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Capital sin reservas

Sánchez y el síndrome del soldado invencible

«El Gobierno Frankenstein ha inoculado embriones que germinarán con fuerza inusitada en cuanto se constituyan las nuevas Cortes Generales el 17 de agosto»

Sánchez y el síndrome del soldado invencible

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. | Europa Press

En pleno debate electoral, y a la vista de la clara derrota a los puntos que estaba cosechando Sánchez a manos de Feijóo, las direcciones del PSOE en diferentes circunscripciones del país empezaron a distribuir mensajes en las redes sociales para arengar a la tropa bajo el hashtag #GanaPedro. A tenor de las reacciones posteriores de algunos socialistas desengañados y teniendo en cuenta el pesimismo que se respira entre las bases del partido no parece que la soflama tuviera mayor éxito. El impostado ejercicio de triunfalismo respondió, eso sí, a su objetivo esencial de levantar el ánimo del jefe, quien nada más llegar a Ferraz, todavía exhausto por el aluvión de golpes encajados en el combate, proclamó a los cuatro vientos sin inmutarse su tradicional y más sentido grito de resiliencia: «Ahora sí que estoy seguro; vamos a ganar las elecciones». 

El presidente del Gobierno ha sucumbido, parece que de una forma consciente y definitiva, al llamado síndrome del soldado invencible que le impide reconocer cualquier atisbo de fracaso. Incluso sin entrar a fondo en el cruel patetismo que suscitan todos sus coletazos políticos desde la fatídica noche electoral del 28 de mayo, la figura de Pedro Sánchez podría compararse a la del célebre Caballero Negro de los Monty Python, que tras quedar mutilado de brazos y piernas por el rey Arturo todavía se atreve a tildar de cobarde a su adversario mientras le amenaza con destrozarle a mordiscos. Los dientes es lo único que ahora puede exhibir el líder socialista en su afán por tapar con una media sonrisa el desastre al que ha conducido a su formación tras cinco años al frente de una tan falaz como presuntuosa labor de gobierno.

El jefe del Ejecutivo ha interpretado la iniciativa de Feijóo para que gobierne la lista más votada como una artimaña oportunista sustentada en la clara ventaja que la tendencia media ponderada de las encuestas conceden al Partido Popular. Probablemente existan razones para que el inquilino de Moncloa considere la proposición como un arma arrojadiza, pero el desdén con que ha sido rechazada evidencia también muy poca confianza en la posibilidad de una remontada socialista este domingo en las urnas. Dejando a un lado el diálogo de sordos que destila la retórica electoralista, lo que realmente importa y subyace detrás de tamaña oferta es la necesidad de asegurar una mínima estabilidad en la gestión política del aparato del Estado, de manera que los representantes elegidos por sufragio mayoritario no tengan que hipotecar su legítimo ejercicio de poder al chantaje de intereses bastardos minoritarios.

La herencia más oprobiosa del sanchismo

Cuando Feijóo espeta a su rival que no se puede gobernar sin ganar las elecciones el presidente de los populares está apretando la herida por la que sangra un PSOE angustiado por su colaboracionismo irredento con fuerzas políticas claramente desleales a la Constitución y que no se recatan en jugar con las cartas marcadas. Llegar al poder por la puerta trasera de una moción de censura pudo exaltar las pulsiones de un audaz cambio de régimen pero el fracaso de las primeras elecciones de 2019 tendría que haber alejado a Pedro Sánchez de la hybris que ha caracterizado su pose narcisista durante los cuatro últimos años de mandato. El presidente del Gobierno se ha mostrado encantado de conocerse en una torre de marfil blindada con un supremacismo moral y determinista en su propósito de refutar el sentido de la vida de todo el país.

«El líder socialista ensalza un patético triunfalismo con la esperanza de bloquear la formación de un Gobierno presidido por Feijóo»

La bandada incesante de concesiones y contradicciones políticas ha generado resultados letales una vez que las urnas desbarataron el sortilegio y la figura de su promotor ha condensado el rechazo explícito de una mayoría de españoles deseosa de pasar la factura al cobro como suele ser tradición en la reciente historia democrática de España. Los acontecimientos más inmediatos no han dejado títere con cabeza dentro de esa coalición de aliados, socios y demás cortijeros interesados que han manejado los destinos de la nación. Quizá la excepción, los que realmente han sacado rentabilidad a su inversión parlamentaria, sea el grupo de EH Bildu bajo la batuta de un reforzado Arnaldo Otegi que amenaza seriamente ahora con dar el sorpasso al PNV en Euskadi. Es la única herencia, y la más oprobiosa, que cabría atribuirle al sanchismo.

El inconmensurable truchimán socialista se ha revuelto como gato panza arriba con ese manual de resistencia desgastado de tanto usarlo en su indolente vasallaje con los diversos cómplices de investidura. En todos ellos descansa también ahora la aspiración de Sánchez para no morder el polvo si finalmente consigue cerrar una posición de bloqueo que impida al PP alcanzar la mayoría absoluta junto a los imponderables de Vox. Los sondeos más optimistas que maneja Feijóo apuntan a un número de escaños superior al bloque de la izquierda que representa el PSOE sumando a Yolanda Díaz. Pero no se puede olvidar que a la siniestra del arco parlamentario están acechando las demás fuerzas separatistas que desde hace días vienen emitiendo los consabidos gritos de guerra, amenazando con inflamar sus más ultramontanos nacionalismos contra cualquier gobierno de derechas que pueda formarse en España. 

Carrera a Moncloa con parada en ‘voxes’

La semilla inoculada en el laboratorio que creó al monstruoso Gobierno Frankenstein ha seguido desarrollando embriones que germinarán con fuerza inusitada y cuyo efecto podrá comprobarse en cuanto se constituyan las nuevas Cortes Generales el próximo 17 de agosto. La euforia de una presumible victoria electoral, por muy aparente que resulte, no debe cegar al presidente de los populares que deberá hacer frente a una oposición parlamentaria deseosa de revancha. La construcción de armisticios exige la previa aceptación de la derrota y el líder socialista no conoce lo que es la bandera blanca, mucho menos ahora que la renovación en el cargo del secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, le ha mortificado su ilusionante plan de carrera internacional. O el PSOE se reconstituye a partir de esta noche o habrá jarana a lo largo de toda la próxima legislatura.

El PP necesita 160 escaños largos para sacudirse el fantasma de Vox pero, así y todo, la estabilidad de la acción política se antoja muy complicada si el principal partido conservador sigue empeñado en dar rienda suelta a los complejos que tienden a delinear exclusivamente los cordones sanitarios a la derecha del arco parlamentario. El aspirante conservador a la presidencia del Gobierno no puede encorvarse por problemas de conciencia que no le atañen y de la misma manera que los españoles dieron una oportunidad a la coalición de izquierdas hace cuatro años sería legítimo seguir el dictado de las urnas si el partido de Santiago Abascal se consolida finalmente como bisagra para la gobernabilidad del país. Hasta ahora los populares se han resistido a blanquear al partido verde y probablemente eso era lo que exigían los cánones de la campaña, pero una vez superado el fragor de la batalla a Feijóo no deberían caérsele los anillos si el Partido Popular tiene que pasar por ‘voxes’.

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