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Síndrome del impostor: por qué crees que mereces menos en la vida o en el trabajo

No entiende de género, edad, condición social o puesto y puede, metafóricamente, bloquear tu futuro

Síndrome del impostor: por qué crees que mereces menos en la vida o en el trabajo

Una mujer preocupada en el trabajo | Freepik

Baja autoestima y sensación de engaño, así el síndrome del impostor aparece en nuestra vida laboral. Sin embargo, a pesar de no estar tipificado dentro de ningún tipo de trastorno psicológico, su evidencia en el trabajo es reseñable. Una vez llegado el éxito, la persona que lo alcanza considera casi un burdo fraude haberlo logrado.

La sensación de no merecer la posición se sucede así. Bajo ese prisma, aunque se esté gozando de una cierta reputación, ya sea en el trabajo o en otros sectores, especialmente el académico, el síndrome del impostor aparece. Casi como una mentira, este tipo de personas creen que sus méritos —constatables— son completamente ajenos a ellos.

Una recomendación para un puesto, la falta de competencia o ventajas competitivas que realmente tiene y que, sin embargo, considera que no son méritos propios, sino completamente exógenos. Llamado también dismorfia productiva, el síndrome del impostor parte de una situación de inferioridad no manifiesta que, no obstante, el que lo sufre siente como tal.

El logro a terceros se convierte así en una realidad en sus vidas. El drama, aparte de suponer condicionantes severos para el que lo está padeciendo, también está en que no entiende de rangos. El síndrome del impostor puede aparecer en cualquier sector, en cualquier responsabilidad y, huelga decirlo, en cualquier edad o género.

No obstante, como explica la coach Aida Baida Gil, hay un perfil de género marcado en el síndrome del impostor, apuntando que hasta un 70% de las mujeres lo han sentido alguna vez. De nuevo, esta particular espada de Damocles aparece dentro de la brecha de género, pero no es la única realidad de un síndrome que puede atenazar los movimientos laborales del que lo sufre.

El síndrome del impostor: la imposibilidad de crecer y de subir

Una mujer joven estresada en el trabajo
Aunque no entiende de géneros, el síndrome del impostor tiene una mayor prevalencia en mujeres. | Freepik

Uno de los principales problemas del síndrome del impostor no está sólo en que el que lo sufre considera no hacer méritos, sino en el bloqueo que se produce. De esta manera, reniega o renuncia a luchar por mejoras laborales —o personales— simplemente por creer que no estará a la altura.

Como consecuencia de esto, cierto nivel de parálisis en la actividad se profundiza, aumentando la sensación de inferioridad del que lo padece. Aun así, hay grados aún más severos. Algunos, en su primer nivel, pueden estar sólo relacionado con una postergación en la toma de decisiones. Ser poco lanzado o sobreanalizar las situaciones —el famoso overthinking— se pueden relacionar con el síndrome del impostor.

Ya en estadios superiores, las complicaciones aumentan. Algunas de ellas, como es evidente, acaban suponiendo casi cronificar el miedo antes las decisiones que impliquen la modificación del statu quo. Por este motivo, aquellos que padecen este fenómeno psicológico acaban anclados en situaciones estáticas. Aunque la incidencia del síndrome del impostor, como explican desde la UCAM, se sitúa en cerca de un 70% —el porcentaje que dan de este comportamiento a lo largo de una vida en cualquier persona—, lo cierto es que no salpica sólo en el ámbito laboral.

Un más allá del espectro laboral

Quizá es donde más se haya manifestado, pero no es el único. Tanto en las relaciones de pareja como en las relaciones sociales también se da, creyendo que no se está a la altura del resto. Como es habitual, la aparición del síndrome del impostor amenaza por una doble vía. Por un lado, merma la seguridad y la autoestima del que lo padece. Por el otro, la parálisis de la decisión supone una menor productividad, debido a ese tiempo perdido de manera sistemática.

Cavilar y dar vueltas a la cabeza son así las piedras de toque de una realidad que, explican en una publicación de la Journal of the American Medical Association, no debe ser mal enfocada en su objeto. Se trataría, indican, de «tratar la causa, no de tratar el síntoma». De lo contrario, conseguimos exonerar a la causa de lo que sucede con el síndrome del impostor.

Ansiedad, estrés, bajo estado de ánimo o depresión como factores psicológicos podrían acontecer en las personas que padecen el síndrome del impostor. Además, diversa literatura médica apunta a que este síndrome es cada vez más frecuente en ámbitos académicos superiores, debido a una creencia de falta de aptitudes del que lo sufre.

Por qué aparece el síndrome del impostor y cómo atajarlo

La fobia social (también llamada ansiedad social) juega un papel claro en este síndrome, aunque no es condición sine qua non. No obstante, las personas que en general son inseguras o tienen bajos niveles de autoestima están más expuestas el síndrome del impostor. Por este motivo, suelen ser relativamente conformistas en sus relaciones laborales y personales, evitando los nuevos comienzos. En cualquier caso, conviene no confundirlo con el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas del que ya te hablamos en THE OBJECTIVE.

Detrás de todo ello puede haber un sinfín de causas, incluyendo las relacionadas con la gestión emocional de los conflictos. Más aún si hablamos de personas que vienen de familias desestructuradas, de bajos niveles de apoyo o donde también vemos un perfil socioeconómico bajo, que podría lastrar el crecimiento y las aspiraciones de estas personas.

Un hombre con síndrome del impostor en el trabajo
Este síndrome puede desencadenar problemas psicológicos como ansiedad, irritabilidad o depresión. | Freepik

En cuanto a cómo atajarlo, algunas pistas que da la UCAM. La primera pasa por relativizar nuestra importancia, sobre todo para comprender que no todo el mundo está pendiente de nosotros o de nuestros fallos. También indican que importa el aumento de la consciencia de nuestros méritos y, sobre todo, no compararlos con los del resto.

Esto no quiere decir que no los miremos, pero sí no entrar en una espiral negativa de comparaciones que nos bloqueen. Por último, también apuntan a relativizar la productividad y el ritmo de trabajo, pues el que padece el síndrome del impostor constantemente cree que no ha hecho lo suficiente o que debería hacer más.

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