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El conductor medio no podría pilotar un Fórmula 1, y hay datos numéricos que lo confirman

El tiempo de reacción es clave, y es uno de los elementos que separa a la gente normal de los que pueden ser pilotos

El conductor medio no podría pilotar un Fórmula 1, y hay datos numéricos que lo confirman

El piloto de Fórmula 1 Fernando Alonso. | Zuma Press

Parecía una canción de Chimo Bayo. «Este sí, este no, este sí…». El sentido del estribillo cambia cuando se es consciente de los que la entonaban eran Fernando Alonso, Antonio García, y Adrián Campos, aunque con una música atípica de fondo.

La escena tuvo lugar el 4 de septiembre de 1999. Debían ser como las cuatro de la tarde, y los tres corredores estaban situados en un rellano terrizo, muy cerca del Spitfire que preside la zona trasera de la pista de Donington Park. Más que una canción ochentera, lo que se oía era como una letanía monocorde, átona, y desafectada al paso de los F3000 que servían de teloneros de la Fórmula 1. 

Pasaba un monoplaza encarnado y Campos, jefe de equipo de los dos jóvenes, decía «este no». Los dos pilotos asentían en silencio. A los pocos segundos aparecía un bólido azul, y García —ganador de varias 24 Horas de Le Mans— afirmaba, sin un solo atisbo de animosidad, “este sí”. Los otros dos afirmaban sin añadir palabra alguna. Llegaba otro coche a la mítica bajada del circuito británico, su tripulante levantaba el pie izquierdo de la frenada, y en un abrir y cerrar de ojos, su derecho aplastaba el pedal del acelerador para salir del Old Hairpin a toda velocidad. Aquel tampoco y los tres estaban de acuerdo. 

Aquel trío, dos sentados en un cochecito de golf y Campos en un scooter rojo, detectaba quién haría una vuelta rápida y quién no… oyendo el coche. El misterio es que en alguna parte de sus cabezas, existía un cronómetro capaz de medir las milésimas de tiempo que pasaban desde que cada vehículo dejaba de frenar y empezaba a acelerar. Y es que los pilotos de élite poseen una capacidad de la que carecemos el resto de los mortales, y que les ayuda a detectar la excelencia en esto de las prisas. 

Materiales compuestos

De manera habitual, un Fórmula 1 consta de unas 16.000 piezas, y muchas de ellas están construidas con materiales compuestos, pero para mezcla compuesta la necesaria para construir a un piloto de carreras. Reacciones propias de Bruce Lee, mente de maestro del ajedrez, la fuerza de un luchador de sumo, y la resistencia de un maratoniano. Todas estas características son necesarias para domar a un monoplaza de ochocientos kilos y mil caballos. 

En estas cuatro características básicas coinciden la mayoría de expertos y preparadores de pilotos. Los que no las alberguen, se quedarán por el camino, o lo que es peor: no agarrarán las riendas de su cabalgadura como es requerido. Eso, a trescientos cincuenta kilómetros por hora, equivale a cosas que pocas veces son divertidas. 

Manos de prestidigitador

El tiempo de reacción es fundamental, y es uno de los elementos que separa a la gente normal de los que pueden ser pilotos de F1. Según Clayton Green, exentrenador de Lewis Hamilton, el sistema cognitivo de un piloto tarda en responder unas 200 milésimas; el humano medio suele hacerlo más o menos entre 500 y 600. Hay muy pocos que superen en esta cifra a los que pueblan la parrilla, y entre ellos están los atletas especializados en velocidad. Usain Bolt consigue hacerlo en 160 milésimas. 

Entre los pilotos es muy popular un juego llamado Batak. Una estructura metálica que recuerda vagamente a un perchero de Ikea que se cuelga de la pared. En ella hay una decena de botones con luces, que el jugador va tocando según se encienden y apagan; gana el que más pulse en medio minuto. Era legendaria la velocidad de Jenson Button, capaz de pulsar dos botones por segundo, por eso conserva el récord mundial. Resulta obvio decir que esa capacidad de reacción es la que te podría salvar al final de una recta si se pierde el control del bólido que manejas. 

Patadas de mula

Los frenos de un F1 están hechos de carbono. Son muy ligeros y empiezan a funcionar bien a partir de los 300 grados; por debajo de esa temperatura apenas tienen capacidad de detención. Cuando un piloto pisa el pedal, las sensaciones son muy distintas a las de un coche normal. Apenas hay tacto, y todo se reduce a pisar mucho o pisar mucho más. La frenada depende del tiempo que se pase con el pie a fondo y con cuanta más fuerza, mejor. Si no se dispone de la patada de una mula, lo más probable es que se acabe estampado contra las protecciones de una curva cualquiera. 

Según la prestigiosa firma Brembo, proveedora de la mayoría de las escuderías de la Fórmula 1, los mejores frenadores de la parrilla son Lewis Hamilton y Fernando Alonso. Ambos son capaces de aplicar una fuerza al pedal izquierdo de sus coches de unos 150 kilos, el doble de su propio peso. A más presión, mayor poder de parada, y con ello de capacidad para robarle tiempo al cronómetro. 

En la hora y media que dura una prueba, hay dos, tres o puede que cuatro fuertes frenadas en la que se activan cuádriceps, isquiotibiales, glúteos, y músculos de la pantorrilla. Si un caballo al nacer pesa unos 50 kilos, los pilotos podrían levantar tres equinos en cada una de esas curvas… de cada vuelta. 

El cuello 

El dicho reza así: «Más malo que la carne de pescuezo». Pues en los pilotos podría aplicarse otro: más duro que… El cuello del ciudadano medio ronda los 38 centímetros de diámetro, y, sin embargo, el de los más rápidos del mundo puede irse con facilidad a los 45. Es la parte más trabajada de toda su anatomía, y se lo deben a que es la única parte de su cuerpo que no va sujeta al coche. La cabeza se bambolea en las frenadas y curvas. Cuando se sabe que se alcanzan fuerzas de hasta 5G, se descubre que los ocho kilos que pesa normalmente se convierten en unos 40, que se podría traducir en llevar colgado del cuello a un niño de catorce años. 

Eso ocurre unas cuantas veces, en cada una de las alrededor de setenta vueltas que suele durar una carrera. Es por ello que si hoy se usan máquinas de gimnasio diseñadas ex profeso, antiguamente se echaba mano de trucos de entrenamiento propios de inquisidores. Los había que leían en la cama con el casco puesto, o dormían con la cabeza colgando por fuera del colchón, y todo para endurecer el cuello. 

Es moneda común que pilotos de Fórmula 1, la antesala de la élite, tengan problemas de cervicales o al menos sufran notables molestias en sus días de estreno en la categoría superior. 

El oído

Pues si, también se pilota con el oído. Los coches de Fórmula 1 carecen de controles electrónicos de tracción. Si se aplica demasiada fuerza al acelerador, la generosa caballería de sus propulsores híbridos pueden remitir a las ruedas traseras hasta los 1.000 CV que desarrollan. Ante el más mínimo exceso, ya sea en la salida, en curvas muy lentas, o en la reanudación tras un cambio de neumáticos, perder el control podría suponer acabar estampando el coche contra las protecciones. O lo que es peor aún: contra el interior del muro de boxes, donde se colocan ingenieros, estrategas y los responsables de los equipos. 

Para evitar esta vergonzante escena, los F1 disponen de un sensible dispositivo: el oído de sus pilotos. Dentro de él habita el sistema vestibular, que es una parte del sistema nervioso que proporciona conciencia de la posición espacial de nuestra cabeza, cuerpo, y el movimiento. Es el mismo sistema que nos indica cuando subimos o bajamos en un ascensor. La maestría de su uso es una asignatura que no se aprende en los simuladores. Si se sigue la pista a los más veteranos, los anteriores a la era de la llamada Generación Playstation, dominan esto mejor que sus sucesores, que tienden a ser más violentos tras sus cambios de ruedas. 

La paliza

Y claro. Hora y media, con velocidades, presiones, curvas, frenazos, sudor, pérdida de líquido, y atención desmedida en todo momento, conducen al cansancio. El europeo medio pesa 75 kilos, y alrededor del 12 % es grasa. Los pilotos apenas tienen de esto último, el más zángano de todos se hace dos o tres horas de ejercicio cada al menos dos días.

A pesar de ello, pierden con facilidad entre el 3 y el 5% de su peso en cada carrera en forma de sudor; se considera que a partir del 2% ya hay una afección al rendimiento general. Con ello, los músculos se vuelven más lentos, el sistema cognitivo sufre, la toma de decisiones se ralentiza, y los tiempos de reacción van a peor. Si a esto añadimos las temperaturas de hasta 50 grados que se viven en la cabina del monoplaza, tenemos al piloto metido en una sauna durante toda la prueba, algo que pone al límite a su organismo.

Si después de todo esto alguien cree que puede correr un Gran Premio de Fórmula 1 como si fuera Fernando Alonso, que algún amigo le despierte, porque estará soñando. Eso, o que se atreva tan solo a hacer lo mismo en un simulador de los que usan esos mismos pilotos. Lo haga bien o mal, no dispondrá de un asiento como titular en la siguiente carrera, pero sí tendrá garantizados unos magníficos dolores y hormigueos por todo el cuerpo que le durarán hasta el día siguiente. Aquel que quiera intentarlo, ya sabe a qué se atiene. Buena suerte. 

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