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¿Por qué los precios de los medicamentos siguen subiendo?

La rentabilidad del sector y la legislación estadounidense son algunos de los motivos

¿Por qué los precios de los medicamentos siguen subiendo?

Tabletas de medicamentos | Pixabay

El precio de los medicamentos sigue al laza. Y si ya no solo hablamos de los «básicos», sino que miramos también a los dedicados a tratar enfermedades raras o los nuevos fármacos los precios son aún más desorbitados. Uno de los motivos de esta subida es el aumento de los costes industriales.

En algunos casos, este incremento es de más de dos dígitos en materias primas (Apis) y material de acondicionamiento (cartín, papel, vidrio). Muchos casos, no inferiores al 5%, influye también la partida de gastos salariales (Convenio de Industrias Químicas, Salario mínimo Interprofesional, gastos de Seguridad Social atribuibles a la empresa).

En cuanto al consumo y su posible influencia en los precios, aunque este ha subido un 4,6% ha habido a la vez una bajada del precio medio de las recetas (del -1,19%). Además, y lo más importante, el 50% del consumo en unidades se produce con medicamentos de precio inferior a 6 euros. Por tanto, unos 500 millones de euros de unidades suponen solo 3.000 millones de euros frente a los más de 9.000 millones que suponen los medicamentos de más de 6 euros.

Por otra parte, el Real Decreto de Precios de Referencia establece un precio mínimo de 1,6 euros a precio de venta del laboratorio (PVL) para los medicamentos. Sin embargo, indica a continuación que esto aplica también a los medicamentos que se estén comercializando a menos de 1,6 euros.

Pero, aunque este sea el entorno actual, lo cierto es que la tendencia seguirá al alza, según indican los expertos.

La influencia de Estados Unidos en el precio de los medicamentos

Estados Unidos es el centro de todo el mercado farmacéutico del mundo. Tiene el 4,2% de la población del planeta y las ventas del sector en este país llegan a los 512.000 millones de euros. Según datos de Statista de 2021, esto supone prácticamente la mitad de las que hace en todo el mundo. Europa, a pesar de tener más habitantes, gasta menos de la mitad en medicamentos: 222.000 millones.

Esta diferencia tiene su explicación en la legislación estadounidense, que es más favorable a los intereses de las grandes farmacéuticas. En este país, las compañías tienen libertad para establecer los precios que quieran y subirlos cuando deseen. Es más, desde 2003, una ley prohíbe a Medicare, la gran aseguradora pública que cubre a los mayores de 65 años, utilizar su peso para negociar a la baja sus compras.

En Europa la población cuenta con algún tipo de cobertura sanitaria pública y los gobiernos establecen la política opuesta. Negocian a la baja los precios y someten a los medicamentos a unas evaluaciones estrictas de coste-beneficio antes de comprarlos. Sin embargo, las compañías fijan los precios de partida pensando en el mercado global y, a pesar de los descuentos que puedan conseguir los ejecutivos, los precios que acaban acordando también son altos.

Una ley que supuso el cambio

La verdad sobre la industria farmacéutica es un libro escrito por Marcia Angell, quien también fue editora jefe de una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, The New England Journal of Medicine. En su obra, Angell explica cómo una sola ley cambió por completo la historia de este sector.

Hasta 1980, las dinámicas de las compañías eran bastante previsibles: investigaban, sacaban medicamentos al mercado y fijaban unos precios que no eran ninguna sorpresa para los pagadores. Una razón para esto era que los avances científicos conseguidos gracias a la financiación federal eran de dominio público.

No obstante, la Bayh-Dole Act cambió el paradigma. Su objetivo era acelerar el desarrollo de nuevos tratamientos, pero también abrió la puerta la privatización del mismo. Por ello, científicos, universidades, centros de investigación y pequeñas empresas empezaron a poder patentar esos inventos y venderlos como «licencias exclusivas a las empresas farmacéuticas».

Desde ese momento han aparecido cada vez más startups en el sector que identifican las moléculas o procesos más prometedores, consiguen inversión para su desarrollo y empiezan a investigar para crear nuevos medicamentos. Además, en algún momento a lo largo de proceso, algún gigante del sector las suele adquirir por cantidades millonarias. Como resultado aparecen enormes inversiones financiaras a las que se exigen elevados retornos y que hacen que, cuando las nuevas terapias llegan al mercado, lo hagan con precios muy elevados.

La rentabilidad del sector

Una persona en un laboratorio.
Una persona en un laboratorio. Foto: Pixabay

La revista JAMA publicó en marzo de 2020 un estudio en el que analizaba las grandes empresas cotizadas en Estados Unidos. Sus conclusiones mostraron que los beneficios obtenidos en relación a sus ingresos por las 35 farmacéuticas más grandes prácticamente doblan a los de las 357 de otros sectores (con un 13,8% frente a un 7,7%). A esta misma conclusión llegó en 2015 un informe de la consultora McKinsey.

Estos altos beneficios son fruto de unos precios más elevados. Según los expertos, este es el resultado de las nuevas reglas que establecía la ley Bayh-Dole. «Las empresas del sector necesitan mucho capital para seguir adelante con sus investigaciones. Compiten entre ellas para captar inversores y la forma de tener éxito es ofrecer elevadas rentabilidades», explica Enrique Castellón en El País.

Las repercusiones de esta ley son tantas porque otros países siguieron modelos similares. Muchas farmacéuticas europeas, además, abrieron centros de desarrollo en Estados Unidos para estar más cerca de las nuevas oportunidades de negocio. Por último, las grandes compañías dejaron de depender solo de sus propias investigaciones y pasaron a competir entre ellas para conseguir las startups más prometedoras, con unos precios cada vez más altos. A su vez, esto incrementó la presión inflacionista en los precios.

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