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Madrid

Las lecciones sobre gestión del arbolado que nos enseñó Filomena

La nieve y el viento del temporal provocaron importantes destrozos en los bosques urbanos. Su vulnerabilidad era mayor debido a factores como las podas, la disposición de las ramas o el insuficiente espacio para las raíces

Las lecciones sobre gestión del arbolado que nos enseñó Filomena

Juan María Calvo | EFE

La borrasca Filomena ha supuesto uno de los desastres ambientales más importantes en la historia reciente de España, por su intensidad, extensión y daños.

Si bien afectó a buena parte de la península, azotó especialmente al centro peninsular. Allí se produjo la mayor nevada en los últimos 114 años, seguida de un acusado descenso de las temperaturas (hasta alcanzar -13,4℃ en Toledo) que provocó una persistencia de la nieve durante varios días .

La vulnerabilidad de los bosques urbanos

Al observar el incremento de tormentas asesinas, inundaciones, olas de calor y sequías, parece evidente que estamos en una era de extremos climáticos con origen en el calentamiento global. En los últimos 20 años se han sucedido 12.000 fenómenos meteorológicos que se han cobrado la vida de medio millón de personas y ocasionado pérdidas de tres billones de euros.

Las ciudades, como grandes asentamientos humanos, se han convertido en espacios de gran vulnerabilidad. El ecosistema urbano, con claras diferencias respecto al medio natural circundante, progresa desde un desierto cultural hacia una naturaleza urbanizada. En esta, las zonas verdes y, en especial, las arboledas urbanas desempeñan un papel fundamental por los servicios ecosistémicos que ofrecen, como la mejora del confort ambiental y el aumento de biodiversidad.

Por estas razones, los elementos naturales, al dimensionarse bajo unos parámetros distintos a los humanos, son más susceptibles de verse afectados ante eventos extremos como Filomena.

Las lecciones sobre gestión del arbolado que nos enseñó Filomena
Foto: Emilio Naranjo | EFE

Son muchas las imágenes dantescas dejadas por el temporal. Los árboles caídos en calles y espacios verdes constituyen un magnífico ejemplo de su violencia, que según algunas estimaciones produjo daños en más de 600.000 árboles.

En el medio natural, estos episodios extremos también dejan una huella indeleble en las formaciones forestales, donde actúan como vector de selección natural.

En el ecosistema urbano, las precarias condiciones de domesticación debilitan el desarrollo óptimo de las plantas y las hace más vulnerables. Por ejemplo, en los hoyos de plantación reducidos las raíces deben competir con tuberías, cableados y otros servicios municipales. Puede haber focos de contaminación demasiado cercanos que dañen la planta y la proximidad de los edificios a veces obliga a hacer podas desequilibrantes.

La responsabilidad de lo sucedido

Resulta inevitable que ante tal desastre se precipiten las exigencias de responsabilidades. Por fortuna, voces especializadas advirtieron rápidamente que era un desacierto señalar a los técnicos municipales o de las empresas de mantenimiento como responsables de lo ocurrido, ya que su implicación positiva es más que manifiesta.

Ante un evento de tan extraordinaria magnitud, el comportamiento del arbolado también es excepcional. Por eso es necesario elaborar respuestas basadas en la debida argumentación técnica y científica.

Un estudio exhaustivo de las variables causantes del fracaso en la gestión de Filomena permitiría evitar fallos en las fórmulas a seguir en el futuro, en el que se vislumbra la repetición con mayor frecuencia e intensidad de catástrofes naturales.

¿Cómo se modelan los árboles?

Los árboles se construyen y dimensionan según los esfuerzos recibidos (cargas estáticas, dinámicas e inerciales), y el comportamiento mecánico ante episodios climáticos extremos puede trastocar el proceso.

La estructura arbórea es fruto de un modelado constante, basado en la ley del mínimo esfuerzo, como respuesta a la presión de agentes naturales o antrópicos.

En la naturaleza, la forma de un árbol es el resultado de su adaptación a cargas dentro de los márgenes de su propia seguridad, que los hacen más robustos de lo que podemos intuir. El fracaso de la arquitectura arbórea es poco habitual, como describen Mattheck y Breloer (1996) en El lenguaje corporal de los árboles.

Por el contrario, en el ecosistema urbano, la capacidad de respuesta de los árboles ante impactos intensos es más pobre por su represivo encorsetado.

Las fuerzas de Filomena

El fallo estructural de los árboles durante la borrasca Filomena puede asociarse, por una parte, a las condiciones extremas y, por otro, a las características del material vegetal y su tratamiento.

Así, la excepcionalidad del evento derivó de los siguientes factores:

  • La carga estática generada por el peso de la nieve, que sobrepasaba la capacidad de las ramas para soportarla.
  • La persistencia de la nieve por la extensión de la ola de frío.
  • Las rachas de viento que superaron los 50 Km/h, y que en algunos casos ampliaron su contundencia por los túneles de viento generados por la disposición de los edificios. El sobrepeso merma la capacidad de flexión y elasticidad y, en consecuencia, favorece la fractura.

Por otro lado, el tratamiento del material vegetal también tenía deficiencias que acentuaron los efectos del temporal. A continuación explicamos algunas de ellas.

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Foto: Ingrid Melander| Reuters

En las podas

  • Desmoches o terciados abandonados. Con grandes reiteraciones o ramas, similares a chupones, que emergen de los puntos de corte y que siguen el patrón arquitectural de la especie. Los puntos de inserción pueden resultar deficitarios debido a la colonización de hongos y a la degradación de la madera. Además, los reiterados de gran tamaño suponen un aumento de las cargas. Por otro lado, dependiendo del momento y el desarrollo del árbol, dichas reiteraciones pueden trabajar de forma individual influyendo sobre la capacidad aerodinámica del árbol.
  • Refaldado excesivo. Debido a la eliminación o poda completa de la parte baja de la copa, retirando ramas laterales mucho más allá de lo necesario por gálibo. Provoca un aumento de las cargas ejercidas sobre la copa más alta.
  • Exceso de lateralización de ramas. Modifican la forma cónica de la copa. Esta disposición más o menos paralela al horizonte genera cargas para las que las ramas no están preparadas.
  • Fractura de las ramas en la parte alta de la copa. Desdibuja la silueta que el árbol construyó para esconderse del viento. Esta variación en los perfiles aerodinámicos de la copa incrementa el coeficiente de arrastre, es decir, aumento de la resistencia del conjunto al flujo de viento y, en consecuencia, incremento de cargas en su base.
  • Eliminación de árboles o partes de estos. Pueden influir sobre la dinámica de vientos de los árboles contiguos, por la pérdida de la pantalla vegetal.

En la calidad de la planta

  • Exceso de ahilamiento. Se trata de una anomalía del crecimiento de las plantas desarrolladas con poca luz. Los marcos estrechos de plantación en viveros, con desproporción entre la sección del tronco y su longitud, pueden elevar el coeficiente de esbeltez en arbolado joven.
  • Plantación de arbolado de gran calibre. Tendrán largos periodos de instauración e incrementos misérrimos de la sección del tronco. La disminución en la síntesis de madera en los últimos anillos creados da como resultado poca albura y, por tanto, poca capacidad de flexión. De esta forma, se reduce la capacidad de respuesta en la creación de madera y la robustez de las ramas, atrasando la posible consolidación estructural del ejemplar.

En la plantación

  • Alcorques demasiado pequeños. El desarrollo del sistema radicular depende del volumen de suelo, y es habitual encontrar alcorques cuya construcción impide el desarrollo de las raíces más allá de sus paredes. Además, es importante reseñar la alta compactación del entorno inmediato, que impide la colonización de esas zonas.
  • Pérdida de raíces por zanjeado. Se debe a la realización de obras durante la instalación de infraestructuras y aumenta la posibilidad de vuelco.

Y ahora, ¿qué hacer?

Se ha abierto un intenso debate sobre cómo proceder de cara a la regeneración del arbolado urbano en Madrid.

Ante una propuesta de elección de especies, son múltiples las variables a considerar, desde la ubicación, su topoclima y el entorno inmediato, hasta el porte, la longevidad, la geometría y el perfil aerodinámico. Tampoco hay que olvidar los beneficios ecosistémicos que se pretenden obtener y, por tanto, la idoneidad de caducifolias o perennifolias, el uso sostenible del agua, el secuestro de gases de efecto invernadero, etc. A todas estas cuestiones se suma la discusión sobre si se deben utilizar especies autóctonas o alóctonas.

Los defensores de la primera opción basan su preferencia con buen criterio en una mejor adaptación bioclimática, el aumento de la biodiversidad, evitar posibles invasiones de exóticas o un menor coste de mantenimiento.

Sin embargo, hemos de considerar que el ecosistema urbano genera unas condiciones diferenciadoras, como el efecto invernadero generado por la isla de calor urbano o una atmósfera cargada de contaminantes que inciden en el metabolismo de los organismos, lo que provoca un importante estrés vegetal. A esto hemos de añadir la artificialidad del entorno con la incidencia del albedo, túneles de viento o alcorques limitados.

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Foto: Victor Lerena| EFE

En consecuencia, es necesario ante tan importante decisión evitar la falacia del nirvana y que lo mejor no se vuelva enemigo de lo bueno. El papel del árbol en la ciudad, por encima del origen, es ofrecer los servicios ecosistémicos que le demandamos.

Kaulak, defensor del arbolado

Hace un siglo, el polifacético fotógrafo Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo, también conocido con el seudónimo de Kaulak, escribía su Voz de alarma, título que prolongaba con un aclaratorio: «Que ante la inminencia de la nueva poda que se ha de realizar en este invierno, se atreve a dar un dendrólatra insignificante». Fechado en 1927, añade una anotación llamativa «y diciembre de todos los años». Sus disquisiciones y alegatos tienen validez un siglo después.

La obra es una defensa a ultranza del arbolado urbano y en contra de las talas y podas con una perspectiva donde, por las referencias a otras personalidades de la época, la cultura del árbol estaba más asentada que en la actualidad. Pero a la vez es también un reconocimiento a los riesgos que devienen del tratamiento inadecuado. En sus conclusiones, Cánovas llega a proponer que en atención a su naturaleza, y por su manifiesta utilidad, la cuestión del arbolado urbano debiera regularla el Estado.The Conversation


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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