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Opinión

En defensa de Pablo Motos

«Solo un cínico, un ignorante o un estúpido puede asegurar que Feijóo llegará a La Moncloa por lo que digan Motos o sus tertulianos»

En defensa de Pablo Motos

El presentador Pablo Motos, en una emisión de 'El hormiguero'. | Atresmedia

Espero me perdonen la contradicción. A Pablo Motos no hace falta que le defienda nadie. Porque lo ven en su Hormiguero más de tres millones de personas cada día. Dirige y presenta el espacio más seguido de la televisión en España. Más de 17 años. Más de 2.600 programas. Todo aspirante a famoso mataría por estar sentado junto a Trancas y Barrancas. En la televisión los votos no se dan cada cuatro años. En la televisión el sufragio se ejerce cada vez que usted coge el mando y Motos lleva ganando por mayoría absoluta desde hace tiempo. Pablo Motos no necesita defensa, pero voy a defenderlo. Ya saben que el columnismo es, entre otras cosas, esto que pretendo perpetrar. Una contradicción en una ristra de párrafos que le dan juego a usted, querido lector, para que comente, lo comparta o se acuerde, quizá con modales hoscos, de los progenitores del autor de estas líneas. 

Voy a defender a Pablo Motos porque creo injusto e injustificado el ataque reiterativo de los que, navegando a favor de la corriente, desean terminar con él. Llevan tiempo. Están en ello. Empeñados destacados miembros de Podemos y algún que otro miembro del PSOE, en convertir a Pablo Motos en poco menos que en un trasunto de Goebbels, pero pelirrojo y de Requena. Tarea hercúlea que algunos repiten con la profesionalidad del avezado abrazafarolas. Para unos cuantos es el caballo de Troya de la extrema derecha. Para otros es el mayor blanqueador de fascistas del reino. Para muchos es el objetivo a derribar. Todo con la hipérbole habitual de los tiempos que nos han tocado vivir. 

Motos hace un tiempo pisó la cola del tigre. Hacía, y hace, un programa de entretenimiento, pero un buen día se le ocurrió montar una tertulia en su programa. Recuérdelo, había una pandemia, los invitados no podían salir de casa y decidió juntar a un grupo heterogéneo de panelistas. Tamara Falcó, Juan del Val, Nuria Roca, Cristina Pardo, Rubén Amón, María Dabán. Todos ellos sentados alrededor de una mesa y comentando asuntos de la actualidad. Ya lo sé, innovación televisiva no es, pero supo que ustedes lo veían. «¡Y encima es más barato que la ciencia!» , debió pensar Motos. Y eso puede que incomodara en algunos salones morados, rojos o mediopensionistas. 

«Es precisamente cuando la turba arranca su injusta campaña, con claras motivaciones políticas, cuando hay que salir en auxilio del perseguido»

«Las hormigas graciosas se transformaron en escorpiones», expresó, quejoso, el director de Comunicación del PSOE, Ion Antolín en Twitter hace unos pocos días. Sánchez, sin dar nombres y ante sus diputados, se acordó de lo que él llamó «gentes que se dedican a pontificar e insultar sin derecho a réplica». ¿Una mesa de cuatro personas comentando la actualidad y criticando al Ejecutivo en una televisión privada? Así es, tal cual lo está leyendo. ¿A qué da miedo? No, es obvio que no lo da. Por más aspavientos que se hagan para llamar la atención en la espiral del victimismo en que muchos se hayan instalados. Los programas mutan, evolucionan. En 17 años de televisión da tiempo, créanme, para traer a Will Smith para que cante el Torito Bravo, entrevistar a Isabel Pantoja tras salir de la cárcel y  comentar el adelanto electoral de Pedro Sánchez. Eso es la televisión. Eso es la vida. 

Una cosa es cierta. Pablo Motos al igual que le cae bien a mucha gente, le cae mal a otras tantas personas. Es lícito. De hecho, Pablo Motos no es un santo. Se equivoca, ¿y quién no? Y sí, no hacía falta ningún spot capcioso del Ministerio de Igualdad para conocer que ha tenido comportamientos machistas en su programa. Preguntas y situaciones que, vistas hoy, nos chirrían. También es cierto que en 17 años cambian un país y una moral. Sin embargo, es precisamente cuando la turba arranca su injusta campaña, promovida desde ese spot y con claras motivaciones políticas, cuando hay que salir en auxilio del perseguido. No se elige a Motos desde el puro azar, como si se tratara, a lo Match Point, de una bola golpeando la red y decantándose por un lado u otro de la pista en un partido de tenis. 

Se acercan las elecciones y han apretado la maquinaria. No bastó con intentar matar —mediáticamente— al «machista» de Motos. Ahora tienen el foco puesto en la tertulia «trumpista» de El hormiguero. Y es importante dejarlo por escrito. Solo un cínico, un ignorante o un estúpido puede concluir que Pablo Motos es más poderoso que Pedro Sánchez. Solo un cínico, un ignorante o un estúpido puede asegurar que Feijóo llegará a La Moncloa por lo que digan Motos o sus tertulianos. Solo ese tipo de personas pueden hacernos creer que la opinión pública española, según la pintan, poco menos que una amalgama de maleables bobalicones, se deja influir por el comentario ligerito sobre la política patria de la siempre pizpireta Tamara Falcó. Ininteligible, por otra parte, la mayoría de veces. El fin de El hormiguero y de su creador, Pablo Motos, en la televisión no lo decidirá la turba ni ningún político aspirante a Torquemada. Lo decidirá la audiencia. No me digan que no es un ejercicio democrático realmente notable. 

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