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Terroristas arrepentidos y malas víctimas

Leila Guerriero desafía en ‘La llamada’ concepciones muy extendidas sobre las víctimas, la culpa y la memoria histórica

Terroristas arrepentidos y malas víctimas

Leila Guerriero. | Zuma Press

La llamada de Leila Guerriero (Anagrama, 2024) se publicó este 17 de enero y estoy ya seguro de que aparecerá en las listas de mejores libros del año. Es un largo perfil biográfico de Silvia Labayru, militante montonera secuestrada por la dictadura militar argentina, pero es también muchos libros más. Es una historia sobre la violencia sexual institucionalizada y las mujeres como botines de guerra; es una reflexión sobre el victimismo y la concepción que tenemos de las víctimas (siempre puras, siempre pasivas); es una exploración del arrepentimiento de quienes cometieron crímenes políticos en el pasado y hoy piensan que no sirvieron para nada. 

Estamos culturalmente obsesionados con el arrepentimiento. Cuando comenzó el Me Too en 2017, muchas activistas feministas exigieron un arrepentimiento extremo (y eterno y muy difuso) a los abusadores: nunca quedaba claro cuándo debía terminar su penitencia, cuándo quedarían reparados sus pecados. Es lo que ocurre con los juicios paralelos o extrajudiciales, que no queda claro cuándo terminan (¿cuánto tiempo tiene que pasar para que el director de cine Carlos Vermut, que fue acusado de abusos sexuales recientemente en la portada de El País, pueda volver a dirigir? ¿Un año? ¿Dos? ¿Diez? ¿Quién lo decide?).

Nos obsesiona también el arrepentimiento de los terroristas de ETA. Es una exigencia comprensible: sus crímenes contra la humanidad son irreparables. Es el enfoque principal de No me llame Ternera, el documental/entrevista de Jordi Évole con el terrorista de ETA Josu Urrutikoetxea, alias Josu Ternera. Évole busca su arrepentimiento, un acto de contrición solemne, y lo que obtiene es la «lengua de madera» siniestra y cínica de los terroristas: si se arrepiente, algo que parece poco probable, nunca lo confesará en público. El arrepentimiento es importante, pero lo es mucho más desafiar su relato de lo que ocurrió. Me da igual si Ternera se arrepiente del atentado de Hipercor; lo que quiero es que su versión de lo que fue la violencia de ETA no tenga presencia mediática ni aceptación social. 

«Pedimos al verdugo un arrepentimiento extremo y a la víctima que sea siempre víctima y nada más»

En La llamada hay varios exterroristas arrepentidos. La protagonista, Silvia Labayru, formó parte del grupo terrorista de extrema izquierda Montoneros. Por su militancia, fue secuestrada, violada y torturada por la junta militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Y sin embargo esa experiencia traumática no le impide reconocer, al igual que a otros exmilitantes montoneros, que su lucha fue en vano. «Nuestra inmolación no sirvió mayormente para nada», dice Labayru. «O sí: le sirvió mucho a la dictadura para perpetuarse en el poder, aniquilar el aparato productivo de la Argentina, arrasar con un movimiento sindical que era muy fuerte. No mejoró la condición de la clase obrera, no mejoró la educación ni la redistribución de la riqueza». Otra militante dice: «Nosotros en gran parte contribuimos a que viniera la represión». Alberto Lennie, padre de la actriz Bárbara Lennie y expareja de Labayru, es aún más duro: «Me hago cargo de haber participado en una situación que llevó a la Argentina a un lugar de mucho horror. Creyendo que estábamos haciendo todo lo contrario, fuimos muy operativos a los sectores más fascistas, reaccionarios y violentos».

Nos obsesionan también las víctimas. Pedimos al verdugo un arrepentimiento extremo y a la víctima que sea siempre víctima y nada más: sufridora, pasiva, sin capacidad de acción. «Era una víctima incómoda a la que le daba por hablar, por contar lo que había pasado», dice un personaje de La llamada sobre Silvia Labayru. «No encajaba con el perfil de las víctimas que los montoneros en el exilio querían vender al mundo». Su condición de víctima era inapelable, y aun así Labayru se niega a ser solo eso. En el libro es muy crítica con los «supervivientes profesionales»: «Para esta gente ser un sobreviviente es como que les ha dado un motivo en la vida. ¿Yo qué soy? Sobreviviente. ¿De qué voy a trabajar? De sobreviviente». 

La llamada es un libro excelente no solo porque cuenta una apasionante historia real de terrorismo y dictadura, represión y exilio. También es un libro excelente porque desafía concepciones muy extendidas sobre las víctimas, el arrepentimiento, la memoria histórica o, incluso, lo que significa ser libre. 

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