THE OBJECTIVE
Relato erótico

Fóllame así, sin metáforas

«Sus caricias eran magistrales, una llave maestra que abría cualquiera de mis puertas»

Fóllame así, sin metáforas

Fóllame así, sin metáformas. | We-Vibe Toys (Unsplash)

Saúl estaba acostumbrado a seguir la llama de sus urgencias y yo siempre he respondido muy bien a la falta de espera. Me ha gustado siempre sentir sus manos frías y seguras en la cintura. Le encantaba atacarme por la espada, sucio villano, mientras enjabonaba los platos de la cena con agua muy caliente. «¡Oye, tú!», le gritaba con un respingo como respuesta a esta respuesta helada. «¡Déjame fregar tranquila!», le increpaba salpicándole la cara con los restos de jabón que me resbalaban por los dedos. A la vez, pronunciaba y le hacía más evidente la curvatura del final de mi espalda. 

Se deleitaba al aproximar su cuerpo desde atrás, muy apretado, casi inmóvil, siguiendo tan solo el compás de mis gestos de lavado y aclarado. Tentaba el equilibrio de la arquitectura de mis platos, cacerolas y vasos, hechos torre, con suaves arremetidas de pelvis con las que tanteaba mi hambre de juego

Eran grandes, cuando Saúl se me colocaba detrás, y yo le suplicaba, le cogía una de esas manos que ya estaba caliente y se la colocaba en la vulva. «Baja aquí ya, por favor» . La apretaba Saúl como una naranja. Agitaba los dedos sobre mis labios. 

Colmaba de sangre cada centímetro de mi coño antes de iniciar la presión por la que un lamento de gemidos entrecortados se me escapaba de la garganta. Sus caricias eran magistrales, una llave maestra que abría cualquiera de mis puertas. 

Entonces me inclinaba sobre la encimera, pidiéndole por favor que llamara a la puerta de atrás. Me tiraba hacia abajo el elástico del pantalón y le ofrecía mi culo blanco sobre un fondo de franela. Un pijama de invierno, unas bragas anchas de algodón y mi hombre suspirándome su excitación al oído; no se me ocurre una noche mejor de domingo. Es ahí cuando Saúl me introducía los dedos en la vagina como un oso a la búsqueda de miel. Los sacaba untuosos y prestos a acariciarme el culo. «Despacio, Saúl, por favor», le repetí a lo largo de todos estos años en el instante justo de presión ulterior. Era un miedo fingido al que sabía que Saúl sucumbía. «Despacio, Saúl, despacio, por favor», le recalcaría año tras año, empujando a la vez mi culo contra él. Abrazaba así el placer de la contradicción en el juego de los que se aman desde la entrega y la atención mutua; nuestra complicidad construida, nuestra confianza. «Despacio, mi amor», le diría otra vez más al cogerle de las caderas y ayudarle a deslizarse como una serpiente dentro de la estrechez de entre mis nalgas. 

«Yo sentía su calor, su dureza y sus ganas que me subían y bajaban por el culo con intensas oleadas punzantes que me reptaban por la espina dorsal»

Él me dejaba hacer y sus dedos no perdían el interés ni el ritmo de su navegar por mi coño. Mi popa se dilataba ante su buen hacer en la proa. Caminaba hacia mis entrañas y yo sentía su calor, su dureza y sus ganas que me subían y bajaban por el culo con intensas oleadas punzantes que me reptaban por la espina dorsal. La espalda, erizada; los pezones, erectos; el vientre, tenso, a punto de estallar.  En ese momento, sus dedos incrementaban el ritmo. Ano y clítoris interconectados a través de un profundo cosquilleo que yo recuerdo de color dorado. Sus embestidas acrecentaban el tempo. Nuestra respiración soplaba acompasada en una sinfonía de inhalaciones y gemidos espirados; nuestro deseo, empalmado por la idea compartida: la del gusto propio y del otro a la vez. 

«Dame fuerte. Ahora fuerte, Saúl», decía a trompicones casi al final cuando el placer anestesiaba algo de tensión que me pudiera quedar. 

Saúl se arrojaba a cada una de mis propuestas con las ganas del que se siente conectado, incluso a riesgo de que se le escurriera este juego, impropio de cocinas, antes de lo que quisiera. Por eso a veces paraba a pesar de mi insistencia. Paraba para esperar el temblor de mis muslos, la contracción de mi esfínter, el suspiro del orgasmo compartido entre el clítoris y el culo que duraba más allá que otros, largos y sentidos segundos. Con ellos, aprovechaba Saúl para poner la mano a reposo, tomarme con intensidad de la cintura y follarme el culo fuerte, así, sin metáforas.  

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