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Una bomba en Navidad

Una bomba en Navidad

Terry Wyatt | AFP

El día de Navidad un pepinazo sacudió la ciudad de Nashville cuando un hombre de 63 años, definido como «asocial» por sus vecinos, tomó la decisión de volarse por los aires. Se llamaba Anthony Quinn Warner. El modus operandi brilló por su sencillez: Warner estalló su camioneta, con él dentro, momentos después de conectar un altavoz advirtiendo a cualquiera que estuviese cerca que evacuara el lugar. La explosión terminó con la vida del tipo, hirió a otras tres personas, se llevó tropecientos árboles por delante, dañó medio centenar de edificios y dejó sin cobertura telefónica a parte de Tennessee, Kentucky y Alabama.

La pregunta que se hacen los agentes desde entonces es la que se hace todo el mundo: ¿por qué? El FBI, de momento, no tiene una respuesta. Debido a su carácter reservado, Warner no hablaba demasiado con nadie. Si alguien le daba conversación se ponía a hablar del tiempo y su huella digital –su presencia en redes sociales– parece inexistente. Así que lo que todo el mundo anda queriendo saber, sus inclinaciones políticas, permanece en la sombra.

Esto no ha impedido que surjan teorías al respecto. La más llamativa es la que ubica a Warner en la órbita de QAnon, un movimiento conspiranoico que defiende la existencia de un Deep State –un Estado en la sombra– que manipula y oprime a la ciudadanía al tiempo que sus representantes se dedican a hacer todo tipo de maldades. (El paladín que intenta liberar a la gente de las garras de este Deep State sería, cómo no, Donald Trump.) Quienes dan por buena esta teoría, la que sitúa a Warner en la órbita de QAnon, argumentan que solo hay que fijarse en el lugar de la explosión: a dos pasos de un edificio de la compañía de telecomunicaciones AT&T. Es decir: hay quien ha deducido que lo suyo fue un acto de protesta contra la implantación de las redes 5G que, según algunos partidarios de la conspiración, no es más que otra herramienta a través de la cual ese Deep State mantiene el control sobre la sociedad.

Una bomba en Navidad 1
Imagen: Terry Wyatt | AFP

Warner pudo ser un ciudadano afín a QAnon o pudo ser un hombre que simplemente quiso, llegado el momento, quitarse de en medio. En cualquier caso, The Daily Beast ha informado que en sus canales de comunicación –Telegram y tal– algunos partidarios del movimiento conspiranoico aplaudieron el pepinazo. Es más: pocos días después la policía detuvo a James Turgeon, un trumpista de 33 años, por intentar reproducir el caos generado por Warner. Cuando le dieron el alto Turgeon conducía una camioneta desde la que advertía que iba a volar todo por los aires. Al detenerle los agentes se dieron cuenta, aliviados, de que a Turgeon le faltaba la bomba. La broma le salió cara: fue arrestado y solo podrá salir si abona una fianza de 500.000 dólares.

Frente republicano

Si el FBI termina concluyendo –y demostrando– que Warner era, en efecto, un partidario de QAnon y el pepinazo, por tanto, una acción política el suceso deberá sumarse a otros incidentes protagonizados por quienes no reconocen la victoria de Joe Biden. Incidentes como las amenazas de muerte a conservadores críticos con Trump, el acoso a un locutor de radio de Atlanta que no ha comprado lo del fraude electoral o el apuñalamiento, en Washington, de cuatro personas tras una marcha a favor del Donald.

De todas formas, el bombazo de Nashville no parece quitarle el sueño a nadie. Ni a Trump, ni al Partido Republicano en su conjunto ni tampoco a quienes, de demostrarse su asociación con QAnon, podrían sacar cierto rédito político: el Partido Demócrata. Y no parece quitar el sueño a nadie porque ahora mismo en Washington están a otras cosas. Concretamente, a negociar si la cuantía de los cheques que el Congreso ha aprobado repartir entre los más necesitados se sube desde los 600 dólares ya pactados hasta los 2.000 dólares.

Esta es una situación incómoda para el Partido Republicano por dos motivos. Por un lado supone tener que renegociar lo que ya había conseguido sellar y, por el otro, el regreso a la mesa de negociación lo ha provocado su propio jefe en uno de sus impulsos. Porque a ver: cuando los congresistas de ambos partidos se sentaron a negociar Trump pasó del tema y resulta que semanas después, cuando el Congreso logra un acuerdo in extremis, va y se mete para decir que vale, que firma el paquete de ayudas, pero que hay que subir lo de los cheques. Una subida defendida (¡y perdida!) durante la negociación previa por… el Partido Demócrata.

Así que ahora la pelota está en el Senado. La cámara que controla el Partido Republicano. ¿Qué hacer? Seguir oponiéndose a la subida supone no solo seguir echando el freno al ímpetu progresista sino, también, enfrentarse al Donald. Y el Donald, como todo el mundo sabe a estas alturas de la película, tiene muchísimo predicamento entre los votantes del partido.

Frente demócrata

En can Biden, mientras, se frotan las manos. No esperaban el capote de Trump. Un capote que, además, puede tener consecuencias mucho más allá de los famosos cheques. ¿Por qué? Pues porque en enero dos senadores del Partido Republicano, los de Georgia, deben presentarse ante las urnas para ver si revalidan los escaños. Y tienen que revalidar sus escaños como sea porque de lo contrario el Senado pasará a estar bajo el control de Biden.

Viéndose entre la espada y la pared, estos dos senadores, David Perdue y Kelly Loeffler, acaban de decir que apoyan subir la cuantía del cheque. Con ello esperan poder meterse en el bolsillo a los más necesitados de entre su electorado… a riesgo de enfadar a los conservadores más clásicos. Aquellos que se muestran muy escépticos, cuando no abiertamente contrarios, a cualquier intromisión del gobierno federal en la vida –y en el devenir económico– de la gente.

Resumiendo: Trump ha metido al Partido Republicano en un debate interno que no tendría por qué estar sucediendo y que es a todas luces contraproducente. De ahí que los progresistas estén partiéndose de risa con los editoriales lapidarios que están dedicando al Donald los medios de derechas. Para muestra, un botón.

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