Roger Bartra, las memorias de un rebelde

Pocos pensadores han dedicado tanto tiempo, y con tanto acierto, a averiguar la identidad de su país como el mexicano Roger Bartra. Nació en noviembre de 1942, así que en 2022 cumplió 80 años, momento adecuado para publicar un libro de memorias. Bartra ha recorrido el mundo y lo ha vivido, siendo testigo y actor en momentos cruciales del siglo XX.

Su título (Mutaciones. Autobiografía intelectual. Editorial Debate) refleja a la perfección el espíritu cambiante, aunque dotado de una peculiar continuidad, de este científico social, doctor en Sociología por la Sorbona e investigador emérito del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM . Una mutación que aún persiste porque a este tipo de pensadores, como a Vargas Llosa, solo les retira la muerte. De hecho, como prueba de su vitalidad, Bartra se ha posicionado contra el Gobierno de López Obrador. Mutaciones contiene también la historia de un periodo de Latinoamérica especialmente convulso y evidencia una adaptación ejemplar a los tiempos.

Hay en Mutaciones una obsesión imparable por la verdad y una incomodidad, sea en el propio México, en Europa, en Latinoamérica o en Estados Unidos, considerable. Bartra parece negarse a la facilidad, a aposentarse, lo que facilita una búsqueda continua. También aparece una tensión entre su profunda individualidad y rebeldía y su interés genuino por la comprensión y la mejora de los desequilibrios de su país.

Bartra comienza estas páginas por su infancia: es hijo de intelectuales catalanes exiliados y el catalán es su lengua de origen, lo que establece una diferencia clara respecto del intelectual habitual del exilio. Contemplamos, así pues, la importancia de Cataluña como tierra de origen y centro de todo su mapa familiar. Esa diferencia también le ayuda a mirar lo habitual como si fuera nuevo, a no dar nada por sabido.

Exilio

También vemos las estrecheces y las incomodidades del exilio español, tan importante desde una perspectiva intelectual y tan pobre desde la material. Pronto leemos cómo durante su juventud, mediante el estudio de la historia de su país, tan tormentosa, toma conciencia de sus problemas y de su obligación a contribuir, en la medida de lo posible, a solucionarlos.

Nos acercamos a los años 60, al apogeo la revolución mundial, marcada por el dominio en el ámbito intelectual del partido comunista. Por supuesto, Bartra no es una excepción y sus relaciones, de una manera u otra, con el movimiento comunista constituyen una parte fundamental de la obra.

Son especialmente vibrantes las páginas dedicadas al movimiento estudiantil, que tan duramente fue reprimido, llegando el castigo a su cumbre en la matanza de la Plaza de las Tres Culturas. Pronto vendría la contrarreacción, marcada por golpes de Estado continuos, que convertirían a Latinoamérica, como dijo Bolaño, en otro Vietnam.

También contemplamos sus avatares sentimentales, definidos por sus distintas relaciones, sus hijos y la actitud que toma hacia ellos. La facilidad con que cambia de pareja, dejándose arrastrar por los sentimientos más inmediatos es propia de los intelectuales de su generación y también forma parte de su leyenda.

Tal vez el momento más significativo sea la transición desde el comunismo estalinista al eurocomunismo, y después a la socialdemocracia. Como le ocurrió a tantos intelectuales latinoamericanos, una de las causas fundamentales de su cambio es su decepción con el castrismo. Las distintas fases de la Revolución Cubana conforman una melodía de fondo que atraviesa todas las páginas, una referencia indiscutible para bien y para mal.

Melancolía

Gracias a su mirada podemos observar, por ejemplo, cómo era Venezuela en sus años de esplendor, cuando disfrutaba de una democracia consolidada. También leemos sus esfuerzos por crear en México una alternativa al poder desde la izquierda, basándose en el eurocomunismo, tan importante en su época, que consistía en reconocer los errores de los soviéticos y consolidar una alternativa que combinara el comunismo y la democracia.

La opción intermedia le obligó a enfrentarse a la oficialidad del PRI y a los nostálgicos de la línea dura comunista. Claro y contundente, a este respecto, es su análisis de la caída del Muro de Berlín. También aparece su trayectoria como periodista, en medios como la revista mensual Machete, el diario La Jornada y más recientemente Letras Libres, que refleja esa evolución ideológica y también las propias mutaciones del periodismo, tal vez uno de los contextos que más han cambiado –y no solo para bien- durante las últimas décadas. La suya es una trayectoria típica en intelectuales de su época, aunque haya terminada en una socialdemocracia moderada y no, como resulta frecuente, en el liberalismo.

En su obra, y en estas memorias, Bartra demuestra una curiosidad infinita, aunque su centro de atención siempre sea su propio país, su razón de ser, su identidad. Le lleva a convertirse en un estudioso de la melancolía, idea o sentimiento al que ha dedicado varios libros como Cultura y melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro (Anagrama), de la mitología de los salvajes europeos e incluso al análisis de las redes neuronales y su vinculación con el ambiente, mediante una especie de cerebro colectivo llamado exocerebro.

Bartra siempre está buscando temas y enfoques distintos, tanto en lo personal como en lo ideológico o lo literario. Tras todo ello late una clara conciencia de la levedad de la vida y la necesidad de aprovechar el tiempo lo más posible. Son estas, por encima de todo, las memorias de un auténtico vitalista.