¿Es prueba de especial inteligencia darse cuenta de que las banderas son meros “trapos”?
A todos nos habrá sucedido alguna vez. Alguien (normalmente tirando a modernete) habrá puesto esa cara que ponen los modernetes cuando van a pronunciar cualquiera de sus sentencias sapienciales (mirada algo perdida, voz levemente más profunda) y habrá aseverado: “Yo es que pienso que las banderas son meros trapos”. (Existen algunas variaciones para dulzaina y orquesta de esa frase: por ejemplo, “yo pienso que las banderas son solo un trozo de tela”). Es habitual que quien así habla crea por ello haberse elevado a ciertas cotas cosmopolitas que nos están vedadas al resto de los mortales, enfangados como estamos en esa cosa tan pegajosa que es tener vínculos con tus paisanos, qué ordinariez. También es frecuente que quien así habla crea haber realizado un descubrimiento empírico importante: “¿Pero es que no veis que las banderas son de tela? Mira, tócala. Tela, lo que yo te dije. Qué absurdo eres que te crees que es distinta esta bandera al material de tus calzoncillos”.