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Opinión

Oriana Marzoli o cómo (casi) perder al novio por 12.000 euros

Su paso por ‘GH VIP’ no deja indiferente a nadie y saca a relucir todo su repertorio televisivo

Oriana Marzoli o cómo (casi) perder al novio por 12.000 euros

Oriana Marzoli en el Festival de Venecia. | Europa Press

Me gustaría saber dónde estaban los patriotas que se desgañitan ahora porque aseguran que se rompe España entre amnistías y referendos el día en que, de verdad, España se vino abajo. Fue con el estreno de Mujeres y Hombres y Viceversa. Paolo Vasile, brazo armado de Berlusconi, introdujo en nuestro país un auténtico cáncer social mientras nos hacía creer que había venido a entretenernos. Con los tronistas se moldearon las nuevas generaciones de españoles que se reflejaban en unos personajes que solo servían como carne fresca de discoteca de polígono: ellos, armarios empotrados de tres cuerpos con las cejas depiladas por orfebres perfeccionistas; ellas, con los recauchutados pechos cortándoles la respiración y las uñas talladas por artesanas filipinas. Las peripecias vitales de estos gañanes eran una sucesión de estampas costumbristas de celos provocadas por las hormonas descontroladas, la inmadurez más absoluta y un concepto posesivo de la pareja que, lejos de mostrar la modernidad de estos tiempos, nos retrotraían a un jurásico machista que creíamos superado. Vidas vacías que llenaban horas de televisión, la paradoja de nuestro presente. Que España había perdido la partida era una obviedad: bastaba con salir a la calle por la noche y acudir a cualquier discoteca de moda para descubrir una juventud entregada a la cultura, a la estética y la ética tronista. No teníamos salvación.

Una de las protagonistas de esa invasión era Oriana Marzoli, tronista y, de profesión, sus realities. Esta venezolana puede presumir de ser una mujer hecha a sí misma: todo es suyo, desde luego, y hecho a su medida por buenos cirujanos. Es lo único que parece importarle a ella y a sus millones de seguidores. No hace vídeos de humor o tutoriales, tampoco coreografías o canciones, no se molesta en destacar como creadora de contenido. Para qué. Es mucho esfuerzo. Ella posa. Porque va de natural. Y a veces cuelga algún vídeo con —oh, sorpresa, qué original— algún truco de belleza que no deja de ser una colaboración pagada. Oriana vive de compartir su vida con sus seguidores. Pero ella no es una Madame Curie que nos vaya poniendo al día de sus experimentos, tampoco es una Emilie Brontë que nos vaya relatando sus ocurrencias para sus próximas novelas, no, ella solo es Oriana, la que mira a cámara y nos habla de lo verdaderamente importante: de su problema de caída de cabello, de si estaría con un hombre por dinero, de sus planes para ser madre… Muy profundo. Y todo, tocándose el pelo cada dos por tres (es un tic, o es un toc, ya uno no sabe) con un discurso que parece una parodia, o sea, súper pobre, sabes, como así sin muchas palabras, o sea, que dices, tía, un poco de alegría y diversidad, no sé, busca en Google algún sinónimo, ¿sabes? Te digo de súper buen rollo, tía.

Asumo que el mero intento de entender un fenómeno sociológico así me condena automáticamente a ser considerado un boomer, qué le vamos a hacer, pero no concibo que alguien pueda convertirse en influencer cuando es incapaz de aportar nada, absolutamente nada. Da igual. Pero Oriana tiene un ejército activo de seguidores que la apoyan en sus amores y desamores, los únicos contenidos por los que da que hablar ya sea en redes o en los programas de televisión, aunque también tenga otro de haters que la pongan a bajar de un burro. Como ella misma reconoce: «Muchos me ha amado, otros me han odiado. Soy un mal necesario». Francamente, no veo la necesidad. Y mira que la busco. Me pagan por ello.

Como Oriana ha entrado en GH VIP, fans y haters llevan unos días muy activos. Es la segunda vez que participa en el concurso en nuestro país, cuya versión italiana le sirvió para cazar a su último novio: Daniele Del Moro, empresario, exadicto, hijo de un diputado del Partido Demócrata y que ya apunta maneras como chupacámaras: le encanta la televisión, ya usa las redes como ‘influencer’ pero debe controlar su carácter: fue expulsado del concurso en Italia por su comportamiento violento.

Daniele y Oriana van de pareja intensa: siempre juntos, haciéndolo todo juntos, con un amor muy explosivo, muy tronista todo. Al quinto día en Guadalix de la Sierra, a Oriana le propusieron un encuentro de tres minutos con su novio por 12 .000 euros: es decir, restarían esa cantidad de los 150.000 euros del premio final por darse el capricho de ver a su amado por 4.000 euros el minuto. Y dijo que no. Que una cosa es el amor y otra, la pasta. La del bolsillo. Lo que el italiano no sabía era el verdadero precio de ese ‘regalo’ de la organización y se montó una, que casi tira abajo la puerta del confesionario. Por lo visto, al principio Daniele pensaba que ella no quería verle y eso casi le cuesta la relación. Luego debieron aclarar el entuerto saltándose las reglas, hablándose a través de los paneles. El show que montaron daba vergüenza ajena: por lo infantil, por lo excesivo, por lo ridículo. Es lo que tiene no tener nada de valor que contar, que al final debes pretender que cualquier cosa es relevante para que tenga apariencia de notoriedad. Una pareja que lleva cinco días sin verse no ha tenido tiempo para echarse de menos. Sin embargo, con espectáculos bochornosos como estos acaba echándose de más.

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