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¿Desnatados o enteros? Estos son los lácteos más recomendables para tu salud

No necesariamente prescindir de determinadas grasas hace mejor a un producto frente a otro

¿Desnatados o enteros? Estos son los lácteos más recomendables para tu salud

Varios ejemplos de productos lácteos | ©Freepik.

A vueltas en un mundo donde, en un in crescendo, los productos de origen animal van disminuyendo, sigue habiendo determinados productos que parecen inamovibles de nuestras dietas. Es algo que sucede con los lácteos, los cuáles pueden venir en formas muy dispares. Quesos, yogures, cremas, batidos… Y todos con un doble filo: desnatados o enteros.

Convertido en tendencia fitness, el mundo de los lácteos desnatados ha ido ganando terreno a los enteros. Concebidos como una alternativa light o más baja en calorías, los lácteos bajos en grasa se hicieron un hueco enorme en los lineales. Por contra, el matiz del producto entero se empezó a penalizar por esas calorías de más.

Sin embargo, ¿si hablamos de yogures —una categoría tradicionalmente bien diferenciada con los desnatados— los hace mejores que los enteros? Pues diversos estudios avalan que no hay más motivos de la cuenta para considerar mejores a los lácteos desnatados. O no, en términos generales, como una mejor apuesta si de salud hablamos en detrimentos de los enteros.

Por este motivo, conviene en verdad discernir que se concibe como ‘mejor opción’. ¿Es mejor un producto simplemente por presentar menos calorías? ¿Puede haber perdido algún otro nutriente en este proceso que pase desapercibido? Pues sí, estas dos preguntas, lícitas, son muy habituales, pero a veces nos perdemos en un mar de generalidades.

Lácteos: ¿mejor desnatados que enteros?

Varios ejemplos de productos lácteos
Pensar que por su contenido en grasa los lácteos enteros son peores es un error y una simplificación nutricional. ©Freepik.

Rara vez hay una verdad absoluta en términos de nutrición. Especialmente cuando sintetizamos que los productos desnatados, simplemente por el hecho de tener menos grasa, son mejores. Nuestro cuerpo necesita grasas para mantener su correcto funcionamiento, buscadas en un equilibrio de grasas saturadas y grasas insaturadas.

Es cierto que los lácteos, como toda grasa animal, implican generalmente grasas saturadas. Hay excepciones, pero eso no significa que la grasa saturada sea mala per se. Por este motivo, conviene también no criminalizar a las grasas que, por ejemplo, podemos encontrar en un yogur. Básicamente, un yogur desnatado va a ser aquel al que se ha despojado de la grasa de la propia leche.

Sin embargo, la realidad es que la grasa —aparte de su misión nutricional— también genera un efecto saciante. Aún por encima hay otra realidad: la grasa que determinados lácteos —como el yogur— tienen es muy poca como para considerarla un peligro a la hora de pensar en engordar o subir de peso.

¿Todos los lácteos son iguales?

Esto quiere decir que los lácteos enteros son más grasos y, por tanto, aportan más calorías y más energía. Un factor que está muy vinculado con la saciedad. Lógicamente, también hay que tener cuidado a la hora de entender los lácteos pues no es lo mismo un yogur que un queso fresco o, no digamos ya, un queso muy añejo. Recordemos que, en términos generales, cuanto más añejo o curado esté un producto más va a concentrar sus macronutrientes y micronutrientes. Esto se produce porque se reduce la parte de agua del elemento en cuestión. Motivo por el que un queso viejo, como un parmesano o un manchego, siempre va a tener más calorías —y proteínas, y calcio, y sodio— que un queso fresco.

La otra realidad, si hablamos de ciertos lácteos, es que los desnatados suelen perder algunas vitaminas liposolubles como la vitamina A y la vitamina D en su elaboración. Si bien tampoco son las fuentes más recomendadas para estas dos vitaminas, conviene comprender que en este proceso de producción se pierden.

La demonización de las grasas

Sí, las grasas —en exceso y en una dieta desequilibrada— pueden ser muy peligrosas. Pero se trata de comprender que son extremos donde, además, confluyen otras pautas como un hábito de vida sedentario, el propio sobrepeso y el consumo de tóxicos como tabaco o alcohol. Del mismo modo, ese desequilibrio dietético donde además proliferen azúcares simples o el consumo de ultraprocesados, contribuirán a desarrollar determinadas enfermedades.

Algo que sucede con la diabetes o con el síndrome metabólico, del que ya te hablamos en THE OBJECTIVE. Por este motivo, conviene tener claro que las grasas no son el demonio en su conjunto, sino sobre un mal uso de ellas. Una realidad que hemos de comprender y que, en el caso de los lácteos, también conviene discernir y separar el grano de la paja.

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