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Ni discapacitados, ni minusválidos: ellos son orgullosos bailarines bastardos

El colectivo de danza Liant la Troca lleva 13 años desafiando los límites. El grupo, compuesto por bailarines con cuerpos no-normativos, somete con su danza bastarda a un público que puede sentirse incómodo o maravillado, pero que en cualquier caso siempre queda ojiplático. Conversamos con ellos

Ni discapacitados, ni minusválidos: ellos son orgullosos bailarines bastardos

Cedida por Liant la Troca

El sol baja perezoso el último día de las fiestas de la Mercè en Barcelona. Es como si la noche le diese codazos al día para dejarle hacer la ronda. Unas cuatrocientas cabezas han despachado la pereza, y han zumbado leves y risueños y dispuesto y sedientos de emociones hasta las faldas de la cascada del céntrico parque barcelonés. Sentados y expectantes esperan el espectáculo que viene a brindarles el colectivo de danza integrada Liant la Troca. «Danza bastarda». Eso hacen. Así lo llaman los gerifaltes de esa tribu. La pieza que vienen a presentar lleva por título Desfasat, ¡y vaya si lleva razón! Es uno de esos nombres que vienen al pelo, como La vida sexual de Catherine Millet. Títulos que dejan poco a la imaginación, pero abren el apetito.

Las luces emiten exquisitos destellos que traducen al público el comienzo de la función. Sillas de ruedas, piernas ortopédicas, cuerpos quebrados y miradas blancas se deslizan mansas por la tarima. Algunas flotan livianas, como gaviotas orbitando en las corrientes. Otras se mecen al ritmo de los insectos palo; lentas, con gesto traumado y hondo. El público ensancha los párpados. Muchos saben lo que están viendo, el resto procesa el vals de cuerpos ajenos que contempla. Cuerpos que no deberían bailar. Seres no bípedos a los que el mundo solo debería reservar lágrimas y compasión. 

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Foto cedida por Liant la Troca.

Los dispositivos de movilidad van, poco a poco, fusionándose en simbiosis osmótica con el universo invocado sobre el escenario. Es como si los movimientos de los bailarines despidiesen un aroma cargado de moléculas lisérgicas. Ya no se ven cuerpos ajenos, ahora se ven solo cuerpos; trasiegos, expresiones cargadas que parecen puntos de exclamación. Hay un giro sadomasoquista de los acontecimientos. Los bailarines pasan de abrazarse tiernamente a flagelarse, a agredirse simuladamente unos a otros. Resulta un tanto inquietante porque, aunque ninguno parece sufrir con la conclusión de los gestos, el dolor que destilan sus actos da la sensación de estar exprimiéndose desde lo más profundo. 

Pronto la inquietud se torna incomodidad para muchos. La madeja de cuerpos no normativos pasa del frenesí cenobita a las caricias y el fluir erótico. Se exhiben, tocan y desvelan todas las armas de su repertorio de atracción. Más de una de esas cabezas que observan, agobiada porque esos cuerpos están legitimados para sufrir en silencio pero no para amar en libertad, abandona su silla. 

La función llega a su fin tras una novela con tantos capítulos como estaciones. El público se vuelca en aplaudir. Los bailarines se bañan agradecidos en el estruendo de las palmas. En la cara de alguno, sin embargo, es posible traducir un inquieto gesto que se pregunta «¿me aplauden por la calidad de mi baile o por lo complicado de mi condición?». Un poco de ambas, debemos suponer. Pero como suponer no es profesional, mejor nos desplazamos hasta el barrio de Les Corts, en Barcelona, y se lo preguntamos al director de este grupo, Jordi Cortés, quien nos recibe con los brazos abiertos en el local donde ensayan sus piezas. 

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Foto cedida por Liant la Troca.

Jordi, con sus grandes ojos y una presencia que despide humildad e independencia vital, casi podría decirse que hasta realización espiritual, nos cuenta los orígenes del proyecto. «Yo llevo con esto desde los ochenta. Siempre me ha motivado trabajar, casi de manera instintiva, no con personas amateurs, sino con individuos que no se encuentren profesionalizados en el mundo de la danza. La primera vez que tuve la oportunidad de ver trabajar a un grupo de cuerpos no-normativos fue en Londres. Recuerdo verme ante bailarines en silla de ruedas, sin piernas y me quedé fascinado». 

«Ante la carencia, originalidad»

Pero Jordi no comienza a adaptar la danza solo desde la admiración ajena, sino desde las complicaciones propias. «Durante un tiempo me enfrenté a una serie de lesiones muy típicas de la danza como son los meniscos, los ligamentos cruzados, etc., fui aprendiendo a moverme de otra forma. En ese momento me encontraba dirigiendo una obra y tuve que inventarme un personaje que se moviese únicamente con muletas. Surgió algo muy interesante, que era como un insecto que deambulaba por el escenario. La siguiente vez me acababan de operar del menisco y desarrollé otro personaje que casi no se movía. Sus gestos eran lentos y flemáticos. Así descubrí el minimalismo escénico que hacía un contrapunto fenomenal frente al movimiento frenético del resto de bailarines. Ante la carencia, originalidad». Y ese debería ser a grandes rasgos uno de los lemas de esta danza integrada. Hacer de ciertas carencias un universo de opciones que nazcan desde la creatividad que motivan. 

Así, Jordi, inspirado por su experiencia londinense, regresa al hogar, «en el 2000 volví a Barcelona. Me nace entonces la inquietud de hacer una obra con un amigo que estaba enfermo de sida y se había quedado ciego. La obra se llamó De Cara y funcionó fabulosamente. Así que me dije, si yo puedo, mi amigo puede y en Londres he visto que se puede, quiero hacerlo yo aquí. Era una forma de demostrarle al mundo que jugar y dialogar con sus cuerpos es posible más allá de toda circunstancia. Entonces invito a maestros con más experiencia que yo como Adam Benjamin, Los de El Tinglao, Marisa Brugarolas, para así yo aprender a través de laboratorios y talleres intensivos como abordar este género. Y así fue, en Granollers, en un espacio llamado La Troca, donde empezamos a trabajar semanalmente y, joder, ya llevamos 13 años». 

«La película Campeones que está muy bien; aunque es muy Disney y queda lejos de la realidad, son cosas que ayudan a la visibilidad»

Cortés no es ingenuo. Sabe que él no ha inventado esta fórmula, ni es el primero en pensar en el altavoz que supone la danza y el arte para cualquier colectivo fuera de la norma. Es, no obstante, alguien que ha peleado porque ese hecho no caiga en desuso, hasta el punto de asegurar, «por suerte para nosotros de aquí a hace unos años esto se ha puesto de moda. Cosas como los paralímpicos o, bueno, la película Campeones que está muy bien; aunque es muy Disney y queda lejos de la realidad, son cosas que ayudan a la visibilidad». 

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Pero la visibilidad de la película de Javier Fesser dista enormemente en paternalismo, victimismo y simpleza de lo que uno se encuentra al ver un espectáculo de Liant la Troca. ¡Y ojo, no es que las coreografías de Cortés no destilen altas dosis de humor!, sobre todo negro, jodidamente negro… es simplemente que, aunque suene paradójico, presta más atención a la calidad de los pasos que a los materiales, orgánicos o metálicos, con los que se realizan. De ahí que más de uno, en aquella primorosa noche veraniega en la Ciutadella, se espantase como un pavo real al oír un rugido. «Yo comprendo que el hecho de trabajar con personas fuera de lo habitual genere sorpresa, pero es que yo siempre hago trabajos así. Ya sea con bailarines profesionales, amateurs, normativos o no normativos, en mi trabajo siempre hay altas dosis de violencia, de sonrisa congelada, de erotismo. Es cierto que veo la obra de otros compañeros que trabajan con otras corporeidades y diversidades de todo tipo, y juegan a la compasión y la lástima y el «mira pobres lo que están haciendo», pero yo es que ni me lo planteo. Llevo usando el mismo lenguaje y las mismas herramientas desde el principio. Yo uso el material que me dan los bailarines y lo organizo. Soy el catalizador de sus impulsos». 

«[La danza] es una manera de que el estereotipo de que las personas con discapacidad son malhumoradas y están enfadadas con el mundo por su condición se rompa»

Miguel Puy, a quien los integrantes del grupo nombran al unísono como delegado para este artículo, no duda en recalcar la importancia de hacer de la danza integrada un motor de cambio alimentado con belleza y humor. «Es una manera de que el estereotipo de que las personas con discapacidad son malhumoradas y están enfadadas con el mundo por su condición se rompa. En este caso la danza para mí es una liberación. Yo por ejemplo bailo en la calle cada día y creo que es la mejor forma de cambiar el paisaje, las miradas de condescendencia y aquello que no te gusta de ti». Tienta mirar a los ojos a Miguel al despachar esa última frase. Ver si cuando dice «aquello que no te gusta de ti» despista el gesto en dirección a sus piernas sin movilidad y la silla de ruedas que cabalga desde hace lustros. Nada de eso. Puy penetra con sus negruzcos iris los luceros de su interrogador haciendo gala de un arrepentimiento vacío. No se juzga y por eso baila.

«El objetivo al final sería que no fuésemos un colectivo de ‘danza integrada’, sino que finalmente fuésemos únicamente un colectivo de danza»

Pero Puy es, en parte, únicamente uno de los singulares engranajes que permiten dar vida a los proyectos en su conjunto. El maquinista encargado de hacer que la locomotora Liant la Troca recorra railes a buen ritmo es Jordi, y su trabajo no es baladí. Huelga decir lo complicado que es construir una coreografía eficaz, pero cuando los performers (así llama el director a sus subalternos) cuentan con impedimentos de movilidad, la cosa se torna aún más difícil. «Antes de nada, procuro conocer muy bien el escenario. Las distancias, el aura que me genera, si me da buen rollo, mal rollo. De esa forma medimos muy bien los movimientos y los posibles contratiempos. Pero problemas hemos tenido de todo tipo. ¡De accesibilidad por ejemplo! La mayoría de los teatros, hasta ahora, sí tenían acceso a público para minusválidos, ¡pero no lo tenían para artistas! Incluso en muchos teatros el lavabo no era accesible y los performers tenían que ir al del hall». Y no son los únicos impedimentos que encuentran estos bailarines, también una parte de la crítica que les resta en calidad artística y los menosprecia como meros juguetes moralistas con los que la sociedad se enternece sin tomárselos en serio. Miguel Puy, firme, aunque sin perder un aura risueña y amigable declara, «hay muchos que restan en virtuosismo lo que hacemos. No se dan cuenta del esfuerzo y la calidad que hay que tener para lograr determinados movimientos. El objetivo al final sería que no fuésemos un colectivo de ‘danza integrada’, sino que finalmente fuésemos únicamente un colectivo de danza».

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Foto cedida por Liant la Troca

Sin duda, estas intervenciones de Miguel y Jordi no invitan precisamente a pensar que está todo hecho en el terreno de la integración. Lejos de eso, cuando preguntamos respecto a los sentimientos que despiertan estas propuestas en el público, Cortés recuerda, por ejemplo, «en Londres, en uno de los pilares de Trafalgar Square, hubo una cosa con la que yo flipé. Durante un tiempo iban poniendo obras artísticas allí y hubo uno, Marc Quinn, que colocó una escultura de Alison Lapper desnuda y embarazada. Alison Lapper era una mujer que tenía un problema de desarrollo en las extremidades porque su madre tomó Talidomida. Yo veía aquello como un canto a la belleza y a la naturalidad, mientras que por otro lado hubo mucha gente que puso el grito en el cielo diciendo que si era horroroso, que si le entraban nauseas, que aquello era una provocación absoluta. Bueno, pues con Liant la Troca pasa un poco lo mismo. Hay veces en la que alguien ha visto a dos bailarines con alguna prótesis o con alguna malformación haciendo una coreografía sensual o mínimamente erótica y ha llegado, no a indignarse, pero a incomodarse e incluso irritarse un poco. Y eso, en el siglo veintiuno, significa que estamos muy mal…». Puy por su parte se acerca más al terreno abstracto. Según él, «cuando ves a una persona con discapacidad bailar, o hacer aquello que se supone que no puede hacer, te están poniendo un espejo. Un espejo en el que no te quieres ver y que queda al alcance de un accidente de tráfico. Se ven en ocasiones miradas de pena o rechazo, y a eso solo se le llama miedo». 

En resumen, Jordi Cortés y Liant la Troca hacen mucho más que baile, mucho más que danza integrada. Sus proyectos son un grito contra la censura de la diferencia y la incomodidad paternalista. Ellos no son víctimas, ni buscan ejercer los beneficios de reconocérselo. Ellos son «performers», bailarines con todas las letras. 

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