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Cultura

Julio Llamazares: «Me preocupa la falta de memoria en España»

THE OBJECTIVE ha hablado con el escritor de la célebre novela ‘La lluvia amarilla’ sobre la memoria, el estado actual del periodismo y ‘Vagalume’, su próximo libro

Julio Llamazares: «Me preocupa la falta de memoria en España»

Julio Llamazares | Carmen Suárez

Leer a Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) es ir esbozando preguntas que sugieren sus libros para luego buscar esas respuestas. Nada deja indiferente al lector porque la escritura de Llamazares es filosófica, meditada, profunda. Siempre hay una reflexión de fondo, una idea que, a través de los personajes, se convierte en eje central de la vida del lector. Hay un proceso de empatía. Como cuando terminamos de leer La lluvia amarilla (1988) y nos sentíamos igual de solos y desprotegidos que Andrés, el último habitante de Ainielle, huérfanos tras la desaparición del pueblo. 

En la mayoría de sus libros se percibe esa sensación de desarraigo porque nació en el desaparecido pueblo leonés de Vegamián, antes de que la localidad quedase inundada por el embalse del Porma. Tras la destrucción de Vegamián se muda con su familia a Olleros de Sabero. Fue consciente por primera vez de que el pueblo de su niñez desapareció cuando vaciaron el embalse para un arreglo técnico de la presa, 20 años más tarde. La infancia en ambos pueblos marca, en adelante, su vida; también lo hará con parte de su obra. THE OBJECTIVE ha charlado con el escritor, en su casa, entre libros y películas, sobre ese sentimiento de desarraigo, la memoria y sus preocupaciones por el mundo actual.

PREGUNTA.- ¿Es la memoria nuestro gran patrimonio? 

RESPUESTA.- Lo que nos define como personas es la memoria. De hecho, cuando hay una enfermedad terrible como el Alzheimer se anula no solo la personalidad sino a la persona. Cuando alguien no recuerda ya nada es como un molde vacío. De hecho, yo recuerdo haber escrito ya hace mucho tiempo un artículo que se llama «La memoria Frankenstein», a propósito de la idea del primer trasplante de cerebro que se intentaría realizar. Nunca se llevó a cabo, pero ya se hablaba de que algún día se podría trasplantar el cerebro. Es una cosa como de ciencia ficción o medicina ficción. Yo me planteaba si eso llegará a suceder, al igual que trasplantan el corazón o cualquier otro órgano. ¿Qué persona sería la que sale del hospital? ¿Sería dueño del antiguo cerebro o del antiguo cuerpo? Es decir, ¿a qué casa volvería? ¿Con qué persona volvería a estar? Porque al fin y al cabo el cuerpo no es nada sin un cerebro que lo rige. Digamos que para mí lo que define la persona y la personalidad es la memoria, el patrimonio memorial, y más en el caso de un escritor. 

P.- Dice que «los recuerdos son escenas de cine mudo». ¿Son los recuerdos algo imprescindible para la escritura? 

R.-Diría que sí. Para todo, para la escritura y para la vida. Todos nos nutrimos de la experiencia propia y de la colectiva, de la ajena, la que se incardina a la nuestra. Proyectamos nuestros deseos o nuestras ideas hacia el futuro en función de nuestra experiencia pasada. Al final cuando tú miras hacia atrás la memoria es como la película de tu vida. Como ocurría en el cine de celuloide. En aquellas películas, de cuando yo era pequeño. El celuloide se iba gastando y se iba rompiendo de pasarlo y al final lo iban pegando, cortando trozos por la censura o por lo que fuera. Y al final la memoria acaba como fragmentada y lo que recordamos no es una película continua, que sería nuestra vida, sino fragmentos de esa película que yo llamo «escenas de cine mudo».

Julio Llamazares | Carmen Suárez

P.- Viene de un mundo que «desapareció». ¿Le ha acompañado la nostalgia todo este tiempo?

R.-Todos los mundos desaparecen y cambian, no solo el mío, porque se transforman. En mi caso, vengo de un mundo que está prácticamente en extinción, que es el mundo campesino y minero, que ha desaparecido. Yo me crié y me formé como persona en este mundo en extinción y ese sentimiento de pérdida es mucho más agudizado. Cuando vuelvo a los lugares en los que viví, ya no existen o están prácticamente en ruinas. Por lo cual ese sentimiento de que la vida es una sucesión de pérdidas lo ves mucho más palmariamente.

P.- ¿Se ha sentido por eso desarraigado en todas partes?

R.-No sé si por eso, pero yo siempre he tenido la sensación –por mi visión de la vida y del mundo– de ser un extranjero que vive en España. Hablo de una extranjería intelectual, por decirlo de una manera un poco solemne. Me siento extraño a todo lo que sucede, desde siempre. Y no porque yo me crea ni más ni menos, sino porque cuando estoy con mucha gente en una celebración, de repente me doy cuenta de que el que sobro soy yo. Los demás están todos de acuerdo en lo que hablan, en lo que dicen, y yo siempre he tenido una sensación de estar fuera de lugar en todos los sitios desde una perspectiva intelectual y moral. Incluso dentro de la literatura española me siento un raro, no porque crea que soy distinto ni mejor ni peor escritor, sino porque veo de lo que escribe la gente y de cómo escribe, y yo no sigo esa corriente.

P.- Su último libro es Primavera extremeña. Lo escribió durante la pandemia y cuenta de algún modo la experiencia de un lugar bello con la naturaleza floreciendo en medio de una tragedia, la pandemia. Es interesante cómo es capaz de hacer de un lugar determinado su propio territorio en la literatura. ¿Cómo surgió la idea del libro?

R.-Lo que hay detrás del libro es la idea de que lo que nos salva de la muerte y de la tragedia de la vida es la belleza y la pasión. Ese libro surgió de una manera azarosa, lógicamente no hubiera existido sin la pandemia. En mi espera del confinamiento, viendo lo que se nos venía encima, hablé con mi mujer y mi hijo. El día antes del confinamiento nos fuimos a una casa en el campo de Extremadura, de la familia de mi mujer. Nos fuimos allí, huyendo de Madrid, que ya era una ciudad como sitiada, pensando que serían dos semanas o diez días y al final estuvimos tres meses. El paso de la muerte de la pandemia coincidió con el paso de la primavera, que fue una primavera espectacular porque llovió muchísimo y cuando llueve el campo de Extremadura explota. Estábamos en medio del campo, con lo cual estábamos en primera línea de primavera, digamos, como la primera línea de playa. Y no había ruido ni gente. Salías por la noche y mirabas el cielo, ni oías ni un ruido, tampoco había coches. Solo un perro que ladraba en alguna casa a lo lejos. Esa sensación de estar fuera del mundo era muy sobrecogedora, a la vez muy protectora, porque el mundo por el que avanzaba la pandemia como un jinete del apocalipsis quedaba lejos en ese sentido. Estábamos aislados del mundo, pero a la vez éramos unos privilegiados precisamente por eso. 

Julio Llamazares | Carmen Suárez

P.- En una de sus últimas columnas escribía que «el presente no existe y nunca existió, sólo es el último segundo del pasado y el primero del futuro». ¿Es el futuro el único tiempo que de verdad poseemos?

R.- Lo que poseemos es la proyección del futuro, porque hasta que no llega no lo poseemos. El tiempo es una materia tan fugaz que es como el agua, que si la pones en la mano se escurre. Entonces la grandeza del tiempo es que no lo podemos poseer. Indirectamente poseemos el pasado a través de la memoria y del recuerdo y poseemos el futuro como proyección de nuestros deseos y sueños. En realidad, somos tan pobres que no poseemos nada. 

P.- Muchas veces dice que «el periodismo es otra faceta de la literatura». ¿Qué tienen en común la literatura y el periodismo?

R.-La herramienta es la misma: el lenguaje. La intención es la misma: contar lo que tú piensas y lo que ves. La diferencia es que el periodismo tiende a contar el presente, con lo cual es mucho más fugaz y la literatura tiende a contar el pasado y el futuro, con lo cual es mucho más permanente.

P.-¿Cómo ve el periodismo de hoy en España? ¿Ha disminuido la importancia que tiene el periodismo en la actualidad?

R.-Ha cambiado, como todo. La sociedad cambia continuamente y los medios de comunicación han cambiado, entre otras cosas por las nuevas tecnologías. Ahora hay periódicos digitales; hace 30 años no se concebía un periódico que no fuera en papel. Ahora ya lo que empieza a ser raro es un periódico en papel. Esto ha pasado siempre. A lo largo de la historia desaparecieron el papiro, las tablillas de barro mesopotámicas, los manuscritos en pergamino… El mundo evoluciona. Lo que no va a desaparecer es la necesidad de contar y de que nos cuenten; lo que cambia es el soporte y el formato. 

En el periodismo pasa igual, pero con una diferencia. Ahora todo el mundo cree que es periodista o piensa que es fotógrafo por tener una cámara en el móvil. Incluso cineasta: hace un vídeo de una merienda familiar y ya cree que ha hecho una película. Eso es muy peligroso porque el periodismo es una cosa muy seria: es hacer de intermediario entre la realidad y la sociedad. Ahora cualquiera cree que puede informar y opinar sin contrastar. Además, pienso que el gran problema en el mundo del periodismo de ahora es que ya no se distingue entre la información y la opinión. Está todo mezclado y por tanto hay menos periodismo y más subjetividad. Es decir, la subjetividad cada vez avanza más contra la objetividad.

Julio Llamazares y Preslava Boneva | Carmen Suárez

P.-¿Qué le preocupa de España, en lo cultural y, quizá, en lo político, en «nuestro destino como comunidad»? 

R.-Todo (ríe). Lo que más me preocupa, tanto de España, como del mundo, es lo que cuesta avanzar. Pero creo que en general el mundo ha avanzado a mejor. Basta con mirar hacia atrás. En 1900 en España la esperanza de vida era mucho menor; la edad media era de 40-50 años y ahora llega a los 80. Es decir, hay muchas cosas que han avanzado. Cualquier tiempo pasado fue peor. Eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor es solo porque eras más joven y te quedaba más vida, pero no por otra razón. 

A mí lo que me preocupa realmente de España y seguramente en todo el mundo es la falta de memoria. No hablo de la memoria política, sino de cómo la gente enseguida, en términos generales, se olvida de dónde venimos. Cuando oigo a los periodistas, a los opinadores, a los políticos idealizar el pasado, me sorprendo mucho. Pienso en que hace 40 años en España, que yo ya tenía 20, los jóvenes teníamos que ir a la mili un año y pico y a hacer el idiota y a recibir un maltrato. Esto que ahora se llama bullying era la esencia del servicio militar, donde un tío te gritaba e incluso te podía dar un tortazo por no llevar bien el paso. Es un ejemplo, como puede haber otros muchos. 

P.-¿Vivían nuestros padres mejor que nosotros?

R.-Me sorprende que haya jóvenes que digan que sus padres vivían mejor que ellos. Hay una corriente ahora entre ciertos escritores y escritoras. Dicen que sus padres tenían acceso a la vivienda. Claro, compraban un piso y lo acababan de pagar cuando se morían. Esto también se puede hacer ahora. Quiero decir que hace 40 años en media España había muchos sitios en los que no había carreteras ni luz. Olvidar este tipo de cosas me parece que es muy dramático. 

Por supuesto que hay muchos problemas en España y muchas desigualdades sociales que resolver todavía. Pero la mitad de lo que había hace 30 años, no digamos ya hace 100. Pienso que no se corresponde la crispación y el enfrentamiento con las circunstancias sociales generales en las que vivimos. En los años 70-80, por ejemplo, se consiguió que todos los partidos se pusieran de acuerdo en los famosos pactos de la Moncloa, habiendo en aquel momento un fenómeno terrorista con 100 muertos al año. ¿Qué pasaría ahora con esas circunstancias? Entonces a mí lo que más me preocupa de España es la falta de memoria, porque nunca se vivió en España como ahora. Sin embargo, hay que remontarse muy atrás para ver el grado de crispación, de enfrentamiento y de odio que hay entre unos españoles y otros y no se corresponde la realidad con la reacción, en mi opinión.

P.-¿Qué le «molesta» del mundo contemporáneo? 

R.-Del mundo contemporáneo y del antiguo, lo que menos soporto es la arrogancia, la soberbia y la prepotencia, en cualquier ámbito de la vida y cada vez hay más. 

Julio Llamazares | Carmen Suárez

P.-¿Es usted pesimista u optimista? 

R.-Siempre recuerdo una frase de Delibes que decía: «Yo no soy pesimista, simplemente he estudiado con cierto detenimiento los 2.000 últimos años de la humanidad». Entonces hay razones para el optimismo porque en términos científicos y tecnológicos la humanidad ha avanzado muchísimo en todos los terrenos. Pero ese desarrollo no se ha correspondido con un desarrollo mental acorde que haga que la humanidad avance hacia un mundo mucho más igualitario y mucho más racional y pacífico. La prueba es que tenemos una guerra aquí en Europa ahora que no se diferencia nada de la guerra de Troya, salvo en los mecanismos de matar. 

P.-¿Qué libros tiene en su mesilla de noche ahora mismo?

R.-Pues tengo muchos, se me acumulan. Cada vez leo más poesía y ensayo y menos novela. Pero siempre tengo dos o tres libros distintos que voy alternando. Más que muchos libros, lo que tengo es mucho estrés (entre carcajadas). Me refiero como lector o como cinéfilo. Con los libros que me llegan a la semana, sin contar los que yo pueda comprar, necesitaría ya casi un año para leerlos. Los libros y las películas se acumulan porque la oferta cada vez es mayor en general.

P.-¿Qué escritores, diría usted, le han influido más en su escritura? 

R.-Todos, algunos para bien y otros para mal. Cuando hablamos de influencia siempre pensamos en los que te han gustado, y hay otros que te disgustan y te influyen porque te empujan para lo contrario. Luego hay un error en pensar que a los escritores solo nos influyen otros escritores. Por ejemplo, yo creo que en el mundo en el que vivimos nos influye más la publicidad y el diseño. Somos bombardeados por miles de imágenes. Además, a lo largo de la vida tú vas variando los gustos y hay autores que te impresionaron mucho con 20 años pero que ahora los lees y ya no es lo mismo, y al revés.

P.- Es gran cinéfilo. ¿Cuál fue la última película que vio?

R.-La última en casa fue Argentina 1985, sobre el proceso judicial después de la dictadura militar. Además, fue el año en el que estuve yo en Argentina haciendo un programa sobre el renacer de la cultura después de la dictadura. Y en el cine la última que he visto es una película que se llama Holy SpiderAraña sagrada en español– que es una película danesa de un iraní. Está basada en un hecho real sobre un hombre iraní, un padre de familia, muy trabajador, que luego se dedica a asesinar prostitutas porque en su mentalidad quiere purificar la ciudad. Es muy religioso y la historia es muy impactante. La película está muy bien hecha.

Julio Llamazares | Carmen Suárez

P.-¿Qué nos puede contar de su próxima novela titulada Vagalume, que estará en librerías en abril?

R.-Creo que cada novela es una respuesta a una pregunta que nos hacemos. No escribo novelas para entretener a nadie, sino para reflexionar sobre un tema. Digamos que en cada novela de las que he escrito había –aunque hay muchos temas que se agarran como las cerezas cuando tiras de un cesto– un tema central que podría ser, por ejemplo, en La lluvia amarilla, la soledad. Son una reflexión hecha a través de una trama narrativa. 

Y en Vagalume, que es una palabra gallega y portuguesa que significa luciérnaga pero que es más bonita porque es «luz que vaga en la noche». Es una reflexión sobre mi propia vida y la pasión de escribir. Muchas veces –suelo escribir de noche– me asomo a la ventana y veo todo apagado, pero siempre hay una luz en algún sitio y muchas veces me pregunto si no estaré loco. Quiero decir, ‘¿por qué hago lo que hago?’ Solo he tenido una vida y me la he pasado escribiendo. La mayor parte de las personas no escriben una línea en su vida y entonces a veces pienso si lo que yo hago no será perder la vida en un empeño inútil, que es el de intentar entender la vida. 

Es una reflexión sobre qué es escribir y por qué esa necesidad de escribir que tenemos algunas personas y al final la idea fundamental de la novela es que un escritor es una luz en la noche. Muchas veces cuando apago la lámpara y me voy a dormir pienso que, para mi hijo, que desde pequeño me ve ahí con la luz encendida, seguramente soy una luz en la noche. Como para el protagonista de la novela que es escritor y recuerda a su padre que escribía a sueldo novelas de quiosco para ganarse la vida. Veía una luz en la noche y pensaba que su padre era una luciérnaga. Por eso le llamaban Vagalume. Es una novela sobre la pasión de escribir. 

P.-¿Algún consejo para los jóvenes escritores o periodistas?

R.-No me gustaba que me dieran consejos ni soy nadie para aconsejar a nadie. Mi único consejo es que solo se vive una vez en la vida y hay que intentar hacer lo que realmente te apasiona. No puedes dejar de vivir o de hacer lo que te gusta por miedo. Desde el punto de vista técnico: el oficio de la escritura uno lo aprende escribiendo y leyendo. Hay que leer mucho y escribir mucho.

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