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Cultura

Pájaros infanticidas

Las aves de la famosa película de Hitchcock atacan especialmente a niños y mujeres, es decir, al futuro

Pájaros infanticidas

Fotograma de Los Pájaros de Alfred Hitchcock.

Proyectarse sólo en la negación y cancelar el futuro y el pasado son corrientes que representan el último capítulo del relato nihilista que reinició Turguénev a mediados del siglo XIX. Ese relato prosiguió durante todo el siglo XX, y ahora se ha radicalizado con una vuelta de tuerca más, pues se trata de derribar para no volver a construir, de derribar sin proyectar esperanzas en la destrucción, y se trata también de convertir la pulsión de muerte en una alternativa política y en una ideología.

El que mejor representa esta variante del nihilismo actual es Lee Edelman, que en su ensayo No al futuro vindica la negatividad profunda, cancelando la figura del niño por ser una imagen del futuro, de la esperanza y de la reproducción heterosexual. Edelman analiza Los pájaros de Hitchcock y observa que las aves atacan especialmente a los niños: son pájaros infanticidas. Cierto que también atacan a las mujeres más relevantes del drama y a algún hombre, pero es posible que Edelman tenga razón al señalar que los niños son los principales enemigos de los pájaros de la película. Lo mismo se observa en el relato homónimo de Daphne du Maurier en la que se basa el guion. Los pájaros de ambas historias serían los pájaros del nihilismo, los pájaros de la noche más que los del atardecer, opuestos a la hegeliana lechuza de Minerva porque carecen de esperanza, y sobre todo carecen de esperanza en el saber.

Edelman sostiene que no hay que rechazar la pulsión de muerte, y aún menos ocultarla: hay que proclamarla como una consigna política, podríamos decir, hay que convertirla en la más pura ambición: la ambición de la nada. Bazárov, el nihilista de la novela de Turguénev Padres e hijos, piensa que los principios no existen, que sólo existen las sensaciones, y que hay que destruir la lógica, empezando por la lógica del sentido, pues es necesario demoler el sentido en sí y todo el relato de la historia, para más tarde separar lo inútil de lo valioso.

Edelman firmaría lo que pensaba el nihilista del relato de Turguénev pero tacharía la última frase, pues no se trataría de desbrozar nada ni de separar nada, se trataría de no volver a construir, y es evidente que para eso hay anular la figura del niño, en cuya carne se materializa el porvenir. Por cierto, que en España la gente sigue sin darse cuenta del pensamiento de Edelman, ya que es el país con menos niños de Europa.

En mi infancia los niños eran los reyes de la calle pero en este momento brillan por su ausencia, como brillan por su ausencia los pájaros, por eso resultan tan chocantes las aves de la película de Hitchcock. Le recuerdo al espectador que, al final del filme, los afligidos protagonistas de la historia abandonan el lugar pero los pájaros siguen rodeando la casa, y parecen estar preparándose para la verdadera revolución. Hace veinte años los bosques de la sierra de Madrid eran un estruendo de cantos, y ahora son bosques más bien silenciosos y casi sin pájaros.

«La resistencia a la procreación es resistencia a que el futuro acontezca»

Es asombroso cómo están desapareciendo por millones esos animales que en la película parecen los enviados del fin, y es asombroso como están desapareciendo los niños. Su ausencia es la mejor manera de saber hasta dónde ha calado en nuestras cabezas el nihilismo empírico, el que se apoya en los hechos, y es un hecho que en España los niños son entidades ausentes: seres mitológicos como los unicornios y los basiliscos. La resistencia a la procreación es resistencia a que el futuro acontezca, a que el futuro se encarne, y la apuesta de Edelman por el no futuro no me parece una baza personal y extravagante, referida a una persona o a un grupo, como él cree o quiere creer, me parece un asunto de masas.

Volvamos a la película de Hitchcock. Los niños se hallan en la escuela. Ambiente familiar, tranquilo, pero los pájaros acechan. «Hay que sacar a los niños de aquí», dice la rubia dórica de la película. Ella sabe que los cuervos miran con malos ojos a los niños y está dispuesta a protegerlos. Los niños corren en bandada por el camino rural. Los cuervos alzan el vuelo y caen como aviones en picado sobre las criaturas.

¿Una fábula moral? Podría ser, si bien de carácter nihilista: los niños son la imagen del mañana; los cuervos lo saben y atacan. Van al núcleo del problema, van al núcleo del futuro, a su carne. Como también odian a las mujeres, son la herramienta perfecta para clausurar la vida y cancelar la historia. Gracias al relato de Daphne du Maurier, Hitchcock supo hacer una versión doméstica y muy original del Apocalipsis, integrando en su tejido emocional el mito de Edipo y redondeando aún más el registro familiar de la tragedia.

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