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Enfoque global

Los sonámbulos

El mundo conformado por la globalización y la geoeconomía ha mutado a otro basado en el riesgo geopolítico

Los sonámbulos

Un soldado ucraniano recorre una trinchera cerca de Kiev. | Zuma Press

Ante lo que sin duda es un atrevimiento, se rescata el título de la obra de Christopher Clark en la que narra cómo Europa fue a la guerra en 1914. Su argumento central es que los sucesos que desembocaron en la tragedia solo tienen sentido si se conocen los contactos de los que tomaron las decisiones, siendo necesario conocer cómo esos eventos se convirtieron en narrativas que estructuraron percepciones y determinaron conductas.

Guerra en Europa

Históricamente, la formación de un nuevo orden internacional ha ido acompañada de conflictos entre potencias, que buscan mantener o mejorar su estatus, y de estados emergentes, cuyos objetivos de desarrollo los empujan a asumir un papel proactivo en el establecimiento de nuevas reglas y costumbres de interacción en el escenario mundial. 

Es fácilmente constatable que el mundo se encuentra en una situación de inestabilidad, provocada por el realineamiento de una estructura de poder, a la que se aludía como «orden mundial», y que se consideraba liderada por un agente identificado como «Occidente». El mundo conformado por la globalización y la geoeconomía ha mutado rápidamente a otro basado en el riesgo geopolítico. Las crisis acumuladas, como la pandemia de la covid-19 y el conflicto entre Rusia y Ucrania, han persistido incorporando nuevos y latentes conflictos. A consecuencia de ello, se han reorganizado significativamente las estructuras y relaciones globales en 2023.

El referido como Orden Económico Global Liberal, liderado por Occidente, no tuvo un buen año 2023. Sorprendentemente, la causa principal no fue, como pudiese parecer, la aparición de un orden alternativo liderado por China. Más bien, se ha debido a su desconcierto interno, tanto político como económico, influenciado por la guerra de Ucrania, lo que ha dado pie al incremento de la desconfianza internacional sobre su eficiencia y legitimidad.

La Posguerra Fría

La desconfianza actual del orden liderado por Occidente se gestó durante la configuración del periodo denominado Posguerra Fría. Desde su comienzo, ha ido perdiendo su credibilidad, producto de la falta de objetivos claros, ausencia de estrategia y continuas intervenciones militares, lo que ha provocado errores que han agravado objetivamente su situación. El enfrentamiento con la Rusia postsoviética ha sido configurado de forma preconcebida, pues, tras la Guerra Fría, Washington ha tratado a Rusia como una entidad frágil y en decadencia histórica.

El intervencionismo norteamericano contempló la revolución Maidan, que instauró un gobierno europeísta en Kiev. Tras la reacción de Moscú, ocupando Crimea en 2014, el entonces presidente Barack Obama calificó al país euroasiático como «potencia regional» que, además, se supervaloraba. Moscú se alió con Beijing en un bloque antioccidental. Tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, se esperaba que Rusia, y con ella el régimen de Vladímir Putin, colapsarían rápidamente, debido a la derrota militar y al peso de las sanciones occidentales.

La Historia demuestra que la disolución de los imperios tiene consecuencias duraderas y graves. El fin del imperio británico, del otomano, del francés o del soviético siguen teniendo consecuencias actuales, alguno desde hace más de un siglo.  En algunos círculos se ha definido el conflicto ucraniano como el de un Estado soberano y una potencia imperialista, ya que Rusia no habría sido capaz de convertirse en un Estado nación y esta circunstancia lo convertía en peligroso para Europa, al conformar un régimen «autoritario, nacionalista y violento». Esta afirmación es vacía, pues al imperio se le asigna condición peyorativa y obsoleta. La cuestión es: ¿no son los Estados Unidos un imperio? ¿Las ansias expansionistas del credo europeísta no tienen raíz imperial? La expansión de la OTAN hacia el Este y la reconstitución de la Rusia Imperial coincidieron en Ucrania.

El conflicto estratégico entre Rusia y Occidente, así como la confrontación latente entre China y Estados Unidos, recuerdan enfrentamientos imperiales y han determinado el sesgo de la política internacional de la Gran Eurasia. En primer lugar, porque esa enorme masa terrestre rusa es un espacio susceptible de permitir la coexistencia de dualidad, de finalidades estratégicas, ya que su estabilidad y desarrollo son importantes para Moscú y Beijing y donde, a su vez, cualquier inestabilidad política es sumamente atractiva para Estados Unidos y alguno de sus socios europeos. Durante el pasado año, la Gran Eurasia y Asia han permanecido resilientes a las influencias externas negativas, pero el Anillo Continental de Spykman, tanto en Europa y Oriente Medio, ha sido alterado geopolíticamente o, lo que es lo mismo, el resultado del encuentro de las sinergias geopolíticas está siendo negativo para Occidente.  

En el año dejado atrás, pueden señalarse tres acontecimientos, en particular, que han supuesto una frustración generalizada para Occidente. En primer lugar, ha quedado comprobado que, desde que comenzó la guerra de Ucrania, Rusia ha logrado mantener relaciones comerciales activas a pesar de las sanciones occidentales impuestas tanto para restringir la capacidad de Moscú para utilizar el sistema de pago SWIFT, como las restricciones establecidas a sus exportaciones de petróleo. Aunque los esquemas comerciales y de pago ad hoc ideados por los tecnócratas rusos están lejos de ser rentables, han permitido a Rusia minimizar el daño a su economía interna y financiar su esfuerzo bélico en Ucrania.

En segundo lugar, la guerra de Ucrania, iniciada al coincidir las ansias imperiales rusas con la ausencia de capacidad disuasoria militar de Occidente, ha evolucionado, tras la paralización de la contraofensiva ucraniana, a un enfrentamiento mediante operaciones de atrición, donde se pone a prueba la voluntad de vencer mediante el desgaste. En febrero de 2022 en Europa se había olvidado el significado de lo que era la guerra, que según la descripción Clausewitz, constituye «el ámbito de esfuerzos y sufrimientos físicos, inmersos en la incertidumbre y del azar». Los países de la zona han constatado este ambiente, permitiendo que la percepción más compartida es que los equilibrios militar y económico se han inclinado en contra de Ucrania y esa tendencia se presenta difícil de revertir.

En tercer lugar, el ataque de Hamás a Israel, conjugado en actos de inhumanidad inconmensurables, busca que la reacción sea lograr que el agredido contenga su ira mientras se le ofrece solución política al agresor, lo que se entiende por proporcionalidad. El Occidente liberal supone que toda la humanidad tiene un solo ideal y un solo vector de desarrollo: el occidental. Todo lo relacionado con el Otro que no coincida con la identidad y el sistema de valores del propio Occidente, se considera «hostil», «autoritario» e «ilegítimo». La acción palestina se produce en el Anillo Continental de Spykman, que junto a los hutíes e Irán constituyen una amenaza de consecuencias de gran trascendencia. 

Un maldito embrollo

Ucrania, la Verdún del siglo XXI, constituye un campo de batalla espacialmente limitado, donde debe obtenerse la decisión, so pena de asumir un riesgo inasumible de escalada. Al ser una guerra mediante proxy, las grandes decisiones se deciden fuera del campo de batalla mediante opciones políticas ajenas al heroico soldado ucraniano. La población de Rusia es, al menos, cuatro veces mayor que la de Ucrania y su PIB se estima que es 14 veces mayor. La economía rusa se incrementó un 3% en 2023, impulsada por el aumento de las exportaciones de energía a países no occidentales y de un esfuerzo masivo de inversión en la industria militar. Kiev trata de impulsar su propia producción militar, pero desde una base industrial mucho menor, su dependencia de Occidente es esencial. 

Tras el fracaso de la contraofensiva del año pasado, el gobierno y el ejército ucranianos han adoptado, con el apoyo de Washington, la postura defensiva que incluye el proyecto de fortificar la frontera norte de Ucrania con Rusia y Bielorrusia, al convertirse en una posible zona de acceso ofensivo. Esta región ha estado inactiva desde que Moscú retiró sus tropas en la primavera de 2022, tras el fracaso de su invasión inicial desde el norte. Sin embargo, la ventaja militar de Rusia posibilita una futura operación ofensiva a lo largo de este frente. La estrategia de permanecer indefinidamente a la defensiva presenta importantes inconvenientes para Ucrania, ya que, políticamente, consolida el control ruso de las zonas ocupadas, algo que favorece un compromiso de paz. 

La otra opción del gobierno ucraniano y de los occidentales proguerra reside en los misiles de largo alcance. Si se puede persuadir a Occidente para que proporcione muchos más, entonces se argumenta, en primer lugar, que al derribar el puente de Kerch y expulsar a la marina rusa, Ucrania aislaría Crimea y forzaría a Rusia a pedir la paz. Esta opción es inane, ya que el mayor éxito de la invasión rusa de 2022 fue conquistar el territorio entre Rusia y Crimea. Era esta la «cabeza de puente» que la ofensiva ucraniana del año pasado pretendía consolidar. 

Otra faceta del plan ucraniano, mediante el empleo de misiles de largo alcance, son ataques a territorio ruso, como el efectuado a la ciudad rusa de Bélgorod, en un esfuerzo por presionar al Kremlin. Como estrategia militar, es poco rentable. Dado el enorme tamaño de Rusia, significa que, en términos de daños a la capacidad económica de Rusia, será mínimo, así como el probable número de bajas. Incluso los ataques ucranianos muy ampliados serían meros pinchazos. En términos de víctimas civiles, es probable que consigan enojar a la población, pero lejos de conseguir movilizarla por la paz. No obstante, esta modalidad podría desencadenar el tipo de accidente que desatara la escalada.  

Si este escenario es asumible, tanto Washington como Kiev tienen un fuerte incentivo para iniciar conversaciones de paz mientras se cuente con bazas significativas, que el paso del tiempo puede degradar, hasta el punto de ser muy lesivas para Ucrania y humillantes para Occidente.

Es necesario reconocer la realidad. Las opiniones públicas de Estados Unidos y Europa son cada vez más escépticas respecto de la continuidad de la implicación del apoyo a Kiev. La guerra es un enfrentamiento entre Rusia y Estados Unidos y, tanto su desarrollo como su posible desenlace, ponen de manifiesto que Washington debe negociar con Kiev y ceder territorio para poner fin a la guerra con Rusia. Empieza a tomar cuerpo la opinión de que los diplomáticos estadounidenses desaprovecharon en 2021 la posibilidad de negociar con Moscú.

Ucrania probablemente podría haber conservado su territorio si hubiera aceptado su neutralidad, evitando cientos de miles de bajas, la destrucción de ciudades, pueblos e infraestructuras, así como el enorme drama resultante. Las naciones europeas habrían mantenido relaciones con el pueblo ucraniano y ahorrado cientos de miles de millones de euros.

Incluso después de la invasión, Moscú y Kiev aparentemente estuvieron cerca alcanzar un compromiso, con énfasis en el compromiso de Ucrania de permanecer fuera de la OTAN. Sin embargo, los gobiernos aliados aparentemente disuadieron al gobierno de Zelenski de seguir por esa vía, con el compromiso de proporcionar a los ucranianos el apoyo para alcanzar el nivel de capacidad militar necesario. En el presente, las negociaciones es probable que sean más difíciles, ya que la frustración añade dificultades para alcanzar cualquier acuerdo. Las terribles pérdidas humanas y económicas servirán como el catalizador para dificultar las concesiones. Ninguna de las partes está en predisposición a confiar en la otra. Los ucranianos desdeñan cualquier conversación con Moscú, pero tienen motivos para dudar de sus gobernantes y de sus aliados, ya que ahora admiten que el acuerdo de Minsk de 2014 fue un fraude, diseñado para darle a Kiev un respiro para fortalecer su ejército.

¿Se desvanece el sueño europeo?

Si algo ha demostrado la guerra de Ucrania es que la narrativa con la que Occidente afrontó la Posguerra Fría sirvió para ocultar las verdaderas motivaciones de lo que Putin al aludir al final de la Guerra Fría había denominado «cataclismo geopolítico». Si algo ha puesto de manifiesto la guerra es que es un asunto privativo de actores estratégicos, no de construcciones políticas con referencias kantianas.

Algo que ha planteado la tragedia ucraniana es el futuro de la UE. La nueva Europa va a tener que desenvolverse en un ambiente muy diferente del ideal para el que fue creada: un orden mundial basado en reglas. Hasta ahora, se ha beneficiado de la tutela estadounidense y esa circunstancia puede desvanecerse si evita corresponder a las demandas del tutor, como es el caso en el conflicto del mar Rojo.

Adaptarse a un futuro donde priman el nacionalismo, el desorden y el imperialismo es un requisito que ya está aquí.

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