THE OBJECTIVE
Cultura

‘Raffasofía’, un homenaje a Carrá y al valor como uno de los fundamentos de la felicidad

Marina Visentin acerca al lector a la figura de la bailarina y cantante Raffaella Carrà, superestrella de la televisión italiana, icono LGTBI y hasta estilo de vida

‘Raffasofía’, un homenaje a Carrá y al valor como uno de los fundamentos de la felicidad

Raffaella Carrá | RRSS

Algunas voces autorizadas aseguran que el fenómeno Raffaella Carrà tiene una fecha de comienzo bastante precisa: el 10 de octubre de 1970. Aquel día, la RAI emitía el primer programa de la octava edición del concurso Canzonissima, que para todos los italianos era el acontecimiento principal de la parrilla del sábado noche. Copresentaba ese espacio una joven Carrà, que acababa de darse a conocer, cosechando cierto éxito, con Io, Agata e tu, un show presentado por el dúo de la época, Nino Ferrer y Nino Taranto.

«Con ‘Io, Agata e tu’ estalló la bomba de energía que llevaba dentro», contó ella. «Mi propósito no era gustar como mujer, eso no me interesaba demasiado… Lo que quería saber era si aquello en lo que yo creía, si bailando y cantando con los cabellos al viento, libre de todas las lacas que se utilizaban en aquel entonces, libre, libre y con toda la fuerza que tenía dentro, gustaría al público. Y la respuesta fue que sí».

«Quería saber si era aquello en lo que yo creía, si bailando y cantando con los cabellos al viento, libre de todas las lacas que se utilizaban en aquel entonces, libre, libre y con toda la fuerza que tenía dentro, gustaría al público. Y la respuesta fue que sí»

Aquella noche de otoño de hace más de cincuenta años, la artista italiana apareció frente a las cámaras de la democristiana televisión pública toda vestida de blanco, con pantalones de campana de cintura baja y un top corto de cuello alto, el ombligo al aire, una melena bob de color rubio platino y una gran sonrisa. De esta guisa, cantando Ma Che Musica Maestro (su primer gran éxito discográfico) y bailando con energía desbordante, empezó Raffaella Carrà a encarnar el cambio que quería ver en el mundo.

«Empezando por su mundo —aquella Italia mojigata donde nació y creció— y su cuerpo de mujer, que reivindica el derecho a la autonomía —aquel ombligo convertido en bandera de libertad y emancipación—», asegura Marina Visentin en Raffasofía (Libros Cúpula), un libro donde rinde homenaje a la carrera de una artista espontánea, libre de prejuicios y abierta a la inclusión, y acerca al lector a la filosofía vital de una mujer que encendió arcoíris de colores en las pantallas de televisión todavía en blanco y negro.

En 1970, Carrà ya contaba con una larga historia a sus espaldas. Nacida en la ciudad de Bolonia en 1943, Raffaella Maria Roberta Pelloni hizo su primera aparición cinematográfica en 1952, siendo todavía una niña, en el melodrama Tormento del pasado, de Mario Bonnard. Luego alternó teatro y radio, cine y televisión, y hasta se cambió de nombre (por sugerencia del director y guionista Dante Guardamagna). En aquellos primeros años, la italiana llegó a participar en una producción de Hollywood, El coronel Von Ryan (1965), junto a Frank Sinatra.

Por lo visto, el divo se encaprichó de ella y, a modo de obsequio, le hizo llegar al camerino un caro collar de perlas con un broche de esmeraldas. Pero Carrà no estaba muy por la labor de dejarse seducir por La Voz. «Los productores temen que el divo pueda ofenderse y la Carrà, que ya se ha convertido en toda una maestra en el arte de llevar adelante ideas revolucionarias sin perder la sonrisa, termina aceptándolo», cuenta en su libro Visentin. «Aunque luego, en vez de colgarse el collar o guardarlo en la caja fuerte, se lo deja ‘olvidado’ en un estante de la habitación del hotel de Roma donde se aloja, confiando en que desaparezca. Cosa que, evidentemente, ocurrió».

Raffasofia

La revolución de Carrà siguió su camino en el otoño de 1971, durante la novena edición de Canzonissima. Corría noviembre cuando la italiana y el bailarín y coreógrafo Enzo Paolo Turchi se pusieron a bailar el Tuca Tuca, una canción de swing en la que los dos bailarines están el uno frente al otro, moviendo las caderas con picardía mientras Carrà, que se agacha hasta casi postrarse en sus pies y luego vuelve a subir poco a poco con las manos tendidas, como si quisiera agarrarse, canta aquello de «Me gustas tanto, tanto, ah. Es increíble, pero me derrito por ti». Esta vez no hay italiano que pueda hacer la vista gorda ante el ombligo de la diva, y estalla el escándalo. 

El Vaticano utilizó el periódico oficial de la Santa Sede para pedir sin rodeos la retirada de semejante vergüenza de las pantallas del país, y los directores de la RAI obedecieron sin rechistar. Pero Carrà no estaba dispuesta a caer doblegada y, para desafiar a la censura, tuvo la idea de invitar a bailar con ella el Tuca Tuca a Alberto Sordi, considerado uno de los reyes de la comedia italiana. «Ella lleva el mismo top de siempre con el ombligo fuera, aunque esta vez va de negro, en vez de blanco, y muestra una irresistible sonrisa seductora. Él encarna a todos los hombres de Italia a los que les gustaría estar ahí, bailando con la Carrà, aunque no tengan ni idea de mover el esqueleto y dancen como ositos torpes, dando saltos como tímidos adolescentes con las hormonas revolucionadas. El Tuca Tuca sale triunfante y legitimado, junto con el ombligo de Raffaella y una idea de levedad y de libertad que abrirá las puertas a una auténtica revolución en las costumbres de los italianos».

«Siempre fue capaz de sacar adelante unos eslóganes extremadamente modernos y revolucionarios»

A medida que avanzaba su carrera, la italiana se fue granjeando una fama de mujer todoterreno. «Creo que he logrado demostrar que puedo hacer un poco de todo, así que quizá la mejor forma de definirme sea como showgirl», señaló una vez Carrà, quien nunca dejó que las dudas le cortaran las alas, y siempre prefirió asumir los riesgos. «Siempre fue capaz de sacar adelante unos eslóganes extremadamente modernos y revolucionarios», apunta su biógrafa, «y de hacerlo como si nada, sin ni siquiera remarcarlo, limitándose a lanzar una frase, llevar un determinado vestido, realizar un pequeño gesto: o sea, a base de detalles banales (en apariencia). En realidad, no hay nada banal en la capacidad de presentar como sencillas y al alcance de todas las cosas más excepcionales».

Raffaella Carra
Imagen promocional de Raffasofía en Italia.

Carrà, un trabajo cuidado al detalle

Pero ojo, porque, al menos en el caso de la Carrà, lanzarse no significaba improvisar. Todo lo contrario. Todas sus entrevistas e intervenciones, todos y cada uno de los momentos de sus espectáculos, estaban estudiados al milímetro. Visentin señala en Raffasofía que, en el trabajo, la italiana «era un tanque», y que lo que parecía espontaneidad, en realidad, era «fruto de un trabajo durísimo, de un cuidado minucioso al detalle, de una marcada inclinación al perfeccionismo y de una profesionalidad siempre trabajada en grado máximo».

Un carácter disciplinado que ya dejaba entrever Carrà cuando, antes de trabajar en televisión, se puso a estudiar en la Academia Nacional de Danza fundada por la bailarina rusa Jia Ruskaja, con la esperanza de convertirse en una gran bailarina. Al final, viendo que aquello no era lo suyo, decidió cambiar de rumbo y pasó al Centro Experimental de Cinematografía, donde se diplomó en 1960.

A lo largo de su carrera artística, Carrà lanzó decenas de programas de éxito (algunos en España, donde hoy cuenta con una plaza en su honor) y vendió sesenta millones de discos en todo el mundo, en parte, por las letras de unos temas cargados de sensualidad alegre y desenfadada, libre de remordimientos y sentidos de culpa. La versión española de una de sus canciones más famosas, Hay que venir al Sur, fue presentada durante la edición ibérica de Fantástico, con un inolvidable baile donde Carrà actúa envuelta en un ceñidísimo mono de color rojo. Rápidamente, ese tema se convirtió en un himno a la libertad y a la actitud de apertura mental, y en una declaración de tolerancia hacia toda diversidad. 

Esa circunstancia, unida al hecho de que Carrà parecía una mujer desprovista de todo tipo de prejuicios, elevó su figura a la categoría de icono LGTBI, hasta el punto de ser reconocida en el World Pride Madrid 2017. «Me acerqué al mundo gay», contó en una entrevista en 2018, «durante la primera edición de Canzonissima, en 1970, cuando empecé a recibir las cartas de unos jóvenes desesperados por la falta de comprensión de sus familiares, dispuestos incluso a matarse. Comencé a informarme, también porque muchos miembros de los repartos con los que trabajaba, sobre todo maquilladores y diseñadores de vestuario, eran homosexuales […]. Fue ‘a mi pesar’ como me convertí en un icono gay, no he hecho nada especial, me he limitado a ser la que soy, tal como me viene de forma natural».

Según Visentin, Carrà se ha convertido en un símbolo de libertad, «sobre todo, porque nunca intentó sentar cátedra, nunca tuvo la pretensión de dar lecciones, de decirles a los demás cómo vivir, qué pensar y cómo amar. Ha puesto en práctica, durante toda su vida, el derecho a que cada uno viva como quiera, y sin proclamas, tan solo viviendo de forma orgullosamente libre, pero sin ostentaciones. La práctica de la libertad como contagio de energía y alegría». Hablamos de una mujer que eligió no ser ni esposa ni madre, pero que, en palabras de la autora, «supo transformarse para los demás en una especie de hada buena capaz de las magias más dulces». Quizás por ello, la repentina muerte de Carrà, en julio de 2021, a los 78 años y tras varios meses atravesando un cáncer de pulmón que la obligó a apartarse de los focos, dejó muy huérfanos a los devotos de la artista que mejor representó el valor como uno de los fundamentos de la felicidad.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D