Tardé mucho en escribir –y en terminar– mi novela porque estaba esperando que algo mágico sucediera. Escribir es, a veces, esperar, mantener una puerta abierta que solo se cierra cuando llegas al final. Mientras la escribía, me llenaba el convencimiento de estar contando una historia cuando, en realidad, lo que hacía era esperar. Esto, claro, es algo que no se puede contar en las entrevistas: “Escribí mi primera novela para esperar”, porque en ese hipotético caso a una le llega el turno de escuchar la réplica: “¿Y qué esperabas?”.