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T2 Trainspotting: Turismo en los 90s

No es una película de culto, probablemente no va a cambiarle la vida a nadie, pero T2 Trainspotting te dejará hacer un poco de turismo en tu propia juventud

T2 Trainspotting: Turismo en los 90s

¿Eras adolescente o veinteañero en los 90? ¿Pasabas horas en discotiendas eligiendo CDs? ¿Llevaste el pelo azul, ibas a raves y tienes la marca del piercing que usabas en el ombligo o en la ceja? ¿Conoces perfectamente la letra de “Perfect Day” de Lou Reed? Si respondiste sí a alguna de estas preguntas, no le des demasiadas vueltas, ve a ver T2 Trainspotting.

 

 

Eso sí, es recomendable que no tengas las expectativas cinematográfico-existenciales demasiado arriba. T2 Trainspotting no es una obra maestra de Danny Boyle, probablemente no te vaya a cambiar la vida ni ti ni a nadie, ni se vaya a convertir en otra película de culto, pero es un film que como dice el mismo Sick Boy, a fuerza de rostros conocidos, flashbacks, paisajes icónicos y un soundtrack que aún resuena en tu memoria, te invitará a hacer un poco de turismo en tu propia juventud.

Escena Trainspotting.
Spud, Sick Boy (con bastante más pelo), Renton, Begbie (con más dientes) y Tommy.

 

«First there was an opportunity… then there was a betrayal»

 

La frase que repite Mark Renton en su cabeza al final de la primera película queda resonando en el aire y dos décadas más tarde revive cuando se anunció el retorno de los cuatro antihéroes más famosos de Escocia. Primero hay una oportunidad… después una traición. Muchos pensaron que la segunda entrega de Boyle podía resultar eso, una traición al frenetismo, a la irreverencia, a la ironía e incluso a la estética del éxito de 1996, pero Boyle y su combo no solo no estafan sino que sacan adelante esta secuela con bastante dignidad… bueno, no exactamente con dignidad, en realidad con la dosis de frustración, ansiedad y tristeza que podíamos esperar de un grupo de cuarentones exadictos a la heroína que no ha sabido, podido o querido madurar.

Imagen Promocional de T2 Trainspotting. Lionsgate.
Imagen Promocional de T2 Trainspotting. Lionsgate.

 

«You’re an addict. So be addicted.»

En algunos países de habla hispana, Trainspotting 2 tiene como coletilla o traducción alternativa “la vida en el abismo”. Curioso. La vida en el abismo al final resultó ser la adultez y la adicción más peligrosa fue la adición a la juventud. De ahí que al desasosiego de Trainspotting se una la nostalgia como hilo conductor de la historia y probablemente como fuerza que nos arrastra como espectadores a la butaca del cine.

Tal vez es eso lo que más mueve y conmueve de la película, esa nostalgia no anticipada a la nos enfrentamos todos al comprobar -mientras hacemos turismo en nuestra propia juventud- lo lejos que estamos ya de esos exaltados veinte años en donde todo era posible, incluso sumergirse en el retrete más sucio de toda Escocia.

La trama, vagamente inspirada en la novela Porno de Irving Welsh, publicada en 2002, se entiende perfectamente con solo ver el tráiler. Mark Renton (Ewan McGregor) vuelve a casa después de haber huido a Amsterdam -botín y traición a cuestas- y haber permanecido AWOL por veinte años. En casa lo esperan sus viejos amigos Spud (Ewen Bremner), tal vez el único auténticamente feliz de verlo, Sick Boy (Jonny Lee Miller) ahora convertido en proxeneta amateur adicto a la coca y Begbie (Robert Carlyle) tan maniático como siempre, más violento que nunca. Lo esperan también una serie de recuerdos listos para ser desempolvados, una escéptica exnovia, un padre distante, una habitación de otro tiempo aún tapizada con papel de trencitos, una serie de arrepentimientos y toneladas de preguntas sin respuestas convincentes porque al final, a pesar de toda la irreverencia, la rebeldía y el escepticismo que caracterizó a la Generación X, tal vez tanto ellos como nosotros elegimos el televisor grande que te cagas, elegimos Facebook, Twitter, Instagram y confiamos que a alguien, en alguna parte le importe.

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