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MI YO SALVAJE

Su axila

«Conectaba pecho y bíceps en oraciones ya leídas en otra ocasión pero hoy , en sí misma, su axila comenzaba un nuevo párrafo. Un nuevo deseo, una nueva historia»

Su axila

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No podía dejar de mirarla. Saúl me miraba a su vez y cualquier atisbo de perder la compostura se me andaba terminantemente prohibido por las leyes de mi propio juicio. Así que no pude pegarme a la pantalla como una mosca que intenta atravesar un cristal, ni mover la lengua indecorosa sobre el espacio tenso de la piel de entre mis dedos. No pude despeinarme como la viñeta de un cómic japonés ni frotarme contra el colchón como una pecadora capital. Bendito adiestramiento que me mantiene sociabilizable a pesar de mí. 

No podía dejar de mirarla. Su axila me parecía un giro a la izquierda obligatorio, una curva cerrada anunciada peligrosa, el intermedio entre un antes y un después. 

Suelo pedirle que modifique la cámara, que me deje ver sus ojos si en un descuido se sale de plano por más tiempo del que puedo soportar sin verlos. Pero esta vez no dije nada. Permanecí sonriente y avergonzada de mi sentir. 

Le observé como el que escudriña estalagtitas en el techo de una cueva. Tenía subido el brazo de tal modo que hacía que me sintiera así, debajo, pequeña, menor. Alguien que se asoma desde muy abajo a un acantilado que asciende hacia muy arriba. Con el mismo vértigo pero del revés. 

Su axila comenzó un nuevo párrafo. Conectaba pecho y bíceps en oraciones ya leídas en otra ocasión pero hoy , en sí misma, su axila comenzaba un nuevo párrafo. Un nuevo deseo, una nueva historia. 

Quiero acercar mi nariz para tocarla dibujando un camino de sube y baja. Podría lamerla para olerle y besarla para oírle. Le quiero morder.  

Lo que quiero es engancharme a su hombro y cintura como un koala, como una mona de lazo rosa y sonrisa amplia para que me pasee por la cocina en busca de un lugar donde tumbarnos o donde tirarme y deshacerse de mí.  Está haciendo cosas, ocupado, tareas y no quiero que pare. Quiero joderle sin que pare y le deseo por eso mismo.  No atiende mis reclamos y me río de mí misma, de cuánto de pesada puedo llegar a ser.  

Está lejos, mucho; inaccesible. Su cuerpo ocupa las pocas pulgadas de mi ordenador.  No sé qué hay a los lados, ni debajo, ni en la otra habitación.  Podría ser cualquier persona y no la que creo que puede ser. Podríamos tener cualquier historia, por eso me invento tantas.  Mi imaginación es incombustible. Puedo andar riéndome con qué putada le voy a hacer como cambiar en pocos segundos y andar atragantada  acariciándome con su polla el fondo del paladar.  

Me preguntaba si era consciente de que llevaba un rato hablándome decapitado. Su torso era un cuadro decorando el centro de mi habitación, suspendido en el aire, sin otro clavo más que mis ojos que no logran parpadear por miedo a que desaparezca la intensidad de esta sensación.  Yo contestaba a sus preguntas, asentía, sonreía sin poder evitarlo y contestaba un « ¡de nada »  cuando me increpaba un « ¡de qué te ríes! » .

Yo me río cuando me pongo inmensamente cachonda de forma espontánea. Mi excitación viaja de cero a cien en menos de un segundo y si la situación me impide abalanzarme, solo me queda la risa que me explota al ritmo de conexiones dopamínicas en el cerebro. 

Me río como una intoxicada de alcohol, de aguarrás, de LSD. Me río por no morder, por no masticarle, por no fundirme con los protones del adsl y fusionarme en el sistema operativo de su imagen digitalizada.

Le he dicho un puñado de tonterías, lo sé,  es lo que tiene estar drogada de su imagen. Una axila que se tensa hacia algún sitio, como un avión que va a alguna parte; lo miramos como una hormiga soñadora al son del suspiro de un bolero que nos dice « a dónde irá, a dónde irá» . 

Quiero tumbarme en el sofá y agarrarme a esa imagen hasta quedarme dormida. Quiero sentir un golpe tras otro subiendo por mi vagina hasta el útero como un pájaro carpintero. Mis ojos no parpadean, no vaya a ser que en una de esas, se mueva y se acabe esta historia.  Continúa, Saúl, sigue inmóvil, guillotinado, hacendoso y expuesto a la lascivia de mis ojos que babean grotescamente como un animal famélico en una jaula digital.

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