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La guerra de Putin ha barrido los coches con matrícula rusa de nuestras carreteras

La guerra de Putin ha barrido los coches con matrícula rusa de nuestras carreteras

Un coche con matrícula rusa en el camping de la costa de Black Sea. | Ivan Vysochinsky (Zuma Press)

En Marbella es fácil encontrar apartamentos y pisos con precios altos, aunque relativamente asequibles de acuerdo con el mercado. Lo que no hay, ni uno, son chalets independientes de más de tres millones de euros: se los apropiaron todos los rusos… antes de la invasión de Ucrania. Ahora los que aún quedan en la Costa del Sol, porque han preferido estar alejados de su país, parecen haber desaparecido. Parecen. Hasta la primavera de este año era habitual verles comprar por las tiendas de lujo de Puerto Banús, ir a supermercados con productos de su país, o asistir a lujosos restaurantes donde leían su carta en caracteres cirílicos. Ahora la mayoría sigue estando, pero se han camuflado en el paisaje. El turismo ruso, temporal o residencial, que vive en todo el arco mediterráneo y más en particular en el sur de España, cantaba a la legua que no tenían problema alguno de dinero y un detalle visible eran sus coches. Hasta antes del verano era usual ver matrículas rusas en relucientes cochazos pasear por la Avenida Ricardo Soriano, asistir a brunches en Magna Marbella, o aparcados delante del Olivia Valere. Eso se ha acabado.

Sus propietarios siguen por las inmediaciones aunque procuran pasar muy desapercibidos. Los coches extranjeros en España pueden circular por el territorio nacional durante seis meses con sus placas de origen, pero al cumplir el semestre pisando asfalto español han de solicitar identificaciones nacionales. Esto no parecía ser un problema para los rusos, que mostraban orgullosamente las letras RUS en sus matrículas. Esto ha cambiado, y ni siquiera están solicitando placas con la E sobre fondo azul, porque consideran demasiado llamativos sus vehículos. Casi todos, por no decir todos, han tirado por la vía de en medio y han pasado a conducir discretas berlinas de alquiler con distintivo español. Es justo lo contrario que hacen los conductores ucranianos que por aquí andan; siguen usando sus coches tal y como los trajeron de su país. Es más, resulta habitual verles con banderas, bufandas futbolísticas o adhesivos bien grandes con los colores celeste y amarillo representativos del país de Volodomir Zelenski. 

Sus coches 

El ruso clásico es el empresario u oligarca de nivel medio bajo —si es que esto es posible—, de mediana edad, con hijos a su cargo, y que pasa semanas o más bien meses cerca del mar. Su esquema mental tiende a no casar demasiado con el de las asesorías de origen británico, y suelen echar mano de abogados locales que hablen ruso o con empleados que lo hagan. En Marbella sobresale el despacho de la familia Bocanegra, señera en la ciudad, y en la que muchos de sus empleados se manejan en la lengua de Dostoievski. A los rusos les obsesiona la seguridad, suelen ser muy familiares y discretos, y sus coches también suelen serlo. Sí, poseen rimbombantes deportivos, como Ferraris, Bugattis o Lamborghinis, pero no es lo más habitual.

El ex soviético clásico tiene un concepto automovilístico que parece tener reflejo en su industria automotriz local. Tienden a huir de coches muy complejos, ‘dan más problemas’, dicen. Por ello, sus vehículos suelen ser berlinas alemanas de representación, las gamas altas de Mercedes, BMW o Audi con bastante frecuencia, y algunos SUVs. También se les puede ver en Rolls Royce o Bentleys, que son vehículos de altísima gama, pero sin ser lo llamativos que son los superdeportivos italianos. Un modelo bastante popular es el Bentley Continental GT, sobre todo en su versión descapotable. Desde el inicio del conflicto es raro ver alguno por las calles de Marbella, parecen como tragados por la tierra. Sencillamente, los mantienen encerrados en sus garajes o en aparcamientos privados, donde permanecen hasta que lleguen tiempos mejores.

Cambio de vida

Los rusos de la Costa del sol tienen otros problemas, aparte de ser señalados a su paso por las calles. De un tiempo a esta parte los colegios de élite del municipio, escuelas internacionales donde se dan clase en diversos idiomas, han comenzado a poner anuncios en la radio, algo impensable hace tan solo un año. A estos colegios les han empezado a desaparecer alumnos, y no ya por el covid o las dificultades de sus principales clientes, los británicos, sino en particular por los estudiantes rusos. Muy generosos de manera habitual, dejan buenas propinas, y reparan poco en gastos. Todos se han visto pillados entre la espada, la pared debido a las fuertes restricciones a las que están sujetos los fondos que entren o salgan de Rusia. Cuentan por Marbella que antes de verano cierto empresario de San Petersburgo reclamó ante la judicatura una mayor mano izquierda para poder manejar sus fondos.

Las regulaciones de emergencia para presionar al gobierno de Vladimir Putin afectan a sus ciudadanos, y lo que hubieran sido un par de llamadas o una visita al cajero hace no mucho, hoy se torna en verdaderas dificultades de las de a diario. Al parecer este ciudadano solicitó al juez que le permitieran tocar sus fondos, por una cuestión de manejo en gastos comunes. Las sanciones internacionales limitaban su ‘dinero de bolsillo’ a 6.000 euros mensuales para gastos como el recibo de la luz, supermercado, agua, o gasolina. El ruso se quejó porque el montante de sus gastos durante su estancia marbellí en treinta días se disparaban a más de 25.000. Con lo que le dejaban, ‘no le daba para acabar el mes, y por eso pedía más. 

Parejas mixtas

Que haya muchas parejas con cada uno de los cónyuges procedentes de uno u otro país, crea una atmósfera más enrarecida aún. El conflicto armado que existe en Ucrania no tiene apenas reflejo en el devenir diario. En Estepona se da una casuística bastante única: cerca del parque zoológico Selwo hay una iglesia ortodoxa, reconocible desde lejos con sus cúpulas cromadas, el denominado Templo de la Ascensión. Lo llamativo es que se trata de una religión que une a creyentes de ambas partes, rusos y ucranianos. Desde que comenzó la invasión decenas de lazos con los colores de Ucrania rodean el edificio y nadie se ha quejado, molestado u ofendido. No parece ser una fuente de problemas, sino algo que apesadumbra a todos y en cierto modo, los une.

Tanto a primera hora como al caer el sol es habitual verles pasear por la llamada ‘senda litoral’, una suerte de pasarela que recorre la costa malagueña y que se puede recorrer a pie. Son fácilmente reconocibles al oírles hablar, siempre en niveles muy respetuosos, pero usando vocablos claramente eslavos. Su nivel económico era reconocible antes del conflicto, ataviados con ropa cómoda, chándales, pero de marcas prémium. Ahora se han acabado las volutas rococó de Versace, los dorados de Fendi, las joyas brillantes, los colores llamativos y los relojes exclusivos bien a la vista. Se han vuelto discretos, y mientras el conflicto esté en marcha, seguirán teniendo todo esto tan escondido como sus coches. Llegarán tiempos mejores, para ellos y para nosotros. 

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