhattan, esto último se refleja de forma palpable en el sentimiento de inferioridad que acentúa la desigualdad entre sus personajes masculinos y femeninos.

'Sueños de un seductor', 1
Foto: Teatro Lara

La versión de Ramón Paso mantiene el humor tan particular de Allen caracterizando a su protagonista con el nerviosismo angustioso capaz de hacer comedia exagerando la tragedia. Aunque es posible que por momentos esa exageración se vuelva algo tediosa. Para bien o para mal, Woody Allen sólo hay uno.

Más allá del peso dramático que recae sobre Javier Martín y que cumple de manera aceptable; los papeles interpretados por Ángela Peirat y Carlos Seguí consiguen también integrarse de manera orgánica en la historia, a pesar de que Peirat cambió su papel inicial sustituyendo a Ana Azorín como actriz principal. Tampoco desentonan, por el vertiginoso ritmo al que avanza la función, los múltiples personajes que representa Noah Ferrera. Sin embargo, no resulta tan sencillo creerse las fugaces apariciones de Nancy encarnada por Verónica Cuello.

La música, muy presente en la dirección de Paso, conserva su importancia aligerando el ritmo de la representación gracias a clásicos como Ray Charles o la inclusión obligada del guiño a Casablanca con As Tears Go By.

La sobriedad de la escenografía condena la ambientación de la obra mostrándose incapaz de evocar el ambiente intelectual neoyorquino tan característico de la primera época de Allen. Aparte de la iluminación, la escena carece de dinamismo. La decoración: un sofá, un par de estanterías y un tocadiscos; así como la simplicidad del vestuario, aportan una apariencia demasiado impersonal para generar un entorno más propio de lo que se podría esperar en una adaptación de Woody Allen.

A pesar de ello, la obra cumple con su principal propósito: provocar la risa del público, manteniendo la ligereza chispeante y viva que se presupone en una historia escrita por el director neoyorquino, presentándose como una buena opción para refrescar con humor las calurosas noches del agosto de Madrid.

La masculinidad frágil de Woody Allen en 'Sueños de un seductor'

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