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Pilar Marcos

El ocaso del gran taxidermista

«El vaciado de inteligencia, trayectoria y propósito al que Sánchez ha sometido al PSOE como organización política es también su certificado de defunción»

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El ocaso del gran taxidermista

Chema Moya | EFE

El episodio invita a rememorar la trepidante sintonía que Antón García Abril creó para El hombre y la tierra, con la innovadora narración visual que dirigía Félix Rodríguez de la Fuente para contar a los niños de la Transición cómo era La fauna ibérica. Hoy, una glaciación después de aquellos relatos semanales que echaban por la tele entre 1976 y 1981, el cuento se tiñe de terror: un gran taxidermista se habría infiltrado en nuestra fauna ibérica para disecar los momentos captados por las cámaras del equipo de Rodríguez de la Fuente al precio de extirparles hasta el más recóndito atisbo de vida.

Durante algún tiempo, muy poco, muchos creerían que el gran taxidermista había logrado el milagro: exhibir un cuadro inmutable con lo mejor de cada criatura. Pero muy pronto se desvelaría el dramático precio del tenebroso encantamiento. En la ausencia de vida de esos seres disecados, en sus hieráticos gestos de pretendida fiereza, solo habita el ridículo de peluches anticuados. El ridículo y una pena creciente por tanta libertad sacrificada.

El cuento de terror ha ocurrido. No en el alto sabinar de Rodríguez de la Fuente, sino en lo más profundo de Ferraz, con Pedro Sánchez como gran taxidermista del partido que más se benefició de la Transición: el PSOE.

La apretada vanidad de Sánchez y su sectario ejercicio del poder han logrado disecarlo todo. Lo personal y lo institucional. Se ha afanado en arrancar la vida a cualquier minúsculo pálpito de libre albedrío. Y, gracias al 4 de mayo, todo el mundo ha visto la desolación que impone su letal taxidermia.

El vaciado de inteligencia, trayectoria y propósito al que Sánchez ha sometido al PSOE como organización política es también su certificado de defunción, por mucho que sus artes propagandísticas hayan podido disimular, durante un tiempo limitado, que extirpó de su partido hasta la más nimia vitalidad. A las embalsamadas criaturas políticas que le jalean les espanta tanto la palabra libertad porque saben que es un vocablo lleno de vida; de esa vida a la que renunciaron para formar parte de la corte de poder del gran taxidermista.

Solo en cráneos muy huecos de peluches polvorientos puede nacer la ridícula ocurrencia de llamar revisionista al autor de Las armas y las letras. Aunque no hubiera escrito nada más, Andrés Trapiello merece un respeto. Y, a ser posible, más de una atenta lectura.

Solo de criaturas políticas disecadas puede surgir la extravagancia de cursar expediente disciplinario de expulsión a eximios miembros de la historia de un partido. Si les quedara una neurona, solo una, sabrían que expulsar a Joaquín Leguina o a Nicolás Redondo es al PSOE a quien proscribe. Arrincona a una organización momificada -que fue clave para la democracia española- al alienar los afectos que atesoró entre los españoles por su papel en nuestra democracia.

Todo tiene su explicación. El gran taxidermista vio el 4 de mayo cómo se desplomaban todos los trampantojos de su cuidada propaganda. Se hundió hasta el coro de los 26 años infernales. Confiaba en infundir admiración y temor, pero concita repulsa y risa. Una estimulante carcajada al comprobar que solo le queda la cuenta atrás. 100, 99, 98… días para la inmunidad de rebaño. 10, 9, 8… días para confiar en que no se repitan las elecciones en Cataluña. 32, 31, 30… meses en La Moncloa si logra estirar la legislatura hasta el infinito de su vitoreada resiliencia. La acelerada cuenta atrás de quien soñó su cargo a perpetuidad y ahora se ve obligado a fajarse con el calendario.

Tiene motivos para aferrarse al cargo y suspirar porque caigan despacio las hojas de los días. El minucioso vaciado del PSOE que el gran taxidermista ha ejecutado a conciencia desde que accedió al liderazgo de su partido tiene casi imposible su marcha atrás. Impensable bajo el yugo de su persona. Cierto, las siglas de las que se apropió, y que vació, eran muy valiosas. Pero hoy son siglas huecas, y esa oquedad ha sido detectada -y valorada- por los votantes madrileños… que no son los de toda España, pero sí son un preciso indicador adelantado de lo que está por venir.

La cotización de las siglas huecas del gran taxidermista no llega al 17%. La del gran estafador, su socio Pablo Iglesias, al 7%. Juntos -como en su coalición para el Gobierno de España- solo rozan el 24%, menos de la cuarta parte de los electores madrileños. No parece gran cosa. La chica que tanto desprecian ambos -Isabel Díaz Ayuso- alcanzó el 45% de los votos. Ella sola, apoyada en su autenticidad. Porque la autenticidad cotizó al alza el 4-M, y ésa es una muy mala noticia de la que también se benefició otra mujer, casi desconocida, del tercer partido de la izquierda.

Hay más malas noticias. La suma de los tres partidos de izquierda -el PSOE del taxidermista, el Podemos del gran estafador y el Más Madrid de la médica y madre desconocida– solo aglutinó el 41% de los apoyos. ¡Imposible! Nos habían contado que, pasara lo que pasase, los bloques de derecha y de izquierda se reparten siempre por mitades el favor del electorado.

Pues no. El 45% del PP de Ayuso, más el 9,2% de Vox, y el 3,6% perdido de Ciudadanos suman un 58%. Ocurrió con una participación récord. Y pasar de un reparto del 50-50 a otro del 60-40 es más que un terremoto electoral. Es un cataclismo de consecuencias imprevisibles porque los bloques dejan de ser bloques.

El 4 de mayo cayó el telón. Quedó al descubierto toda la falsedad del paisaje diseñado por el gran taxidermista, y también el rechazo acumulado ante tanto embuste. El votante exige autenticidad. Llega el ocaso de los falsarios.

Antón García Abril -fallecido hace pocas semanas- podría haber ideado una gran sintonía para esta nueva serie de El hombre y la tierra que ya estamos viendo. Nos queda recordar la mejor; nos acompañó en la Transición.

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