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Rishi Sunak: un inmigrante en el número 10 de Downing Street

Rishi Sunak, el primer ministro más joven del Reino Unido desde el siglo XVIII, es hijo de padres indios procedentes del Este de África

Rishi Sunak: un inmigrante en el número 10 de Downing Street

Rishi Sunak, primer ministro británico. | Reuters

En el Reino Unido el Partido Conservador ha sido el primero en tener un primer ministro judío -Benjamin Disraeli-, el primero en contar con una mujer como jefa de Gobierno –Margaret Thatcher- y es también desde hoy el primero en convertir a un político de origen inmigrante en el nuevo inquilino del número 10 de Downing Street: el excanciller del Exchequer, Rishi Sunak,  nacido en Southampton hace 42 años, de padres indios procedentes del este de África.

Sunak se ha convertido en el primer ministro británico más joven desde el siglo XVIII tras la mayor crisis política que haya sufrido en su historia el Partido Conservador tras las sucesivas dimisiones de Boris Johnson y Liz Truss en el plazo de tres meses. A principios de septiembre, el voto de los militantes tories convirtió a Truss en premier derrotando a Sunak, que había logrado la mayoría de los apoyos en el grupo parlamentario. Luego vino lo que todos sabemos. Un programa económico con una espectacular bajada de impuestos para las rentas más altas, el hundimiento de la libra, la intervención del Banco de Inglaterra, el rechazo de los mercados y el final de Truss tras 44 días en el Gobierno.

Pero aquella primera carrera por la sucesión de Johnson el pasado mes de julio, que hoy queda ya muy lejana, reunió a un conjunto de contendientes extraordinariamente singular. De los 11 candidatos que la iniciaron, cuatros eran hijos de inmigrantes (Sunak, Suella Braverman, Priti Patel y Sajid Javid); dos nacieron en el extranjero (Nadhim Zahawi y Rehman Chisti, en Irak y Pakistán, respectivamente) y una nacida  en Londres pero criada en Nigeria (Kemi Badenoch). Cuatro eran mujeres (además de las citadas, Liz Truss y Penny Mordaunt, secretaria de Comercio) y sólo dos hombres blancos, Tom Tugendhat, exmilitar y diputado, y Jeremy Hunt, exministro de Sanidad. Lo notable de aquella primera competición fue la preeminencia de las minorías en los puestos de poder –casi todos los candidatos habían sido miembros del Gobierno-, lo que no siempre había ocurrido  entre los tories. Este cambio se debió a la decisión del ex primer ministro, David Cameron, a partir de 2005, de priorizar a las mujeres y a los miembros de las comunidades inmigrantes en las listas electorales con la intención  de que el Partido Conservador reflejase la Gran Bretaña moderna que aspiraba a liderar. Su empeño tuvo éxito y en las elecciones de 2010 el número de mujeres diputados pasó de 17 a 49 y los representantes de minorías étnicas de dos a 11. Actualmente esas cifras se elevan a 87 y 22 respectivamente.

Pese a todo, estos datos quedan aún muy por detrás de los laboristas, que en las elecciones de 2019 atrajeron el 64% del voto de las minorías –en su mayor parte musulmanes- comparado con apenas el 20% de los conservadores, y cuentan con un grupo parlamentario en la Cámara de los Comunes de 202 miembros, del que casi la mitad son mujeres. Sin embargo, a excepción del alcalde de Londres, Sadiq Khan, de origen paquistaní, los diputados laboristas de procedencia inmigrante son anodinos políticos de partido, cuya dirección sigue en manos de hombres blancos.

«La izquierda británica considera que esta promoción de los políticos de color para defender la agenda conservadora es una manera sutil de absolver al partido de la acusación de racismo, pero es un análisis demasiado fácil»

La diversidad racial en el Partido Conservador tampoco significa que ésta se haya extendido a todo el establishment británico. Como escribe Adrian Wooldridge, de la agencia Bloomberg, «la administración civil ha sido siempre dirigida por blancos y los servicios de inteligencia tienen aún el mismo color en las altas esferas que en los días de George Smiley, el maestro de espías creado por John Le Carre». Menos todavía implica que estos políticos pertenecientes a las minorías defiendan políticas progresistas por el mero hecho de serlo, antes al contrario. Son partidarios de la línea dura en cuestiones como el Brexit, los derechos de las personas transgénero o la inmigración. Baste recordar que fue la secretaria de Interior, Priti Patel, cuyos padres de humildes orígenes indios emigraron a Uganda, la que tuvo la idea de deportar a Ruanda a los inmigrantes, iniciativa que fue frenada por la justicia de la Unión Europea.

La izquierda británica considera que esta promoción de los políticos de color para defender la agenda conservadora es una manera sutil de absolver al partido y a sus votantes de la acusación de racismo. Se trataría simplemente de fomentar una falsa diversidad para que todo siguiera igual. Pero es un análisis demasiado fácil. La política de los tories sobre las minorías desafía abiertamente algunas convenciones progresistas: ni todos los inmigrantes se sienten víctimas de una opresión secular ni mucho menos comparten una idea de igualdad entendida como igualdad en los resultados al final, no de oportunidades al principio. Hay una desigualdad en el esfuerzo que merece recompensa.

La propia historia personal de los candidatos de origen inmigrante desmienten esos prejuicios. El padre de Javid, banquero y exministro de Economía, era conductor de autobuses. Los padres de Patel, expulsados de Uganda por Idi Amin, crearon una cadena de kioskos de prensa tras su instalación en Gran Bretaña. Badenoch trabajó en un McDonalds a su regreso de Nigeria. Su éxito es por tanto un relato de mérito, que les lleva a hacer suyos los valores y símbolos del país que les acogió y a defenderlos con ardor. 

El caso de Sunak es diferente. Sus padres, un médico y una farmacéutica, ahorraron para poder pagarle a su hijo una educación de excelencia, primero en Winchester College, un colegio de élite semejante a Eton, y luego en Oxford. El nuevo primer ministro está casado además con Akshata Murthy, hija del magnate indio Narayama Murthy, y se les calcula una fortuna conjunta de 730 millones de libras, una de las mayores del país.

Ed West, columnista de The Spectator, explica que esta profusión de candidatos inmigrantes que hacen suyos los valores y símbolos del país que les acogió tiene que ver con el Brexit, que convirtió la identidad en una cuestión central del debate político británico, polarizando a los votantes laboristas y conservadores en temas como la inmigración y la diversidad, y con la historia. «La diversidad en el Gobierno es históricamente menos común en las democracias que en los imperios. Los miembros de las minorías que dominan el mercado frecuentemente sienten una gran lealtad hacia el gobierno imperial y cuando las fuerzas imperiales se retiran, ellos van detrás. Los judíos del Imperio Austrohúngaro eran extremadamente leales a los Habsburgo, que durante siglos les habían dado su protección; cuando los Habsburgo fueron derrocados, su mundo se derrumbó». Algo semejante ocurrió en las colonias británicas del este de África, donde los asiáticos fueron reclutados para la administración y la construcción de ferrocarriles constituyendo una élite local, que fue posteriormente expulsada –como pasó con los padres de Sunak, Patel y Barverman- o los yorubas en Nigeria, caso de Badenoch. Serían entonces herederos de un legado colonial jerárquico con los mismos prejuicios y búsqueda del propio interés que cualquier otra etnia o grupo social.

La diversidad alentada por los conservadores, sea verdadera o falsa, tiene sin duda efectos positivos. Acostumbra al público en general a ver a gente de diferentes culturas y raíces en posiciones influyentes –Sunak juró su cargo de canciller del Exchequer sobre un ejemplar del Bhagavad Gita-, atrae nuevos talentos, alienta a los miembros de otras minorías a seguir su ejemplo e impide que la política británica se polarice en torno al cuestión de la raza evitando que ningún partido tenga el monopolio sobre la asimilación de los inmigrantes.

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