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Cultura

Federico Falco, escribir desde las afueras

En #TalkingHeads, Anna María Iglesia conversa con el escritor argentino Federico Falco acerca de sus imprescindibles 222 patitos.

Federico Falco, escribir desde las afueras

Fue hace más de diez años cuando Federico Falco publicaba en La Creciente, una pequeña editorial independiente de Córdoba (Argentina), los doce relatos que componen 222 patitos. Ahora, Eterna Cadencia recupera aquel libro, uno de los primeros trabajos de Falco que, a lo largo de esta década, se ha convertido en uno de los escritores más destacados de la actual literatura Argentina. En efecto, en 2010 Granta lo incluía en su número dedicado a los mejores narradores en lengua española y ese mismo año publicada en Emecé La hora de los monos, libro de relatos que, cuatro años más tarde, llegaba a España de la mano de Salto de Página. En 2016, en la editorial Demipage publicaba Un cementerio perfecto, un libro de cinco relatos, tres de los cuales bastante largos y que bien podrían definirse como nouvelle. “Falco inventa peripecias imaginativas, originales, incluso inverosímiles. Con otra escritura, sus relatos podrían ser incorporados a lo que suele llamar género fantástico. También podría decirse que son fantásticos, pero que no están escritos según las reglas de ese género. Entonces, ¿qué son? Relatos en sordina de lo siniestro o lo inesperado, de lo impensable o, por lo menos, de lo infrecuente”, escribía Beatriz Sarlo sobre La hora de los monos, pero sus palabras describen perfectamente la poética que está en la base de los relatos de 222 patitos y que el lector español ya puede disfrutar.

222 patitos se publicó en 2004. Ahora, más de diez años después, vuelve a editarlo, pero cambiando el orden de los relatos. ¿Por qué este cambio? Y, sobre todo, ¿pensó en modificarlos o prefirió dejarlos tal y como se habían escrito en su momento?

En realidad, la edición original de “222 patitos” fue en una editorial muy chiquita, independiente, con ejemplares hechos casi en fotocopias. Le tengo mucho cariño a esa edición, pero se imprimieron pocos ejemplares y si bien tuvo una cierta circulación, llegó a muy pocos lectores. Era, además, un libro pequeño, de pocos cuentos. Yo seguí escribiendo, los cuentos se fueron publicando en diarios o revistas, en blogs, en medios digitales, pero, a la hora de publicar mi próximo libro, “La hora de los monos”, en el 2010, sentí que en algún momento se había producido un corte, que había cuentos que había escrito en esos años, entre el 2004 y el 2008 o 2009, que pertenecían a una etapa anterior, que tenían más que ver con “222 patitos” que con ese nuevo libro que tenía entre manos. Entonces decidí dejar esos cuentos afuera y armar el nuevo libro con el material más reciente. Cuando surgió la posibilidad de reeditar “222 patitos” me pareció que era una buena oportunidad para sumar los cuentos que habían quedado sin publicar en libro, aunque eso, claramente, implicaba repensar la estructura y el orden, como para que el conjunto pudiera leerse de manera más coherente y ciertos temas se iluminaran y replicaran de un cuento a otro.

Gran parte de los cuentos tiene que escenario de fondo General Cabrera, me gustaría preguntarle qué representa este encuadre tanto a nivel geográfico como a nivel literario.

General Cabrera es el pueblo donde nací y donde vive mi familia. Es un pueblo de unos 10.000 habitantes, en el medio de la pampa, al sur de la provincia de Córdoba, en Argentina. El paisaje que lo rodea es llano, puro horizonte. Es un paisaje que sufre una explotación agropecuaria intensa. Viví en General Cabrera hasta los 17 años y, como muchos, me fui para estudiar en la universidad. Mi vida después transcurrió en otros lugares, pero toda mi familia sigue allí, muchos de mis amigos y vuelvo regularmente de visitas y también a pasar algunas temporadas. Es un paisaje con el que tengo una relación contradictoria: lo quiero mucho, pero también siento tensiones, distancias. Literariamente, para mí, es el lugar desde donde empecé a leer libros y a leer el mundo, a escuchar historias en las sobremesas, a ver en las trayectorias y en las biografías de ciertas personas la posibilidad de la narración. La pampa tiene algo de intemperie desafiante. La gran gesta de todos esos pequeños pueblos tiene que ver con la inmigración, con dominar la tierra, con sufrir las inclemencias del tiempo y volver productiva la parcela que te tocó en suerte. A veces, hay mucha desnudez y tristeza en esas historias: el hombre en esa soledad monótona, la búsqueda de un sentido en el paisaje del vacío. Últimamente, los paisajes que me interpelan tal vez ya no tengan tanto que ver con el paisaje cabrerense, pero hay algo de mi manera de ver el mundo, de entender las cosas, ligado para siempre a ese lugar y su gente.

Usted, Mariano Quirós o Selva Almada son autores que podríamos asociar a una descentralización de la literatura argentina, de una literatura que no se escribe desde fuera de Buenos Aires.

Sí existe una literatura así y es muy fecunda, aunque tal vez su visibilidad a lo largo de los años haya sido un tanto intermitente. Pienso, por ejemplo, en autores como Antonio Di Benedetto, escribiendo desde Mendoza, o Daniel Moyano, desde La Rioja. Pienso en Juan José Saer, escribiendo desde Santa Fe (y también, escribiendo Santa Fe desde París). Córdoba, la provincia de la que provengo, tiene una larga tradición literaria. Y aunque hay un movimiento editorial intenso tanto en Córdoba, como en Rosario, y en algunas otras ciudades del interior del país, también es cierto que es difícil construir redes de distribución y diálogo entre ciudades. Es una situación que está cambiando, pero muy lentamente. Habrá que ver en los próximos años qué sucede. Más allá de eso, en esta última década comenzaron a publicar más y más escritores que dan cuenta del interior: Mariano Quiroz, Selva Almada, Hernán Ronsino, Luciano Lamberti, Carlos Busqued, Inés Acevedo, por mencionar sólo algunos.

¿Es posible hablar de una literatura regionalista o no se siente cómodo con dicha etiqueta?

Más que hablar de una literatura regionalista, yo trataría de pensar en los sentidos con los que históricamente se carga la idea de “el interior” en la literatura argentina. Es algo que aparece casi desde su mismísimo origen y que está en tensión permanente, desde “El matadero” de Echeverría o el “Facundo” de Sarmiento, hasta “La excursión a los indios ranqueles”, de Mansilla, o él “Alla lejos y hace tiempo”, de Hudson, el interior representó diferentes cosas: la barbarie, la ignorancia, la intemperie, pero también el refugio en la naturaleza, cierto trascendentalismo, la sabiduría ancestral. Creo que ahora esos tópicos se renuevan en ciertas ideas que atraviesan a la sociedad, sobre todo a la clase media: por un lado, el regreso a la naturaleza, la ecología, la protección del paisaje, una visión idílica del volver a lo simple y lo natural y, por otro lado, el interior dominado por la explotación productiva, la acumulación de riqueza, el uso de pesticidas, el abandono y la desidia, etc. Entonces, no hablaría tanto de una literatura regional, sino de una serie de temas que están integrados a nuestra sociedad, que resuenan en nosotros y que cada cierto tiempo vuelven a aparecer y a interpelarnos.

En sus cuentos, en la realidad siempre interfiere lo extraño y lo imprevisible.

Cada uno ve el mundo desde su propia construcción, construye su propia realidad, la lee, la organiza, la interpreta desde su propio rincón, desde los límites de su propia piel. No es lo mismo la realidad que construye un psicópata, que la realidad que construye un monje zen. Y lo extraño no deja de ser una etiqueta: para algunas personas eso que otros definen como “extraño”, pasa como lo más “normal” del mundo. Para mí, la experiencia de habitar el mundo es una experiencia incómoda, desafiante, donde muchas veces lo que nos rodea nos impone límites, nos hace daño, nos deja en la incertidumbre y desafía nuestros sentidos y el sentido que le dábamos a las cosas.

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«El silencio me interesa en relación a la idea de lo incompleto». | Foto: Verónica Maggi.

¿En la aparente estabilidad del día a día se esconde lo perturbador e inesperado?

La contracara de la estabilidad, lo que muchas veces ataca y presiona nuestra estabilidad, es el miedo: todos sabemos que eso que tenemos y apreciamos podemos perderlo en cualquier instante: desde la salud mental, a nuestros seres queridos. La escritura, muchas veces, es conjurar ese miedo, usar esa ansiedad de manera creativa.  También, por otro lado, “si no hay conflicto, no hay historia”. No hay nada más difícil que escribir sobre los serenos y estables días felices. En ese sentido, usualmente, en un relato, la felicidad o es algo que se pierde en un principio, o es algo que se busca –o se dejó de buscar-, o es algo que se encuentra en un final. En el medio, necesitamos conflicto. En este libro, sobre todo, para mí el conflicto –y mis miedos- tenían que ver con lo inesperado, lo que nos atraviesa la vida y nos cambia radicalmente, o cambia radicalmente a nuestros seres queridos, y nos expulsa del en que vivíamos. 

Una de las características de muchos de los personajes son las dudas que los asaltan.

En general, son personajes que se sienten incompletos, que buscan un “algo más”, que, en algunos casos, sospechan que ese “algo más” ni siquiera existe. Algunos, se empecinan en la búsqueda. Otros, simplemente abandonan, o se acostumbran a la incertidumbre. La idea de lo incompleto me interesa mucho, porque implica un enorme potencial literario. El cuento también busca su completarse, un completarse que en algunos casos es imposible.

Otro elemento clave relacionado con los interrogantes es el silencio, como en el relato “doscientos veintidós patitos”, donde el silencio envuelve el intento de suicidio de la madre, o en “Cuento de navidad”.

El silencio me interesa en relación a la idea de lo incompleto. Es imposible saber qué piensa el otro. Podemos convivir mucho tiempo con alguien, sin saber exactamente qué piensa, cómo ve el mundo. Comunicarse es algo realmente muy difícil. Hablamos, decimos cosas, nos deseamos los buenos días y los feliz cumpleaños, pero debajo de eso hay un montón de sensaciones, de sentimientos que incluso a nosotros mismos nos cuesta poner en palabras y que quedan perdidos, son parte nuestra, pero no encuentran anclaje en el lenguaje. El silencio es el misterio y es algo a lo que nos enfrentamos día a día. A lo mejor, leer es una especie de ejercicio de preparación para enfrentarnos a los silencios que nos rodean. Para intentar completarlos, pero también para acostumbrarnos a la incertidumbre y aprender a convivir con eso.

Los fósforos del relato “doscientos veintidós patitos” pueden ser leídos como metáfora de la imposibilidad de alumbrar. ¿Esta imposibilidad tiene que ver también con una concepción de la escritura que nunca se revela del todo?

Sí, exactamente. Ese diálogo entre forma y contenido me interesa mucho, esa posibilidad de apelar al lector y a la lectura mediante lo incompleto.

La insuficiencia del lenguaje es la insuficiencia de sentido que envuelve ese mundo al que sus personajes interrogan.

Creo que algo de eso hay. El lenguaje es una herramienta insuficiente, pero la única que tenemos. Tampoco es necesario concentrarnos en todas sus carencias o deficiencias. Tiene cosas hermosas, nos sirve para el día a día. Nos permite comunicar a ciertos niveles. Es lo que hay, y con lo que hay debemos intentar construir lo que podamos. Y tratar de pasarlo lo mejor posible entre medio.

En una entrevista, afirmaba que, durante la escritura de 222 patitos, se dio cuenta de que el lenguaje no le permitía narrar el mundo y que, por tanto, debía limitarse a una historia, casi a la manera de los contadores de anécdotas de su pueblo. ¿Cómo ha influido la tradición oral en su concepción literaria?

Entre otras muchas cosas, creo que, en algo ligado a la síntesis, al trazo rápido, al tratar de definir a los personajes en base a dos o tres rasgos y apostar a que su complejidad y tridimensionalidad surgirán al ponerlos en acción, al dejarlos interactuar entre ellos. También, en algo que tiene que ver con el uso del tiempo. En la tradición oral, nunca hay cosas que sucedan en un día: lo que se está constando siempre es una vida o una serie de vidas: “el personaje X, hijo de Z, padre de Y”, y en todo caso, el foco son los momentos, los instantes que puntean esa vida y la hacen cambiar. 

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