Puede ser el primer síntoma de vida, de asegurarnos, con certeza, de que estamos plenos, de que llegamos al mundo. Sujetamos su cartel de bienvenida incluso antes de que nos percatemos de su concepto, de su verdad. Hablo de la muerte, esa especie de pasaporte cuya naturaleza siempre será perenne, siempre con nosotros, sin necesidad de renovación y de burocracia, sensación de eterna compañía, como la soledad o el WhatsApp. Pero de la muerte no solo se espera la frivolidad, la superficialidad, la sonrisa complaciente y pasajera. En absoluto. De ahí que inspire temores, y con ello supersticiones, religiones, filosofía, explicaciones. Y cultos. Veneración –como todo lo que supone enigma, desconcierto-. Y en sus dos vertientes: positiva y negativa. Desde la creencia en la vida eterna del cristianismo a la superación de esta preocupación en los existencialistas.