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Cultura

David Jiménez Torres: «El excepcionalismo español se ha convertido en el recurso más común de la pereza intelectual»

El escritor y profesor de la Complutense, Premio de No Ficción Libros del Asteroide con ‘El mal dormir’, le daría una tila a Teodoro García Egea y un café largo a Manuel Castells. Los motivos, aquí

David Jiménez Torres: «El excepcionalismo español se ha convertido en el recurso más común de la pereza intelectual»

Laura Martínez | The Objective

En un episodio de la octava temporada de Los Simpson, mucho antes de que la serie de Matt Groening se convirtiera en un aguachirri forzado, sin gracia y repleto de moralinas, un personaje llamado Frank Grimes alucina viendo cómo se alimenta Homer: «Dios, come como un cerdo». «No –corrige Lenny–, no: los cerdos comen masticando; este engulle como un pato». Y, conociendo a David Jiménez Torres (Madrid, 1986), uno tiene la tentación de afirmar que se atiborra de conocimientos como el dibujo animado lo hace con los donuts. No sucede así en realidad: este amante de la sabiduría  (philósophos) es un hombre metódico, que necesita sus tiempos para estudiar, asimilar y divulgar, si bien el actual investigador posdoctoral del Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas de la UCM no cesa en la exploración y la profundización de los campos que le interesan –sobre todo, la Historia y la Literatura–. Jiménez Torres es un curioso terriblemente voraz al que le reconforta, tal y como cuenta a THE OBJECTIVE, «la idea de saber que uno, realmente, podría vivir toda la vida leyendo libros y sorprendiéndose y viéndose enriquecido por ello». Así pues, en la presente entrega de «Náufragos ilustrados» conversamos con este doctor en estudios hispánicos por la Universidad de Cambridge, colaborador en varios medios –El Mundo, esRadio, Onda Cero…–, novelista y ensayista –no ha mucho ganó el I Premio de No Ficción Libros del Asteroide con un libro sobre el insomnio, El mal dormir–.

P: Señor Jiménez Torres, antes de nada, cuénteme algo, una mijilla, sobre El mar dormir.

R: Siempre he dormido mal. Siempre he tenido problemas de sueño. A lo largo de los años, he ido conociendo a mucha gente que me decía que ellos también. Y me fue interesando cada vez más la cuestión del insomnio, de los problemas del sueño. No tanto desde el punto de vista médico, sino de la experiencia. Entonces, vas hurgando y te das cuenta de que, por ejemplo, el insomne es muy solitario. Es una profunda experiencia de soledad. Todas las horas que estás sin dormir son horas que estás sin hablar con nadie, muchas veces, sin leer. Sencillamente, estás dando vueltas en la cama. También hay muchas experiencias de frustración. Esas vivencias del insomnio me interesan mucho, sobre todo, como materia literaria. El mal dormir es un ensayo sobre cómo es ver la vida a través de los ojos de alguien al que le cuesta mucho conciliar el sueño.

A usted, ¿qué le quita el sueño?

Ahora que soy padre primerizo, y de una niña muy pequeña, lo que me quita el sueño, fundamentalmente, son cuestiones relacionadas con la paternidad. Desde lo más abstracto, tipo «¿seré un buen padre?», hasta lo más material de «a esta niña hay que alimentarla; va a haber que pagarle una guardería; va a haber, algún día, que comprarle un juguete del que se aburrirá a las tres horas, pero habrá que comprárselo; habrá que enviarla a campamentos de verano», etcétera. Las preocupaciones de la paternidad irradian a todos los otros aspectos de tu vida. Tienen que ver con el trabajo, cómo consigo un sueldo suficiente para poder pagarle la vida a esta niña, necesitaremos una casa más grande en algún momento, etcétera.

¿Y qué le adormece?

Ojalá hubiera algo que me adormeciera químicamente. Lo que me adormece espiritualmente, muchas veces, es la sucesión de polémicas, sobre todo, en las redes sociales, del día a día. Vivimos en un ecosistema mediático de polémicas de usar y tirar, que duran, a lo mejor, doce horas, y la gente se agita mucho con esa cosa de «uy, lo que ha dicho». Tenemos como doce horas de tuits reaccionando y reaccionando a la reacción, y luego se desvanece en el nombre de la siguiente polémica. Hay muchas veces que eso me genera una enorme pereza. También porque sé que si me salto esta polémica, dentro de doce horas habrá otra distinta. Así que, en realidad, no me pierdo nada. Y otra cosa que me adormece enormemente es la televisión. Me cuesta muchísimo sentir interés por la televisión, aparte de algunas series. Me genera, la verdad, cada vez más rechazo.

¿España está puesta de anfetas o de somníferos?

Creo que España está como ha estado durante bastante tiempo. Dentro de que podemos decir que vivimos una cierta aceleración histórica, supongo que eso tiraría por el camino de las anfetas. Pero no creo que vivamos un momento excepcional. Creo que a toda generación le parece que su época es especial pero, precisamente, lo que nos enseña la Historia es que todas las generaciones han pensado eso. Con lo cual, no siempre puede ser cierto que todo tiempo es especialmente acelerado o especialmente somnoliente.

Dígame un político patrio que necesite una tila.

Intuitivamente, me sale decirte Teodoro García Egea. Da la impresión de que si se quedara tranquilo durante un par de días sin, digamos, enviar demasiados whatsapps o tejer demasiadas operaciones dentro del PP, quizás ese partido iría mejor de como está yendo.

Y otro que necesite un café largo.

Pues, intuitivamente, te diría Manuel Castells. No tanto por los proyectos de reforma universitaria, sino porque me sigue pareciendo una vergüenza que no se haya manifestado de una manera más clara en apoyo de los estudiantes constitucionalistas de la organización S’ha Acabat, que, cada vez que intentan organizar un acto en alguna universidad pública catalana, tienen que enfrentarse a boicots, escraches, necesitan protección de la policía… Un ministro de Universidades, hombre, no tiene muchas competencias, pero, al menos, la competencia moral de tener que salir en esos momentos, sobre todo, para proteger una cuestión fundamental de la universidad, que es la libertad de expresión, sin estar expuesto a coacciones, sobre todo, de chavales muy jóvenes. A veces nos olvidamos de que son chavales de 18 a 20 años…

Chiquilicuatres, como dice Aguirre.

Sí. Yo estaba pensando en los de S’ha Acabat, que siendo tan jóvenes…

Perdón. Pensé que se refería a los otros.

De los otros, incluso cosas peores que «chiquilicuatres» diría. En definitiva, me parece que ahí sí que está habiendo una dejación de funciones por parte de este ministro en particular muy grave.

Foto: Laura Martínez | The Objective.

Hace unos días, Jorge Freire me decía que «hay que arrumbar definitivamente la tesis del excepcionalismo español». ¿Suscribe?

Lo suscribo cien por cien, lo que pasa es que aquí hay un equilibrio difícil. A los historiadores siempre nos cuesta encontrar el equilibrio de, por un lado, echar a un lado el excepcionalismo español, y por otro, dejar claro que España, como todos los casos nacionales, tiene particularidades. España no es como Francia porque si fuera como Francia, sería Francia. La cuestión es intentar salir de mucha pereza intelectual que hemos heredado de sentir que España era incapaz para ciertas cosas, para ciertos procesos… Hasta la Transición, se pensaba que España era incapaz de construir una democracia real, y hay muchos que siguen diciendo que, en realidad, seguimos siéndolo. En realidad, es una pereza que se extiende a muchos ámbitos distintos… Recuerdo, en las primeras semanas de la pandemia, que muchos que defendían que no había nada raro en que en España hubiera tantos casos, decían que era porque aquí nos abrazábamos mucho, y nos besábamos mucho, y éramos una cultura muy sobona porque, por lo visto, no hay otros países del sur de Europa en los que también se abracen y se besen, y luego vimos que en muchos países del norte de Europa, donde se supone que sólo viven gélidos protestantes, también había muchísimos casos. El excepcionalismo español, sobre todo, se ha convertido en el recurso más común de la pereza intelectual. Lo cual, de nuevo, no significa que no importe entender las cuestiones que han pasado aquí, que se han desarrollado aquí y que son específicas de España. Esto pasa mucho con la cultura de la cancelación. Estamos mucho tiempo hablando de lo que pasa en universidades estadounidenses, que es muy distinto de lo que pasa en universidades españolas. Te acabo de poner el caso de S’ha Acabat. Hombre, lo que ocurre a S’ha Acabat podría contar como cultura de la cancelación, pero cuando hablamos de cultura de la cancelación parece que sólo hablamos de cuestiones relacionadas con la raza o el género, cuestiones que vemos en las universidades anglosajonas. Entonces, creo que ese no prestar atención a las especificidades españolas nos hace, muchas veces, errar en el diagnóstico.

El enunciado orteguiano de «España es el problema, Europa la solución», ¿es un yogur caducado?

Sí, y siempre lo fue en el sentido de que Ortega dice «Europa», pero no está queriendo decir Lituania, Eslovaquia o muchos de los países que hoy en día están en la UE. Una de las grandes trampas que nos hemos hecho los españoles cuando hablamos de Europa es que, en realidad, decimos «Europa», pero queremos decir tres países: Alemania, Francia y Reino Unido. De nuevo, hombre, un país del tamaño de España tiene mucho que podría imitar de ellos, pero esta idea de que hay una normalidad europea, un, digamos, mínimo común denominador europeo, nunca ha sido realmente cierto. Era más cierto durante el franquismo, cuando es verdad que la mayoría de los países de nuestro entorno eran democracias más o menos consolidadas, y España y Portugal, en esto, sí que eran distintas. La cuestión también es entender que porque algo sea normal en otros países europeos no significa que sea bueno. Otra de las trampas que nos hacemos es pensar que «habitual» significa «deseable», y no significa lo mismo. Pero también que porque suceda en otros países, no significa que no puede suceder aquí. Volvemos a la cosa del excepcionalismo español. No es verdad que sea imposible para los españoles despolitizar la justicia de la manera en la que muchas veces pide la UE. No hay nada en el agua aquí que nos impida llegar a una cultura política más sana en este sentido. Yo creo que todo se vuelve más sencillo cuando miramos las propuestas en base a sí mismas, y no en base a si «esto se hace en Europa/esto no se hace en Europa».

¿Cuál es, en su opinión, la principal enfermedad que aqueja a Occidente?

Yo aquí diría que, en realidad, la pregunta es «qué enfermedad aqueja a todos los demás lugares del mundo». Hablamos mucho de la enfermedad de Occidente, pero no conozco a muchos occidentales que quieran vivir en otras partes del mundo. Precisamente, una de las cuestiones que genera tensión en las sociedades occidentales actuales, que es la inmigración, es un testamento de que las otras partes del mundo, generalmente, están bastante peor que los países de lo que consideramos Occidente. Por otra parte, ninguno de los modelos alternativos que se ofrecen a Occidente de manera consciente, por ejemplo, Rusia, China, o el fundamentalismo islámico, los países que, conscientemente, dicen: «nosotros ofrecemos un modelo alternativo al occidental»… yo no quiero vivir ahí. No sé tú, no sé si alguien que lea esta entrevista. Desde luego, no hay un movimiento masivo de gente que se está yendo de España a Rusia, o de Francia a China, o de Alemania a Irán, porque esos modelos sean superiores.

También le digo: hay peña que dice que esos modelos, cuando menos, no son inferiores. Discrepo absolutamente, claro, pero oírse, se oye.

Hombre, superiores o inferiores… sí, es un debate complicado de tener, evidentemente. Pero yo voy a una cosa bastante más sencilla: ¿yo quiero vivir ahí? Desde luego que no. Tenemos el caso extremo de países como Cuba o Venezuela. ¿Mejores o peores? Bueno, la gente vota con los pies, o, en el caso de los pobres cubanos, con las balsas. El flujo migratorio va en una dirección, no en la otra. Entonces, si me dices «¿cuál es el problema de Occidente?», yo te diría que es cumplir con las increíbles expectativas que ha generado su éxito del último siglo/siglo y medio. El hecho de que esperamos unas vidas que, históricamente, no tienen parangón. Habitamos un momento histórico de un privilegio tan grande que, precisamente, mucha parte de la frustración que sentimos, justificada, no digo que no, es una frustración de expectativas: esperábamos una gran vida dentro las sociedades occidentales y muchas veces nos cuesta encontrarla, pero no la vamos a encontrar fuera de las sociedades occidentales. Eso sí que lo tengo claro.

¿Dios ha muerto?

Hombre, yo, como agnóstico, la respuesta fácil que te puedo dar es: puede que sí, puede que no (risas).

Y eso que no es gallego.

No, no soy gallego. Al contrario: soy muy mesetario. En cualquier caso, yo no puedo hablar por nadie más que por mí, pero estoy muy cómodo con la idea de un universo en el que sólo hay… un universo, y no una deidad o una forma de vida superior que haya dispuesto las cosas de tal manera. En la carrera en la que yo estaba en mi universidad, los de letras teníamos que hacer dos asignaturas de ciencias, y yo escogí dos asignaturas de astronomía. Y fueron, probablemente, las dos mejores asignaturas que di en toda la carrera. Exponerte a lo increíblemente enorme que es el cosmos y lo increíblemente interesante que es pensar que todo eso ha sucedido porque sí… Hay algo mucho más interesante y misterioso si piensas que no hay una mente detrás del Universo. Y me siento muy cómodo con eso. Luego, si te refieres a nivel social, sabemos que la Historia no es un progreso lineal. La Historia va, muchas veces, en oscilaciones y vaivenes. Entonces, puede que nuestros hijos o nuestros nietos conozcan una época de un renacer religioso. ¿Por qué no?

¿Cuáles serían los nuevos becerros de oro?

(Piensa) Creo que el nuevo becerro de oro es el selfie. No hay mayor becerro de oro en nuestra época.

El selfie es el nuevo becerro de oro, ¿y los instagrammers, los falsos profetas?

Fíjate, para toda la crítica que se hace a los instagrammers, influencers o lo que queramos decir, nunca me ha quedado claro cuánto mal hacen. Entiendo que el falso profeta es alguien que hace algún daño. Por ejemplo, si me preguntas por falsos profetas de hoy, intuitivamente, pensaría más en alguien como Iván Redondo que en un instagrammer que enseña, yo qué sé, ropa de temporada o un brunch fastuoso que se está comiendo. Si acaso, mi crítica para ese mundo iría por la banalidad, pero lo que puede ser más preocupante es gente ya más implicada en una política más clásica.

Vamos acabando, David. A usted, ¿qué le reconforta?

Me reconforta mucho la extraordinaria riqueza de la lectura. Es decir, la idea de saber que uno, realmente, podría vivir toda la vida leyendo libros y sorprendiéndose y viéndose enriquecido por ello. Sobre todo, en las áreas que más me interesan, que son la Historia y la Literatura. Saber que, en realidad, esta cosa que a muchos les provoca angustia, la idea de que te morirás sin haber leído el 5% de los libros que querrías leer, a mí, hasta cierto punto, me reconforta: significa que siempre va a haber buenos libros que leer. Por mucho que el mundo se vaya a la mierda, puedes ponerte a leer cosas que te van a marcar de una manera mucho más profunda que muchas de las cosas que nos apasionan en el día a día. Eso me tranquiliza mucho. Puede que llegue a los 80 años, que haya tenido muchas cosas que no me hayan ido bien en la vida, pero puedo sentarme a leer un clásico tipo Guerra y paz, que no haya leído hasta entonces, y tener cuatro/cinco meses por delante de puro placer. Eso me da una gran tranquilidad vital.

Y, para terminar, ¿qué sueño le queda por cumplir?

Ese es sencillo: ser un buen padre.

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