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Por qué el PP no puede aparecer con una telepredicadora, pero a la izquierda le gusta el reiki

Digo que cada vez que la derecha aparece en una procesión, de facto es señalada como inquisidora, meapilas y otras cosas, como totalitaria y franquista

Por qué el PP no puede aparecer con una telepredicadora, pero a la izquierda le gusta el reiki

«Cada vez que la derecha se aparece en una procesión, de facto es señalada como inquisidora, meapilas y otras cosas» | Europa Press

Empezó la semana con la gente pidiendo las sales porque en un acto del PP con los latinos de Madrid había aparecido una telepredicadora evangelista pidiendo la bendición para Feijóo. José Luis Martínez Almeida bailaba desconcertado, divertido y peinado como un niño de domingo en el Barrio de Belén en Medellín o como los Seises de la Catedral de Sevilla. La polémica tomó pie en que la derecha madrileña se juntaba en un acto con una señora que impone las manos para curar tumores. Un interesado lector me reprochó que no escribiera un artículo sobre la relación que la derecha establecía con la religión, que él consideraba tan nociva, una vergüenza que yo evitaba a posta en mis escritos.

Así que vengo dándole vueltas desde hace unos días al asunto de por qué, cada vez que la derecha se arrima a la sacristía, queda señalada como retrógrada y dominada por las supercherías y la izquierda, en cambio, tiene carta blanca para exhibir su querencia por cualquier espiritualidad por majadera que parezca. Me estoy acordando de cuando en Sol en el 15M se organizaban talleres de sanación, reiki y otras hierbas. 

Digo que cada vez que la derecha se aparece en una procesión, de facto es señalada como inquisidora, meapilas y otras cosas, cuando no se aparece directamente como totalitaria, franquista, torquemadista y, en el fondo, ridícula. Si, pongamos, Ayuso felicita la Navidad como un hecho cristiano, enseguida se hace patente un reproche que no aparece cuando la izquierda se apunte con entusiasmo a la festividad de la primera religión que se aparezca siempre que no sea la cristiana. 

«El de derechas, para ser aceptado, tiene que declararse ateo o agnóstico, pues solamente la falta de fe es capaz de conferirle un sello de aprobación»

El de derechas, para ser aceptado, tiene que declararse ateo o agnóstico, pues solamente la falta de fe es capaz de conferirle un sello de aprobación, una garantía de no estar abducido por el oscurantismo propio de nuestro pueblo, esa cosa de fachas y de curas, el lastre atávico de los españoles, ya sabes, gentes que dedican su tiempo en romerías, plegarias, cirios, capirotes y cornetas y traspaso de tronos con vírgenes y cristos. Porque se supone que quedaron al margen de la Ilustración y por eso conviene desfanatizar su vida y sus tradiciones ancladas en el calendario de Roma. Esto lo piensa la nueva izquierda, un movimiento político cuya lideresa se presenta hoy en Domingo de Ramos en Magariños, con palmas y borriquita. Si lo piensa uno, en Podemos mandaba un líder cristoide con su pelo largo, sus apóstoles, sus judas, sus verónicas, magdalenas, su crucifixión y veremos si al tercer año no termina por resucitar. 

El advenimiento de Yolanda, mesías del Sumar y de hacerse las planchas del pelo con Mónica Oltra en el coche oficial, se viene en Domingo de Ramos no por casualidad, pues fue madurando desde los cultos paganos como de bailar alrededor de un ‘chromlech’ de Fene con vestido blanco y coronas de hiedra, hasta el acto de hoy que representa tanto y tan bien la entrada en Jerusalén

A Yolanda esta mañana solo le falta la Banda de Cornetas y Tambores de Salteras -hasta fue a ver al Papa con mantilla-, pero si en la derecha alguien se acerca a menos de seis kilómetros de un cura, he ahí la prueba de que este país vive en las pinturas negras de Goya

La izquierda española tiene una licencia para creer de la que la derecha carece. Y si el Jueves Santo la Esperanza Macarena cruza Sevilla en brazos de la Fe de un pueblo, uno dirá que ya estamos con el fanatismo y con la ridícula costumbre de acarrear muebles y pedazos de madera por las calles. Después, a la vuelta de las vacaciones en algún país de Asia, dará la matraca con la espiritualidad de los pueblos de allí. Contará que estuvo en la ceremonia del mono o de otro animal, probablemente un show para sacarle las perras a los turistas que él, en cambio, describirá con pasión y relatará la escena en la que sentía cómo le traspasaba el corazón el rayo de alguna energía creadora, una revelación que le ha hecho ser otro distinto. Dirá que las marchas de Semana Santa son una tortura insoportable, pero una tarde durante las fiestas de verano, se parará delante de un grupo de esos que tocan la quena con sintetizador y escuchando ‘El cóndor pasa’ jurará que ha entrado en comunión con la Tierra. 

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