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Opinión

Díaz quiere cerrar los bares nocturnos

«Dibujarle al personal el horario de cena incluida la vuelta a casa, es una injerencia intolerable en la vida privada»

Díaz quiere cerrar los bares nocturnos

La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. | Europa Press

Viene Yolanda Díaz, nuevamente, con sus tijeras cubanas, bolivarianas, venezolanas, a cortarle los bajos del traje al empresario y obrero que luchan por sobrevivir a diario. La nueva idea, hoguera entera apagada con gasolina por las redes sociales, es cerrar los restaurantes españoles a partir de las doce de la noche. Menea en el aire Díaz sus bandera vacías: explotación, conciliación laboral, horas extras no pagadas y otros flagelos. Algunos ladridos no la ensordecen: «¿Pero esta señora piensa que los gin-tonics se venden a las once de la mañana y las cajas gordas se hacen con el menú del mediodía?». Yolanda Díaz quiere cerrar bares.

Miguel Tellado, bajo una iluminación, contesta al quite y al pase por los micrófonos frescos de la noche: «Todo el mundo en casa, a partir de las doce, y a leer El manifiesto comunista». Vuelven las injerencias (esa manía, ese trastorno obsesivo compulsivo, esa querencia) del estado intervencionista: decirle a un empresario o a un trabajador anónimo lo que tiene o no tiene que hacer. Se olvida Díaz (quien no podría ser ni alcalde de su pueblo porque allí nadie la votó) del dato más simpático de todos: faltan en España cien mil camareros. Sigo en el rastreo digital y florecen las amapolas: «Esta señora se olvida que el bote, en muchos casos, llega a los doscientos euros semanales, que son propinas». Los números, la nómina, no es todo lo que mueve un bar. La realidad vuelve a ser mucho más de lo que hay, como quiso García-Calvo, bebedor de vino negro.

Isabel Díaz-Ayuso contestó a la gallega de modo explosivo: dibujando la alegría de las calles, la pintura de los bares llenos, y ejemplificando ese estado de ánimo velado donde gastar dinero es siempre un clima, un ambiente, una temperatura. Grita Yolanda Díaz tras la barra que no conoce: «No podemos pretender seguir ampliando los horarios hasta no sabemos qué hora». El tecnicismo (vaselina para que entre el bolo) lo cuenta también por lo menudo en los micrófonos sonámbulos: «Hay que racionalizar el tiempo de trabajo». Ayuso contestó desde la calle con mucha furia y botones apretados: «Nos quieren puritanos, materialistas, socialistas, sin alma, sin luz y sin restaurantes porque les da la gana. Aburridos y en casa». La adenda aquí, tras el vómito, fue musical: «España es diferente al resto de Europa y tiene la mejor vida nocturna del mundo, con las calles llenas de vida y libertad». «Libertad para los que toman algo», pintó desde París Orlando Pelayo. 

Fue un señor calvo, muy serio, José Luis Yzuel, presidente de la Confederación de Hosteleros de España quien enmendó la plana a la gallega: «No se puede generalizar con los restaurantes que cierran a la una. No es justo. La hostelería no ha hecho más que ajustar horarios desde la pandemia y enfrentarse a las dificultades para cuadrar plantillas. Dar un servicio a la una de la mañana es una auténtica bendición porque hay que pensar en la gente que sale tarde de trabajar». La bendición es la cuenta, siempre la cuenta, porque no es lo mismo las consumiciones antes del ángelus que después de la luna llena. Yzuel siguió por el camino de los ríos y aguas urbanas: «La vicepresidenta segunda meó fuera del tiesto con sus declaraciones. Es mentira lo que dijo que se había reunido con todos los subsectores del turismo. Que yo sepa no se ha reunido con ningún presidente de ningún subsector». Yzuel sabe que Europa ya está españolizada gracias a sus horarios. Yzuel sabe cómo corre el dinero a las horas en que todos los gatos pobres son pardos.

Damos un paso atrás, ampliamos la perspectiva como en las mejores panorámicas de Goya y Velázquez, pero seguimos sin entender esta manía por legitimar libertades privadas en ámbitos públicos: si se puede o no fumar, si se puede o no ir a un bar, etc. Entendemos la cortina de humo presente, para no hablar de la koldocracia ni de la bragueta de Ábalos, pero el bar es el consuelo común de quien no conoce mordidas, comisiones, negocios turbios, corrupción, saqueo o robo gracias a las urnas. Es de una bajeza intolerable atacar a los bares, desafiar a empresarios y camareros, con ese tambor de la demagogia eterna, donde despreciamos lo que hay y queremos lo que no hay, para que al final cierre todo y no haya ni lo soñado ni lo presente, solo el erial y una bola de polvo rodante que suena al telediario de ayer. Dibujarle al personal el horario de cena, a las ocho de la tarde, incluida la vuelta a casa, es una injerencia intolerable en la vida privada que ningún estado puede practicar sin consecuencias.

El único deber político es el bien común y ganar elecciones. Los políticos que no ganan ni en su pueblo natal, ni en su jurisdicción de vida, ahora son ministros y dan lecciones a toda la platea con su panoplia de niebla y miserias. En los otros, los ganadores, hay un tufo de enriquecimiento personal y alcantarilla que ya no puede taparse y llega a la asfixia. Yolanda Díaz, en un bar, no vendería ni un café. La renta vuelve a ser el río revuelto, el barullo, el alboroto, sacar otro tema al ruedo para no hablar del que nos afecta. El pueblo español no regresará a su casa a las doce de la noche a leer El manifiesto comunista porque se lo digan las más altas instancias del Estado. Yolanda Díaz debe pedir perdón. Yolanda Díaz debe arrepentirse por haber perdido en Galicia. Y buscar un bar, cuanto antes, para ajumar a todos sus candidatos a eurodiputados para los que ya no hay silla vacía ni Manifiesto Comunista en la cama.

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