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Tu cuerpo es bonito si da dinero

«Hay algo en el atractivo físico que tuerce voluntades, concita benevolencias y doblega antipatías»

Tu cuerpo es bonito si da dinero

Modelos deportivos de la firma GOI.

Durante un par de tardes, he seguido un poco el rastro profesional de Nona Sobo. Se trata de una actriz de origen tailandés y apenas veinte años de edad que debutó en la serie Entrevías. Es muy guapa. La serie lo sabe y te lo muestra, más o menos durante cinco minutos en cada episodio. Fuera de esta producción, Nona hace sus cosas. Por ejemplo, mantiene una cuenta en Instagram, llena de glamour y lucimiento. En algún momento de este año 2022, la actriz decidió operarse los pechos. En Entrevías se percibe que, naturalmente, tiene un busto humilde, como puede verse también en sus imágenes de Instagram a lo largo del año 2021. En una de esas imágenes, de hecho, ella misma había escrito: «Me tapo la teta que no tengo».

Se ha hablado mucho estos días de mujeres con sobrepeso a raíz de la famosa campaña del Instituto de las Mujeres. La teoría detrás del discutido cartel es que hay un canon de belleza femenina, impuesto por los medios de comunicación para controlar a las mujeres y hacerlas infelices, y que aquellas cuyos cuerpos no se ajustan a un puñado de coordenadas estéticas son vejadas y perjudicadas en todos los ámbitos de la vida, desde el más íntimo al puramente profesional. Solo esto último es completamente cierto.

Sobre el primer tramo del argumento tengo mis dudas. Cuesta creer que algo tan visceral como la belleza pueda modelarse, imponerse y conducirse. La belleza es manifiesta, casi matemática. El arte antiguo dedicó obras y teorías a entender qué hacía de un cuerpo una pieza bella. Quizá eran las medidas, ciertas proporciones (Vitruvio propuso las suyas en el siglo I a. de C.), una pose concreta (véase El desnudo, de Kenneth Clark). El pintor Zeuxis recomendaba ya en el siglo IV a. de C. (cosa que luego hicieron Rafael o Durero) tomar partes perfectas de cuerpos de modelos distintas y reunirlas todas en una sola obra, para orquestar la belleza total.

Saltando más de dos mil años, podemos sugerir que en algo parecido consiste la cirugía estética: una perfección basada en el ensamblaje sucesivo de partes ideales del cuerpo de la mujer.

Mi impresión es que la belleza femenina no viene ordenada por el poder, sino que lo da. No hay una gran conspiración mundial para hacer sufrir a las mujeres si no son tan guapas como Nona Sobo o, qué sé yo, Jessica Chastain. No se controla a través de la belleza; la belleza misma te da el control.

Hay algo en el atractivo físico que tuerce voluntades, concita benevolencias y doblega antipatías. Queremos acogernos a lo bello, quizá por esa suerte de tríada suprema que los griegos establecían con lo verdadero y lo bueno. Si una mujer es guapa, parece que en todo lo demás no podrá disgustarnos. En este periódico leímos hace poco que «la ropa atractiva puede hacer que una mujer parezca más inteligente, incluso más fiel, según unos investigadores de la Universidad de Bedfordshire». Ante una mujer sexy, guapa, mona (lo que quieran), ningún hombre (habrá que añadir: heterosexual) cree que sea posible equivocarse. Esa mujer debe de ser lo que buscaban, como novia, como líder, como empleada, como ídolo.

Un día hablaba con otro periodista sobre las capacidades políticas de Irene Montero. Era una charla informal. Yo le ponía a Montero todas las pegas del mundo, y mi interlocutor movía la cabeza. Y razonó, al cabo: «Es que, desde que es ministra, se ha puesto muy guapa». Pues no hay nada más que añadir, consideré. Si una mujer te parece guapa, la votas. La lees. La contratas. La escuchas. La invitas. Quizá no sea casualidad que hoy todas las políticas españolas de primera línea sean jóvenes, delgadas, guapas, muy producidas. Irene Montero, Ione Belarra, Macarena Olona, Andrea Fernández, Bea Fanjul, Isabel Díaz Ayuso… Díganme si todas estas mujeres no podrían pasar mágicamente a presentar telediarios en La Sexta, cuyo criterio para seleccionar presentadoras no parece muy misterioso. Guapa, joven, delgada.

Naomi Wolf en El mito de la belleza (1990) o Katharine Hakim en Capital erótico (2001) dan cuenta de este tira y afloja que el cuerpo incitante de la mujer genera en la sociedad. Wolf subraya, como feminista, la desigualdad de trato que recibe una mujer mayor o gorda frente al que se dispensa a un hombre también viejo o poco agraciado; Hakim, como liberal, propone asumir que la belleza da dinero y sacar ventaja de ello. Es la postura de Hakim la que impera hoy en día, incluso entre mujeres feministas y progresistas. Nadie renuncia ya a la ventaja social y laboral de la belleza, sea natural, sea cirujana. Tu cuerpo es bonito si da dinero, parece ser el auténtico canon estético contemporáneo.

Así, Nona Sobo se ha operado (reconozco que me da como pena, la verdad) porque sabe que, con un pecho mayor, su carrera profesional será más exitosa. Por otro lado, las chicas gordas apeladas en el cartel de marras no van a ser nunca portavoces de Podemos, presentadoras de La Sexta ni novias de un jugador del Real Madrid, y ése es el verdadero drama. No porque no alcancen los estándares de belleza impuestos por el Mal, sino porque no pueden competir como producto en el mercado transversal del capital erótico. «El cuerpo es el más bello objeto de consumo», dijo Jean Baudrillard hace medio siglo. Por si no se han enterado, esto no va de sexo, sino de éxito.

No existe por tanto un «cuerpo normativo», dado que la norma no puede coincidir con la excelencia. Simplemente existe una minoría de gente que está buenísima, y tú no. Y existen además cuerpos ideales, ficciones al cabo (piensen en cómo una mujer puede al mismo tiempo operarse y después retocar digitalmente las fotos que tome de su cuerpo ya retocado por la cirugía estética, como en una escalada de la propia falsificación física), que tensan el espectro de la feminidad hasta producir terribles daños colaterales: todas aquellas mujeres que no son guapas, que son gordas, que son feas, cuya desventaja es definitiva.

Que un día alguien pueda llamar «foca» a una mujer con sobrepeso por la calle o en la playa es, no les quepa duda, el menor de sus problemas. Sola en su casa, mirando Internet a diario, cualquier mujer sin atractivo físico evidente (ya sea por el decaimiento propio de la edad, ya por su desafortunada dote genética) sufre infinitamente más que siendo insultada a la cara por uno que pasa, una tarde.

De este modo, el cartel del Instituto de las Mujeres se revela, lógicamente, inútil a todos los efectos. La gordofobia existe en la medida en la que hemos leído que existe en Estados Unidos y Reino Unido, y la hemos importado. El entorno del ministerio de Igualdad necesita causas, y lejos de estudiar el país en el que viven, copian y pegan tendencias de batalla de países que desconocen. Si en España hay gordos, habrá gordofobia, fue el cálculo.

Naomi Wolf dijo que la celulitis llegó a Estados Unidos en 1972 de la mano de Vogue. Resulta irónico que la gordofobia haya llegado a España en 2022 de la mano del Ministerio de Igualdad. Antes no había. La gente critica el físico de otra gente a todas horas. El físico de cualquiera.

Una pirueta final. Si creen que las mujeres gordas, obesas, con sobrepeso o poco agraciadas viven un infierno, como así es sin duda alguna, deberían investigar someramente el infierno que pueden llegar a vivir las mujeres guapas a manos de, ojo, las mujeres gordas, obesas, con sobrepeso o poco agraciadas. «Cualquier mujer guapa sabe que no existe la solidaridad entre mujeres», me confesó una vez una amiga muy guapa. Hace falta un #MeToo de mujeres guapas que en la adolescencia se besaron con un chico dos cursos por encima y de inmediato sufrieron acoso y agresiones por parte de las chicas feas de su misma clase.

La, así llamada, «violencia estética» no está muy claro si se dirige hacia las feas por ser feas o hacia las guapas por ser guapas. Habría que darle una vuelta a eso, amigas.

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