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En el foco

Mónica García, una ministra de verbo nervioso

La flamante ministra de Sanidad lleva apenas un mes en el cargo pero ya se ha metido en más de un charco

Mónica García, una ministra de verbo nervioso

Ilustración de Alejandra Svriz.

Su fuerte no está en la diplomacia, pero es inteligente y goza de una buena formación. Mónica García, la nueva ministra de Sanidad, que la próxima semana cumplirá 50 años, lleva apenas un mes en el cargo pero ya se ha metido en más de un charco. El principal, poner en pie de guerra a los consejeros autonómicos del ramo por su precipitación ni consulta previa a la hora de imponer en todo el territorio nacional el uso obligatorio de la mascarilla en hospitales y centros de salud como consecuencia de una espiral de casos de gripe A y covid. Ha tenido que recular. Mantiene la obligatoriedad, pero la medida pasará a recomendable si en dos semanas la epidemia decrece.

En circunstancias normales tal acción podría haberse visto como racional en vista del notable aumento epidémico que se registró antes de las vacaciones navideñas. Pero nada es normal en este país desde hace tiempo. La polarización política contaminó la circunstancia. Algunos juristas cuestionan la constitucionalidad de la medida. Desde hace unos días la ministra comienza a ser objeto de la ira y las críticas de los gobiernos regionales, que le acusan de invadir competencias. Seis de ellos ya habían decidido imponerla a comienzos de enero antes que García anunciara la imposición. Ahora ha decidido no azuzar más el fuego, de por sí muy vivo, y conceder de nuevo a las comunidades la decisión final.

Mónica García tiene un discurso en general apasionado y un punto nervioso, amén de no esconder sus grandes ambiciones políticas. Fechas antes de que Pedro Sánchez anunciara la lista de ministros y sabedora que iba a ser una de los elegidos del paquete que le correspondía a la líder de Sumar, la vicepresidenta Yolanda Díaz, apenas ocultaba su satisfacción cuando la prensa le preguntaba. Ella, médica y anestesista en activo hasta hace bien poco, respondía con un símil ligado a su especialidad. La anestesia, afirmaba muy sonriente, requiere mucho cuidado y preparación. Hay que hacerlo poco a poco. Bien sabía que ese poco a poco lo tenía ya ganado, una vez que apoyó a Díaz y la puesta en marcha de Sumar desde su grupo Más Madrid la pasada primavera.

Sin duda, García debió sentirse aliviada del calvario que significaba cada semana enfrentarse en el Parlamento regional de Madrid a la presidenta de la comunidad, Isabel Díaz Ayuso y salir derrotada. Preparaba bien las preguntas asaltando a la dirigente popular con ataques directos sobre su falta de sensibilidad en materia de sanidad y educación. Cuando se sentaba en el escaño se le notaba satisfecha por el desahogo. Esta vez sí, pensaba, esta vez le iba a poner en un aprieto a la lideresa conservadora. Sin embargo, ésta, una tras otra, con su chulería castiza le respondía con otra cosa y le recordaba que el Partido Popular había ganado por tercera vez las elecciones autonómicas.

En una ocasión, sus nervios le jugaron una mala pasada cuando hizo un gesto a uno de los consejeros de Ayuso apuntando los dedos como si se tratara de una pistola. Ella negó que tuviera intención de expresar con la acción un disparo. Pero el lío estaba montado y la bronca en la sede regional parlamentaria estalló una vez más. Justo es decir que el ruido no obedece sólo a García, sino a la alta tensión que diariamente también se vive en la Asamblea de Madrid, reflejo de lo que sucede en las Cortes Generales.

Hace unos meses, durante la pasada legislatura, la hoy ministra se convirtió muy a su pesar en alguacil alguacilado. Había censurado públicamente a un exvicepresidente del Gobierno madrileño de cobrar el bono social térmico cuando obviamente por su sueldo no le correspondía. Se le calentó la boca. Alzó la voz y exclamó que eso era una muestra más de la corrupción encastrada en el PP. La ética, según ella, no estaba en el diccionario de los populares y prueba era el negocio de las mascarillas compradas a China del hermano de la presidenta Ayuso. Sus palabras resultaron un bumerán que le cayó en la cabeza sin previo aviso. Trascendió que su entonces esposo, un alto directivo de una multinacional de la madera, había cobrado también tal bono creado por el Gobierno de Sánchez para paliar los efectos de la pandemia en las familias más favorecidas.

«Es la primera noticia que tengo. No sabía nada. Tal vez lo cobró porque somos familia numerosa», declaró muy nerviosa en una entrevista en la Cadena Ser. Cierto es que la cantidad fue devuelta a la Administración. García tiene tres hijos de pequeña edad. El asunto levantó ampollas en el seno familiar y al poco se divorció del marido, un ejecutivo adinerado, propietario de un gran piso en una zona exclusiva de Retiro. La ahora ministra se mudó con sus niños a otra vivienda amplia en esa misma zona heredada de sus padres, ambos psiquiatras. El padre fue diputado en la primera legislatura madrileña.

«Está forrada», se escucha en las filas de los populares. «No sabe ni lo que tiene ni lo que ingresa», comentan con acidez. Además de la herencia, posee un chalet en la sierra cuya propiedad está sujeta a conflicto administrativo por presunta construcción ilegal. Ciertamente sus enemigos no le perdonan una y responden a su estilo arrogante con las mismas armas. Por otro lado, la prensa asiste expectante a cada una de sus declaraciones. La consideran «materia noticiable» por su fogosidad en el verbo. Algunos comparan su estilo al del impetuoso nuevo ministro de Transportes, Óscar Puente, que está dando muchos titulares polémicos desde el primer minuto.

La última ocurrencia de García ha sido la idea de poner en práctica la autobaja laboral responsable durante los primeros tres días de enfermedad. Cree que aliviará la saturación de las citas médicas primarias y la obligatoriedad del certificado de baja. Se le ha criticado por ello. Quienes la censuran  consideran que alentará el absentismo laboral debido a la picaresca nacional. Lo cierto es que en algunas comunidades ya existe y en países de nuestro entorno la autobaja se amplía hasta siete días.

García tiene una buena formación académica. Estudió el bachillerato en un colegio privado del Viso, un barrio burgués madrileño, y cursó Medicina en la Universidad Complutense de Madrid para especializarse luego en Anestesiología trabajando hasta hace poco en el hospital público Doce de Octubre. Quiso compatibilizarlo con su carrera política. Se inició en 2015 en Podemos y fue una fiel seguidora de su fundador, Pablo Iglesias, hasta que rompió con él para sumarse al movimiento de Iñigo Errejón. Fue en 2019, coincidiendo con la victoria de Ayuso en las autonómicas, cuando definitivamente se consolidó líder de Más Madrid, que se convirtió en el segundo grupo político regional por delante de los socialistas. Anteriormente, se había negado a retirar su candidatura a la presidencia madrileña y sumarse a la de Iglesias. «Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que nos pidan que nos apartemos en los momentos históricos», dijo al respecto. «La ciudadanía no necesita más frivolidad, ni más espectáculo ni más testosterona», añadió. García es feminista por convicción y médica por vocación, además de gustarle practicar el atletismo y la fotografía. Defiende a ultranza la sanidad pública y culpa al PP de 7.000 millones de euros en recortes sanitarios durante el gobierno de Mariano Rajoy.

Tenga o no futuro político Mónica García, resulta triste observar el numeroso desfile de ministros/ministras de Sanidad habidos en 45 años de democracia en España: 26, es decir uno cada 21 meses. Sólo la cuarta parte procedía de la carrera sanitaria. García es la tercera titular en un año y la sexta en cinco. Su antecesor apenas estuvo en el cargo unos meses. Seguro que debe pensar que no estará mucho tiempo en el feo edificio oficial, sito en el Paseo del Prado, pero mientras eso dure y le evite ser humillada día tras día por Ayuso engordará su ego. 

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