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Cortarse la coleta: breve historia de una metáfora, de Sansón a Pablo 

El gesto de Pablo Iglesias, cargado de interpretaciones para unos y para otros, remite a otros «revolucionarios» como Belmonte o Mao que se desprendieron del peso, y el significado, del cabello

Cortarse la coleta: breve historia de una metáfora, de Sansón a Pablo 

José Echenagusia Errazquin | Wikimedia

Durante años, José María Aznar libró una batalla sorda contra su propio bigote. Una marca comercial puede esclavizar, en ocasiones, a su promotor. Así, el ex presidente, presa de ese mostacho generacional, fue poco a poco rebajando su volumen, aspirando a hacerlo desaparecer sin que se notara. No fue hasta 2009 que pudo sajarlo por completo, mostrando al mundo un piélago de carne pálida. Quizás fuera la mayor evidencia de su abandono de la política activa, FAES aparte.  

Sabemos que Pablo Iglesias viene combatiendo de lejos su propia imagen. El asunto de la coleta llegó a debatirse seriamente en los círculos. Durante más de cinco años, el líder saliente de Podemos se ha visto obligado a persistir en su imagen de marca y sólo el reciente moño de abuelita lagarterana auguraba que los tiempos estaban cambiando. Ni una semana ha pasado de su abandono de la política institucional y la visita al peluquero en el que ya es, seguramente, el gesto más controvertido a este lado de la izquierda desde que Felipe González enterrara la chaqueta de pana.

La sospecha de que un corte de cabello revelara un aburguesamiento del candidato de Podemos lo ha traído hasta aquí desde aquel 2014 en que asaltaron el cielo raso del Parlamento Europeo. En Podemos caló una leyenda tan atávica como la de Sansón. A la postre, Pablo Iglesias ha seguido el camino inverso: ha perdido sus fuerzas antes de que le corten la melena. 

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Imagen: Sansón y Dalila, Gustav Doré. | Wikimedia Commons.

La historia de Sansón, último de los jueces de la antigua Israel, enemigo encarnizado de los filisteos, se narra entre los capítulos 13 y 16 del Libro de los Jueces de la Biblia. Será Dalila, tras una artera y larga maniobra de seducción y engaño, quien logre sacarle el secreto de su todopoderosa fuerza: «Le descubrió, pues, todo su corazón, y le dijo: Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí, y me debilitaré y seré como todos los hombres». A partir de aquí, los filisteos no tienen más que afeitarlo a conciencia mientras duerme. Pero, ojo, el pelo crece incluso en la cárcel y Sansón aún tendrá un último instante de redención. Aviso a navegantes.

Pero si hay un ámbito que ha hecho del ritual de «cortarse la coleta» eso mismo, un ritual cargado de significado, ese es el de los toros. En el siglo XIX, la coletilla toreril, anudada en pequeña moña, era ya una remembranza de los postizos usados en el siglo XVIII para proteger la cabeza del torero en caso de caída. La tradición ha persistido hasta hoy pero de modo más artificial. Otro revolucionario de tomo y lomo, Juan Belmonte, decidió acabar de un plumazo con la coleta. Fue el primero que se la cortó estando en activo. Tan refractario a la oficialidad toreril, en la cúspide de su fama, dejó Triana por el anonimato de Madrid y, según cuenta Belmonte vía Chaves Nogales, «alquilé un estudio en el barrio de Salamanca, cultivé únicamente la amistad de aquel grupo de intelectuales que había conocido en el estudio de Sebastián Miranda, y un día entré en una peluquería y me corté la coleta». 

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Juan Belmonte haciéndose la coleta. | Foto: Alfonso Sánchez García vía Museo Reina Sofía.

El ejemplo de Belmonte cundió con el tiempo y una a uno los toreros fueron prescindiendo de aquel apéndice que, cuenta Belmonte, hacía las delicias de una polaca en París: «Me miraba, suspiraba y me pasaba la mano por el pelo para terminar dándome un cariñoso tironcito de la trenza. ‘¡Señora’, le decía yo amoscado, ‘¿Quiere hacer usted el favor de dejarme la coletita?’». Desde entonces, los toreros usan la castañeta, un postizo que se fija al pelo con un pasador.  

Tan revolucionario como el gesto del sevillano, pero a casi 10.000 kilómetros, fue el de Mao. Al borde de la revolución de Xinhai de 1911 que acabaría con la dinastía Qing y daría paso a la República de China, el joven Mao sajó su coleta como símbolo del enfrentamiento a la tradición. La coleta y el afeitado de la parte frontal de la cabeza formaba parte obligatoria de la estética china desde el siglo XVIII y ejemplificaba como ninguna otra cosa el poder manchú. Los revolucionarios de 1911 no sólo se conjuraron para rapárselas unos a otros sino que, según Phlip Short en su biografía del futuro líder comunista, llevaron a coba toda una «orgía de cortes de coleta». «Granjeros y campesinos llegaban del campo hasta las puertas de la ciudad, llevando cargas enormes de arroz y verdura, o tirando de pesadas carretillas. Los guardas les asaltaban, agarraban las coletas de los hombres y las cortaban con la espada o las segaban con enormes tijeras. Para algunos, la pérdida de aquella coleta que habían cepillado y trenzado tan laboriosamente desde su tierna infancia era como separarse de un miembro».

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El estilo ‘Queue’ manchú. | Imagen vía Wikipedia.

En un tiempo récord, todos los habitantes de las regiones centrales de china habían sajado sus coletas; algunos las mantuvieron camufladas en espera del regreso de los manchús. Del mismo modo que Mao había tenido que ocultarse para no enfrentar la pena de muerte por haber prescindido de su cabellera, la nueva china se llenaba de sombreros y cabellos occidentales que los preservaban de la represión. 

La coleta de Pablo Iglesias subsistía en pleno siglo XXI como una herencia tardo noventera. Muchas de aquellas coletas pretendidamente de barrio pasaron a convertirse en elaborados moños altos propios de la corriente hípster. Hay quien no duda en trazar una línea lógica en el aburguesamiento del líder de Podemos: de Vallecas a Galapagar y de la coleta al look normativo. Pedro Vallín, periodista de La Vanguardia, y cronista en exclusiva de este momento estelar de la humanidad, aventura un sentido muy del gusto pop de Iglesias: «Los aprendices de jedi en Star Wars, conocidos con el apelativo de padawan, llevan una coleta que no pueden cortarse hasta que completan su formación y acceden al grado de caballeros jedi. La ceremonia del corte de pelo –también presente en Alien 3, en ese caso como signo de ascetismo y función higiénica– sanciona en la tradición cultural tanto el tránsito a la edad adulta como el fin de una carrera profesional». Hasta tal punto debe haber acertado en su diagnóstico, que el propio Pablo ha reformulado su perfil en Twitter: «Caballero jedi según Vallín».      

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