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El turismo regulado nos hará mejores

En los últimos años, y especialmente en los últimos meses, la idea de turismo regulado y responsable ha ido emergiendo en nuestra cultura de ocio. El descanso laboral y el viaje llevan de la mano siglos, pero no fue hasta el siglo XX que ambos conceptos entraron de lleno en las vidas de la gente de a pie.

El turismo regulado nos hará mejores

En los últimos años, y especialmente en los últimos meses, la idea de turismo regulado y responsable ha ido emergiendo en nuestra cultura de ocio. El descanso laboral y el viaje llevan de la mano siglos, pero no fue hasta el siglo XX que ambos conceptos entraron de lleno en las vidas de la gente de a pie.

El boom del turismo acontecido en los 60 en España convirtió un país con una industria pobre en un país turístico con una excelente infraestructura en el sector servicios. Ese boom pionero fue evolucionando durante décadas hasta colocar a España entre las grandes potencias del sector a escala global.

En los últimos 15 años hemos asistido a otro boom más explosivo, si cabe. Las compañías low-cost han ido proliferando hasta ofrecer incluso vuelos de larga distancia, con unos precios que acercan continentes sea cual sea el bolsillo del viajero. Además, las plataformas digitales han ampliado la oferta de alojamiento y ocio, haciendo de la economía colaborativa una realidad muy extendida. La industria ha cambiado a golpe de clic, y el turismo con ella.

 

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El nuevo modelo turístico ha cambiado la guía de ruta del sector. | Foto: Sylwia Bartyzel / Unsplash

 

Este nuevo boom ha provocado una masificación tal que en algunos de los lugares turísticos más emblemáticos se está optando por regular y limitar el turismo. En otros, incluso, el conflicto entre locales y foráneos ha acuñado un término que hace un par de décadas no podíamos ni imaginar: turismofobia. Ahora la cuestión es: ¿Puede el turismo regulado mejorar la industria y hacernos olvidar esa fobia al turista?

 

De Santorini al Machu Picchu: principales medidas para limitar el turismo

Las medidas para regular el turismo se extienden a lo largo y ancho del atlas global. En Europa son muchas las iniciativas en este sentido. Por ejemplo, recientemente hemos sabido que la isla de Santorini, uno de los destinos más importantes de Grecia, quiere ahora limitar la llegada de los turistas. En el archipiélago residen unas 25.000 personas, por lo que recibir a alrededor de dos millones de visitantes al año no parece algo muy viable. Aspectos como el suministro de agua potable y electricidad, o la gestión de los residuos, se tornan muy complicados con la masificación turística en la isla. Por ello, la isla pronto comenzará a limitar el número de llegadas de turistas en cruceros a 8.000 por día. En temporada alta, Santorini recibe hasta 18.000 personas al día.

 

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Santorini atrae por sus playas y sus casas blancas. | Foto: Jason Zeis / Unsplash

 

Sin salir del continente europeo, ni del Mediterráneo, encontramos otras iniciativas reguladoras del turismo. Este verano conocimos que el Parlamento balear había aprobado la modificación de la Ley Turística de 2012 para regular el alquiler turístico en las islas. Con dicha regulación, se acota minuciosamente el alquiler vacacional -algo que en Baleares y en ciudades como Madrid o Barcelona ha provocado una importante escalada de los precios del alquiler residencial- limitando en 623.624 plazas en total en todo el archipiélago. El Gobierno balear buscaba adoptar así “medidas reguladoras del turismo” para poner fin al incremento de plazas y crear un modelo turístico responsable y sostenible que “ataque la especulación”, en palabras del Ejecutivo. Y es que un turismo desmesurado puede afectar en diversos ámbitos, y es sin duda un aliciente poderoso para los corruptos y especuladores.

Más allá de nuestras fronteras también se están poniendo límites al turismo. En Perú tienen una de las siete nuevas maravillas del mundo, y que constituye en el principal atractivo del país andino: el Machu Picchu. Este santuario histórico recibe a decenas de miles de turistas al año, algo que preocupa a las autoridades en términos de conservación del lugar. Desde el 1 de julio de 2017, y por un periodo de 2 años, las entradas al Machu Picchu se dividen en dos horarios de entrada, y se limitan los ingresos sólo a visitantes acompañados de guías, entre otras medidas. La Unesco, que en 1983 otorgó al Machu Picchu el título de Patrimonio de la Humanidad, advirtió a las autoridades peruanas de que si el modelo turístico seguía como estaba, tendría que poner al sitio en la lista de Patrimonios en peligro. Quedaba así de relieve que el exceso de turismo podía matar nuestro patrimonio histórico.

 

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El Machu Picchu fue declarado Patrimonio de la Humanidad allá por 1983. | Foto: Babak Fakhamzadeh / Unsplash

 

Estos son solo algunos ejemplos de regulación del sector turístico, medidas que parecen una imposición pero que buscan poner orden y cordura en un modelo caduco. Cuando estas medidas no se toman, puede llegar un conflicto entre locales y visitantes, conflicto que se traduce en una palabra de reciente creación: turismofobia.

 

Turismofobia: el conflicto al límite

La turistificación -fenómeno que quedó plasmado en el documental Síndrome de Venecia (2012)-, que incluye la masificación turística, que se traduce en gentrificación de los barrios de las ciudades y que enfrenta a autoridades, industria y ciudadanos, puede llegar a cotas muy conflictivas. En España se ha empezado a hablar de turismofobia, refiriéndose todos los actos vandálicos, protestas e incidentes de la población local contra la llegada de turistas. Barcelona, Baleares y San Sebastián han sido los puntos más calientes en este nuevo fenómeno, que ha llevado a uno de los líderes del sector a una pésima imagen exterior. Fuera de España, la turismofobia no se entendía dada la importancia del turismo para la economía española, y dentro el debate estaba servido.

El modelo actual no parece ser sostenible. Es importante que las autoridades, las empresas del sector y los individuos asuman la responsabilidad de la superpoblación y que desarrollen soluciones sostenibles a los problemas que pudieran derivarse de la turistificación. Mientras que limitar el número de turistas es una medida extrema y que siempre se toma en última instancia, promover otros destinos y tipos de turismo -como el rural, en boga en toda Europa- puede ser la vía para mejorar un mundo repleto de viajeros.

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