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Élmer Mendoza: “Algunos policías me han dicho que ser totalmente honrado es más peligroso que ser levemente corrupto”

Élmer Mendoza, principal referente de la narcoliteratura, escribió su primera novela con 50 años. Desde entonces no ha parado de retratar, a través de la ficción, los bajos fondos de Sinaloa.

Élmer Mendoza: “Algunos policías me han dicho que ser totalmente honrado es más peligroso que ser levemente corrupto”

Es 23 de marzo. Año: 1994. Miércoles. En la colonia Lomas Taurinas, un pequeño barrio popular de Tijuana desde el que se puede ver la frontera con Estados Unidos, se ultiman los preparativos para el mitin de Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato a la presidencia de México por el Partido Revolucionario Institucional. Un partido, el PRI, que lleva gobernando el país desde 1929. Seis décadas en el poder. En otras palabras: Colosio es el candidato del sistema y su campaña electoral un mero trámite.

Hacia las cuatro y media de aquella tarde Colosio llega a Lomas Taurinas, se sube entre vítores a un templete improvisado en la parte trasera de una camioneta y suelta un discurso de media hora. Al descender del vehículo cientos de simpatizantes intentan llegar hasta el candidato presidencial. Quieren felicitarle, darle ánimos y, sobre todo, entregarle peticiones. Sus cinco guardaespaldas tienen dificultades para avanzar y, sobrepasados, dejan de ejercer su función principal, que es la de mantener un perímetro de seguridad. Varios minutos después, a trece metros del templete, alguien pone un revólver Taurus calibre 38 en la cabeza de Colosio y aprieta el gatillo. El momento aparece en este video grabado por un agente de la Policía Judicial Federal y difundido por primera vez el pasado 6 de diciembre. Colosio falleció esa misma tarde en el quirófano de un hospital cercano.

 

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Luis Donaldo Colosio, Ernesto Zedillo Ponce de León, Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís. | Foto vía: hglc.org.mx

 

¿Quién disparó? La investigación señaló como único autor material e intelectual del crimen a un tal Mario Aburto, obrero mecánico que tenía veinticuatro años en aquel momento. Un don nadie con poco oficio y todavía menos beneficio. ¿Por qué lo hizo? Según la investigación, Aburto se había radicalizado con los años, arrastraba aires de grandeza y descerrajó un tiro en la sien del candidato presidencial movido por el rencor que sentía hacia las élites. Una versión que el pueblo mexicano, que vive con la mosca detrás de la oreja, nunca ha comprado. La creencia popular es que Colosio fue asesinado por orden de alguien poderoso y quién sabe si por orden del mismísimo Carlos Salinas, entonces presidente de México y amigo personal del muerto. Salinas fue quien designó a Colosio como sucesor, cierto, pero comenzó a arrepentirse de su decisión al ver cómo el pupilo dejaba de escuchar y se alejaba progresivamente del redil. Una teoría de la conspiración en toda regla pero que, en este caso, viene avalada por las tropecientas irregularidades que rodearon el caso.

Sea como fuere, el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta consiguió dos cosas. Por un lado agravar una crisis institucional surgida meses antes con el polémico tratado comercial firmado con Estados Unidos y el levantamiento zapatista en Chiapas. Por el otro, sentar delante de un folio blanco a Élmer Mendoza, un sinaloense de mediana edad que encontró en el magnicidio la inspiración necesaria para acometer su primera novela.

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Élmer estuvo hace poco en España. Llegó tras haber sido invitado por la dirección del Getafe Negro, un festival de novela policiaca que se celebra desde hace diez años en Madrid, para representar al país invitado en esta última edición: México. La invitación era lógica; en el cuarto de siglo que ha pasado desde el balazo a Colosio, Élmer ha publicado diez novelas, ha ganado premios literarios, ha firmado obras de teatro, ha paseado a Arturo Pérez-Reverte por lugares que sólo aparecen en los documentales de Netflix, ha ingresado en la Academia Mexicana de la Lengua y se ha convertido en el máximo representante de la “narcoliteratura”; un subgénero que explora el fenómeno del narcotráfico y los dramas que arrastra una de las fronteras más violentas del mundo.

La idea era encontrarme con Élmer en Madrid. Robarle un par de horas entre conferencia y conferencia, enchufar la grabadora y conversar. No pudo ser; cuando él llegó yo no estaba y cuando yo regresé él ya se había marchado. Lo siguiente fue intentar una conexión telefónica, pero descubrí que no estaba en Culiacán, la capital de Sinaloa, su hogar, sino en Colombia impartiendo una serie de talleres. Demasiado complicado. A punto de tirar la toalla, recordé la entrevista de la escritora Katie Roiphe a la periodista Janet Malcolm en The Paris Review. Malcolm accedió a ser entrevistada –una proeza en sí misma– pero sólo por e-mail. Roiphe aceptó la condición. Su correspondencia se prolongó varios meses.

A Élmer la idea de la correspondencia le pareció bien. Supongo que mi promesa de no ser un brasas ad eternum –“podríamos mantener una especie de correspondencia (breve) que derive en entrevista”– sirvió de aliciente. En total intercambiamos una veintena de e-mails. El primer correo salió de mi ordenador el 1 de noviembre. El último salió del suyo el 4 de diciembre. Entre medias comenzaba –finalmenteel juicio contra el Chapo Guzmán en Brooklyn y en México DF tomaba posesión el presidente rupturista Andrés Manuel López Obrador con la promesa, habitual, de rebajar el nivel de violencia en un país que carga con más de 250.000 asesinatos desde 2006.

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La biografía de Élmer Mendoza no incluye la etiqueta de “joven promesa” ni tampoco éxitos adolescentes. Como él mismo explicó en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, lo de escribir le vino de repente durante una madrugada cualquiera del año 1977. Tenía entonces 28 años y se desempeñaba como ingeniero. Apostó por los cuentos y se hizo cuentista; redactaba historias cortas que luego agrupaba y publicaba en volúmenes. En ese tiempo también intentó la novela hasta en cuatro ocasiones, pero terminó destruyendo los borradores porque no valían la pena. O eso dice.

La sequía creativa tocó fondo cuando matan a Colosio en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana. A partir del crimen, la remontada. “La gente hablaba de lo sucedido en todas partes; en las cantinas y en las sobremesas en familia”, explica en uno de sus e-mails. Las habladurías, que vienen cargadas de rumores, llenan su mente de ocurrencias. El cuentista comienza a forjar una trama. Combina la sabiduría del sinaloense que conoce los códigos de su tierra con las especulaciones en torno al verdadero autor intelectual del asesinato. Y se pone a escribir.

Un asesino solitario (Tusquets) vio la luz cinco años después, en 1999, y cuenta los dilemas de un sicario llamado Jorge Macías, alias ‘El Yorch’, al que han contratado para liquidar a un candidato presidencial. El título es, por tanto, un juego: reproduce la conclusión oficial sobre el magnicidio –que no hubo conspiración y que Mario Aburto era “un asesino solitario”– sólo porque ‘El Yorch’ cumple los encargos en soledad. Pero el propio sicario reconoce, en la novela, que no entiende a la gente que mata por matar, sin un contrato de por medio, y que si no fuese por los 500.000 verdes que le han prometido iba a estar rompiéndose la cabeza para cepillarse a nadie, claro, claro.

 

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Imagen vía Tusquets.

Tras publicar las andanzas del sicario, Élmer cogió carrerilla. Dos años después sacaba su segunda novela: El amante de Janis Joplin (Tusquets). Este libro cuenta la historia de David Valenzuela, un tonto de pueblo al que se le complica la existencia cuando baila con la novia de un narco local. Su huida le lleva hasta Culiacán –donde será hospedado por sus tíos–, a Los Ángeles –donde echará un polvo con la cantante Janis Joplin en circunstancias surrealistas–, al pequeño puerto de Altata –donde se empleará como pescador y luego como transportista de los narcos– y, finalmente, a un penal de Sinaloa. A lo largo de la trama el tonto de pueblo comparte protagonismo con narcos, guerrilleros y policías que ríete tú de la Gestapo. Esta tragicomedia ganó en 2002 el premio José Fuentes Mares, otorgado anualmente por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Después llegaron las aventuras del espía reconvertido en recuperador de vehículos robados –Efecto Tequila (Tusquets)–, el viaje metafísico de un mexicano que ha prosperado en Chicago pero que, sumido en una profunda crisis de identidad, decide volver al terruño para reconstruir el cuerpo de Pedro Páramo –Cóbraselo caro (Tusquets)– y, por fin, en 2008, la primera aparición de su personaje más emblemático: Edgar ‘El Zurdo’ Mendieta. Sucede en Balas de plata (Tusquets), novela por la que Élmer recibió su segundo galardón literario: el premio Tusquets de novela.

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‘El Zurdo’ es extremadamente eficiente como detective y relativamente inmune a la corrupción. | Imagen vía Tusquets.

 

‘El Zurdo’ es un detective de la Policía Ministerial, una suerte de FBI mexicano, destacado en Culiacán. Un tipo amargado por culpa de su pasado, irreverente para desgracia de sus superiores, extremadamente eficiente como detective y relativamente inmune a la corrupción que asola cualquier cuerpo policial de por allá. Subrayo lo de “relativamente” porque aunque se lleva mal con los poderosos, tiene mano izquierda con según quién y, sobre todo, con según qué narcos. Un antihéroe, en definitiva.

El malencarado detective cosechó las simpatías de los lectores desde el primer instante. De hecho, y según me cuenta Élmer, tiene un club de fans desde el cual le envían “saludos y cosas, además de pedirme a mí que corrija su vida amorosa”. Porque revolcones se pega unos cuantos –‘El Zurdo’ de manco no tiene un pelo– pero eso de desayunar cogiendo a una dama de la manita ya es harina de otro costal. Élmer explica que su policía, al que cualquier tribunal tuitero condenaría por cometer ochocientas faltas morales al día, recibe tanto cariño porque “quizá representa el deseo de justicia que en México tantos tenemos”.

‘El Zurdo’ no sólo congenió bien con la audiencia. También lo hizo con su creador. Esto explica que desde su primera aparición casi todos los libros de Élmer hayan tenido como protagonista al detective: La prueba del ácido (Tusquets), Nombre de perro (Tusquets) y Besar al detective (Random House). La única excepción sería El misterio de la orquídea Calavera (Tusquets), cuya trama presenta a un chaval ninguneado por el mundo que nada más cumplir los 18 años se ve obligado a lidiar con el secuestro de su padre.

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Cuando Élmer accedió a conversar conmigo pensé en las dos cuestiones que más me interesan de su obra: el lenguaje y la inspiración.

Primero, el lenguaje.

Cualquiera que haya abierto uno de sus libros habrá comprobado que la prosa es de todo menos convencional. Un extranjero podrá pensar que se trata de jerga mexicana, pero también en buena parte de su país consideran que escribe de forma maravillosamente rara. Una advertencia frecuente en las reseñas de portales como Amazon o Goodreads. Y es que Élmer escribe en jerga norteña, jerga de frontera, la jerga de unos bajos fondos donde más vale que no te pille la noche. Es un lenguaje que, para el que no es natural del lugar, requiere concentración. Pero compensa. El resultado es fascinante. Como bien decía Arturo Pérez-Reverte en el coloquio que mantuvo hace dos años con Élmer: “De los quinientos millones de hispanohablantes, los más creativos son los mexicanos del norte: la franja sur de Estados Unidos y el norte de México”. En opinión de Pérez-Reverte, que visitó aquella tierra para documentar su novela La Reina del Sur (Alfaguara), esa creatividad nace de dos factores entrelazados: el contacto con el inglés de los gringos y la osadía derivada de un analfabetismo generalizado entre la población.

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Escena callejera en Tijuana: un hombre pasea con su burro pintado como una cebra. | Foto: Mohammed Salem | Reuters

Pero el mérito de Élmer no reside únicamente en haber plasmado esa jerga norteña en sus novelas; reside, sobre todo, en que ha sido el primero en hacerlo creando, en el proceso, una especie de registro notarial del lenguaje de frontera. Lo cual explica la cantidad de tesis y tesinas que exploran sus aportaciones lingüísticas a la literatura en español. Unas aportaciones que, según me confesó a lo largo de nuestra correspondencia, tardaron más de dos décadas en llegar –las que van desde sus cuentos cortos hasta la publicación de su primera novela– debido al esfuerzo que le supuso encontrar la forma de trasladar ese ritmo trepidante, macarra y plagado de humor negro hasta un folio en blanco.

La inspiración es otro de los grandes interrogantes que surgen leyendo sus libros. ¿De dónde salen los personajes de sus novelas? ¿Cuánto hay de realidad en sus sicarios, sus narcos, sus policías corruptos, su ‘Zurdo’…?

Élmer quiere dejar claro, ante todo, que las tramas se las inventa. En otras palabras: no pretende hacer literatura basándose en hechos reales. Ahora bien, es innegable que tanto el contexto como los rasgos y características de buena parte de sus personajes beben directamente de la realidad que se desarrolla a su alrededor; de lo que se escucha en las cantinas, de lo que cuenta el primo del hijo de un amigo, de lo que se extrae de la prensa local.

Yendo a lo concreto, puede resultar sorprendente encontrarse con narcos que, detrás de una faceta cruel y carente de escrúpulos, desarrollan deseos, preocupaciones y dilemas más allá del negocio. Incluso hay casos –no diré dónde para no incurrir en spoilers– de narcos que se preocupan por eslabones débiles a los que cuidan y protegen sin que ello les vaya a reportar beneficio alguno. Más bien al contrario: esa humanidad les puede traer consecuencias desagradables.

Élmer comenta que así es: “Protegen sus pueblos o, cuando viven en ciudades, sus barrios. Financian el mantenimiento de escuelas e iglesias y reparten dinero entre los necesitados”. Cuenta, también, el caso de una conocida suya, una maestra, a quien los narcos regalaron la construcción de dos aulas para su escuela. “Y cuando hay un ciclón, que son devastadores, es su ayuda la que llega primero”. Un comportamiento que tiene que ver con su religiosidad y sus ganas de redimirse ante Dios, por un lado, y también con un ego monumental; no pueden resistir la tentación de convertirse en ídolos locales.

Otra cuestión interesante es el tipo de mujer que se encuentra en su obra. Temerarias, guerreras, libres. Que ejercen control parcial, a veces incluso total, sobre su entorno más cercano. Mujeres, en definitiva, independientes. Y no hablamos de una o dos. Las novelas están repletas de personajes así. Un perfil que choca con la creencia de que la mujer latinoamericana es una persona sumisa y débil que vive aterrorizada por las circunstancias que la rodean.

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La Malinche con Hernán Cortés | Imagen vía esocsci.org.nz

 

Élmer no compra el prejuicio. Dice que en México existen mujeres anuladas por el contexto sociopolítico, por supuesto, pero que también existe una tradición de mujeres aguerridas como, por ejemplo, La Malinche –la mujer náhuatl que acompañó a Hernán Cortés durante su campaña contra los aztecas– o las mexicanas que participaron en la guerra de independencia y en la revolución posterior. “Además, debo decir que en el norte de México las mujeres son especialmente bravas”, explica refiriéndose, ya sí, a las que aparecen en sus libros. “En mi familia han sido tal cual: mi abuela, mi madre, mi hermana, mi hija y mi esposa Leonor tienen todas espíritu de mando, y ellas son mis modelos”. Sin embargo, reconoce que sus personajes femeninos encierran un puntito de anhelo; el deseo de ver cómo cada vez son más las mujeres que entienden su propio potencial.

Tampoco su querido detective es un personaje totalmente imaginado. No se inspira en ninguna persona concreta, pero sus formas y su determinación son más comunes de lo que pudiera parecer a vista de pájaro. Dice que se lo han dicho lectores que trabajan a ese lado de la trinchera. “Detectives eficientes, preparados y capaces de realizar detenciones importantes; sin embargo, dispuestos a recibir un sobre con dinero extra al mes que no los comprometa más de la cuenta”. ¿Realmente es tan complicado decir “no”? ¿Negarse a seguir el juego? “Me dicen que ser totalmente honrado es más peligroso que ser levemente corrupto”. Boom!

*

El último libro que ha escrito Élmer, otra aventura de ‘El Zurdo’, se titula Asesinato en el Parque Sinaloa (Random House) y encierra una coincidencia que deja con la boca abierta.

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Imagen vía Random House.

Por la novela transcurren dos tramas. La principal es la que lleva a ‘El Zurdo’ hasta la ciudad de Los Mochis, en Sinaloa, para esclarecer el asesinato del hijo de un viejo amigo. La trama paralela, que también transcurre en Los Mochis, relata la crisis existencial que atraviesa un pez gordo del narcotráfico en busca y captura tras haberse fugado de la cárcel; un pez gordo que está profundamente obsesionado con una famosa locutora que le ha prometido hacer una radionovela sobre su vida y al que terminan atrapando las fuerzas de seguridad por confiar demasiado en el destino y muy poco en determinadas advertencias.La historia suena familiar, ¿verdad?

Correcto: suena a las circunstancias que rodearon la tercera y última captura del Chapo Guzmán. El Chapo fue detenido el 8 de enero del 2016 en la misma ciudad, Los Mochis, por miembros de la marina mexicana tras haberse fugado seis meses antes del penal del Altiplano. Semanas antes de su arresto se había encontrado con Kate del Castillo, una actriz mexicana a la que había cedido los derechos para contar la historia de su vida, y el actor estadounidense Sean Penn. Según explicó después en una entrevista Don Winslow, que ha coqueteado con la “narcoliteratura” en novelas como El poder del perro (Debolsillo) o El Cártel (RBA), el Chapo ni sabía ni tenía especial interés en saber quién demonios era Sean Penn. Lo que quería era ver a Kate del Castillo y ver, sobre todo, si había posibilidad de marcar por la escuadra. Estaba obsesionado con ella.

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Ilustración del juicio de Joaquín «El Chapo» Guzmán. | JANE ROSENBERG | Reuters.

 

La coincidencia que deja con la boca abierta es la siguiente: cuando la marina mexicana atrapa a El Chapo Guzmán en Los Mochis la novela de Élmer ya está terminada y a punto de ser publicada.

“Me quedé paralizado”, cuenta. “Estuve dándole vueltas al asunto más de una semana. Había paralelismos que jamás calculé. En un momento dado pensé: ¡Dios mío, estoy escribiendo literatura de anticipación! Finalmente decidí no pensar más en ello y continué con el proceso de corrección en el que me encontraba”. La novela se publicó, Élmer tuvo que explicar una y otra vez que todo había sido pura coincidencia y a El Chapo lo extraditaron a Estados Unidos. Fin de la historia.

*

Suele decirse que los libros de Élmer Mendoza parten de la ficción para explicar una realidad tan temible, compleja y surrealista como la mexicana. Que sus novelas retratan un país. Que leyendo lo que hace David Valenzuela, lo que piensa Jorge Macías o lo que dice ‘El Zurdo’ se aprende, y se aprende mucho.

Así que mi última pregunta es sencilla: Élmer, ¿se te puede considerar un cronista?

“Me han puesto etiquetas peores”.

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