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La Unión Europea, desbordada por las nuevas tecnologías de Inteligencia Artificial

«Nadie podrá obstaculizar el desarrollo de estas nuevas tecnologías digitales. Por otro lado, ofrecerá en sí elementos positivos ligados a la ciencia o a la medicina»

La Unión Europea, desbordada por las nuevas tecnologías de Inteligencia Artificial

Ilustración. La Unión Europea desbordada por la Inteligencia Artificial | Europa Press

Algunos expertos creen que regular severamente, hasta casi la prohibición, las últimas aplicaciones de Inteligencia Artificial (IA) es como poner puertas al campo. Y sin embargo algo hay que hacer.  Recuerda un poco como cuando apareció Internet y luego gradualmente las redes sociales. Se alertó del peligro, pero también se reconocieron sus bondades. Al final se establecieron filtros para controlar la vertiente dañina del sistema. Más tarde los países construyeron sus sistemas de protección de datos y surgieron los algoritmos. La Unión Europea, a diferencia  de Estados Unidos y el Reino Unido, todavía no se ha puesto de acuerdo para vigilar o supervisar las últimas herramientas del mundo digital. En concreto ChatGPT, propiedad de la empresa OpenAI, con capacidad para conversar con el usuario y de responder de manera mucho más sofisticada que, por ejemplo, Wikipedia o de crear relatos literarios o ensayos. A lo mejor ya no habrá plagios, porque todo estará plagiado o semiplagiado.

¿Se acuerdan del maquiavélico Hal 9000, ese robot que echaba al traste una misión galáctica en la novela de Arthur Clarke, 2001 Odisea en el espacio, llevada luego al cine por Stanley Kubrick, o ese otro humanoide en Alien: el octavo pasajero? También había graciosos animales robóticos, un cariñoso oso de peluche pequeñito, como en una cinta sobre el tema de Steven Spielberg ¿Quién nos puede asegurar que en el futuro nuestro interlocutor sea un robot y no un humano? ¿Y con qué intenciones? La realidad actual es que ChatGPT, cuando la lanzó al mercado en noviembre OpenAI, tenía en tan sólo una semana un millón de usuarios y cien millones en dos meses. La propia empresa confiesa haberse visto desbordada. El multimillonario Elon Musk ya está preparando otra igual y Microsoft y Google siguen los pasos. Un candidato a superar el duro examen para ser miembro de la asociación de juristas de Estados Unidos confesó haber superado la prueba con el 90% de aciertos recurriendo a esta aplicación.

El semanario The Economist dedica en su último número un especial sobre inteligencia artificial. La portada es muy original e ilustrativa de la situación: la inicial de I (Inteligencia) con un hálito santo en su cabecera y la de A (Artificial) con los cuernos y la cola del diablo. En definitiva, lo bueno y lo malo de IA. Los riesgos potenciales de su desarrollo a una velocidad supersónica si se considera que el fenómeno de la inteligencia artificial tiene apenas diez años de existencia.

ChatGPT, en su última versión, la  cuatro, (ya se prepara una nueva, la cinco) de los llamados modelos de amplio lenguaje (LLMS en sus siglas en inglés), suministra cantidades millonarias de datos para construir textos y mantener diálogos con el usuario. Obsérvese que el diálogo no es con un programa tipo Wikipedia, en Internet, sino directamente con un robot que puede ser manipulado. Hace unos días un joven amigo mío me puso a prueba en la elaboración de un pequeño texto literario. Proporcionamos al ordenador dos o tres ideas y al instante, recurriendo a ChatGPT, apareció un texto sin erratas de una extensión de un folio. Ignoro si dándole más instrucciones hubiese sido capaz de elaborar toda una novela. ¿Para qué escribir, entonces?, me pregunté un tanto frustrado. ¿La herramienta tiene más imaginación que el autor de un texto?, continué preguntándome.

En la Unión Europea no hay todavía una posición común, aunque los 27 socios están de acuerdo en que hay que establecer una normativa al respecto de igual modo que en su momento se decidió crear un sistema de protección de datos. Las agencias especializadas están ya manteniendo negociaciones para establecer una postura común. Italia, por ejemplo, ha decidido de momento impedir el uso de ChatGPT. Pero el prohibicionismo no resolverá nada a la larga. Nadie podrá obstaculizar el desarrollo de estas nuevas tecnologías digitales en el futuro. Por otro lado, ofrecerá en sí elementos positivos ligados a la ciencia o a la medicina. La Comisión Europea sostiene que bien aplicadas existen ya regulaciones para controlar los efectos dañinos de esta clase de herramientas. El comisario europeo de Mercado Interior, Thierry Breton, ha manifestado que a su juicio los contenidos elaborados por IA deberán llevar una advertencia que especifique su origen.  De hecho, el problema es que muchas de las respuestas que ofrece un sistema como ChatGPT son coherentes, pero no necesariamente ciertas. 

Y ahí radica precisamente el potencial peligro de su uso y la manipulación que comporta. Una herramienta como ésta puede ser muy buena, por ejemplo, en la investigación sobre el cambio climático, pero nadie puede garantizar que alguien a través de ella la utilice para crear un virus -la reciente pandemia del covid dio lugar a muchas sospechas- o planificar un atentado terrorista.

No estamos ya lejos de identificarnos con obras de ciencia ficción como las novelas de Isaac Asimov o filmes como los de James Bond o Blade Runner. La ficción de entonces es la realidad de hoy, en plena era de la digitalización.

España figura entre los países europeos punteros en el uso de la inteligencia artificial. Sin embargo, según una macroencuesta reciente sobre percepción social de la ciencia, un 70% de los españoles interrogados teme el desarrollo incierto de esta nueva tecnología y un 72,7% opina que afectará a la pérdida de puestos de trabajo. Esto último ya no es una novedad pues desde la aparición de la robótica se han producido muchas pérdidas de empleo en el mundo. Los robots sustituyeron a los humanos en muchas empresas. Sin embargo, la novedad de ahora es que gracias a la robótica se han creado empleos que antes no existían. 

Los expertos, según The Economist, no describen un cuadro dramático a corto plazo -un mundo dominado por robots- pero sí alertan del riesgo potencial que comportarán las nuevas tecnologías si se hace mal uso de ellas. 
En el debate está evidentemente la gran cuestión: si un robot en el futuro será capaz de sentir, de reír, de llorar, de gritar o de amar. Ése es un apasionante tema, que hoy por hoy parece irrealizable. El escritor británico Ian McEwan describía en su novela Máquinas como yo (Anagrama, 2019) un mundo donde un restringido grupo de individuos poseía durante el periodo de gobierno de Margaret Thatcher durante los ochenta unos seres clones de humanos capacitados para sentir el amor y el dolor. Tanto es así que uno de ellos se enamoraba de la pareja de su vecino y era correspondido. Fascinante.

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