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Fuera de carta

A Robert de Niro le gusta el chimichurri

Tal como viene siendo habitual últimamente en películas y series, en ‘Nada’ la comida es el nuevo erotismo

A Robert de Niro le gusta el chimichurri

Fotograma de la serie 'Nada'. | Disney+

Lo primero que se me viene a la cabeza al ver a Robert de Niro presentando el primer episodio de la serie argentina Nada es la pregunta «¿y todo esto, ¿quién lo paga?», la misma que se hizo Josep Plá al contemplar por primera vez la silueta de Manhattan fastuosamente iluminada allá por 1954. Pues en la aldea global de 2023, la presencia en una serie argentina de la estrella del cine que en su día interpretó al joven Vito Corleone la veo insólita. ¿La productora pudo pagar su, imagino, altísimo caché? ¿Y aun cobrando lo que pida, no es raro que De Niro acepte papeles secundarios como el que tiene en Nada? Me hago esas dos preguntas y al minuto pienso que no es de extrañar que haya aceptado, porque participar en una serie de Mariano Cohn y Gastón Duport sobre un crítico gastronómico venido a menos (bordado por el actor Luis Brandoni) y, por tanto, verse obligado a viajar a Buenos Aires a probar medialunas, panqueques, bifes y empanadas es un lujo. En el mejor de los mundos, sería De Niro quien debería pagar por participar en Nada.

La serie me la merendé en una tarde-noche, es decir, me di un muy contemporáneo atracón audiovisual, que muestra lo fácil que es tenernos embobados ante una pantalla mientras, por ahí fuera, unos señores y alguna que otra señora deciden el rumbo del planeta. Saber que Nada la habían ideado Cohn y Duprat, los mismos que filmaron ese epítome de la maldad rural que es El ciudadano ilustre, y, más difícil todavía, los que lograron la proeza de rizarle el pelo a Penélope Cruz y teñírselo de naranja para su papel de cineasta caprichosa en Competencia oficial, me provocaba enormes ganas de verla.

Que cunda la tranquilidad: no pienso destripar aquí la trama, pero sí revelaré que, en Nada, la comida nos la muestran en unos planos tan cerrados que nos pueden llevar fácilmente a querer chupar la pantalla. Tal como viene siendo habitual últimamente en películas y series, la comida es el nuevo erotismo: en vez de mantener la atención del espectador a base de exhibir abdominales, piernas bien torneadas, culos o tetas (porque pitos apenas se ven en el cine comercial), en Nada tenemos cañoncitos de dulce de leche que nos suben la glucosa solo con verlos, o un bife de chorizo de cuya ternura alardea el maître que lo sirve; como número de circo culinario, lo corta sin dificultad alguna con el mango de una cuchara, pues De Niro, incrédulo ante lo que ve, sospecha que la parte cóncava de aquella oculta unos dientes de cuchillo para engañar a clientes como él . 

« La comida nos la muestran en unos planos tan cerrados que nos pueden llevar fácilmente a querer chupar la pantalla»

Tengo una buena noticia y otra mala: la parrilla que aparece en la serie es real. Se llama El rebenque de Omar y se encuentra en el barrio porteño de Balvanera. La mala es que no admite reservas, de tan exitosa como se volvió tras el estreno de la serie, pero llegando temprano quizá sea posible encontrar mesa.

Gracias a Antonia (interpretada por Majo Cabrera), el personaje de la asistenta y cocinera paraguaya del crítico gastronómico, aprendemos más que en toda nuestra vida sobre la cocina de su país. Por la serie desfilan el pirá caldo, y el jukysy, dos sopas tan reconfortantes que funcionarían muy bien como sustitutas de cualquier antidepresivo. «Pirá» quiere decir «pescado» en guaraní, así que se trata de una sopa de pescado en la que no faltan ni el chile ni el cilantro. El jukysy, de nombre también guaraní, se considera el alimento de los enfermos, y lleva agua, leche, huevos, cebolla y queso y perejil. La mezcla puede parecer chocante, pero bien elaborada es tan sabrosa que dan ganas de estar convaleciente para tener la oportunidad de probarla.

Para terminar la ristra de elogios sobre Nada, un detalle no por pequeño menos valioso: cada episodio lleva por título un dicho argentino en relación con la comida, que viene a cuento con el tema que trata. «Remar en dulce de leche» es uno de ellos, una espectacular metáfora visual del empeño que uno pone en resolver aquellos problemas que requieren mucho esfuerzo, por no decir que son imposibles de solucionar. Podríamos considerarla también una metáfora de la situación de la Argentina, si no fuera porque la creatividad y el ingenio de sus artistas no deja de volarnos la cabeza una y otra vez, impidiéndonos perder la esperanza hacia las posibilidades del gran país atlántico.  

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