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Washington despide a Trump

Hoy el 45 presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, deja paso al número 46, Joe Biden, que tomará posesión frente a una ciudad en manos de la Guardia Nacional

Washington despide a Trump

Eduardo Muñoz | Reuters

Dentro de unas horas Joe Biden, la quintaesencia del político centrista, se convertirá en el presidente número cuarenta y seis de los Estados Unidos de América. La ceremonia tendrá lugar en la escalinata del Capitolio. Desde allí se dirigirá a una ciudad, Washington, tomada por los 25.000 efectivos de la Guardia Nacional desplegados para garantizar su seguridad. También pululará por la zona un puñado de periodistas acreditados que tiene la misión de retransmitir su discurso. Un discurso que, dicen, apelará a la unidad de una nación fracturada.

Más o menos a esa misma hora, o quizás un poco antes, Donald Trump se meterá en el Air Force One. Será su último viaje en el avión presidencial y la hoja de ruta marca “Florida” como destino. Allí Trump tiene una mansión que incluye una playa privada llamada Mar-a-Lago y todo apunta a que, de momento, se va a quedar allí. El Servicio Secreto ya ha establecido un perímetro a su alrededor que mantendrá durante un periodo de tiempo indefinido. Hay quien teme por la seguridad del presidente saliente.

Trump, por tanto, no asistirá a la toma de posesión de Biden. Fue él mismo quien anunció la decisión en un tuit poco antes de que la red social, de la que ha sido un gran fan, cerrase su cuenta. (Andrew Marantz, periodista de la New Yorker, cuenta que paradójicamente ese ha sido uno de los tuits utilizados por Twitter para justificar su decisión.) Se ha dicho que es un feo histórico; que nunca antes un presidente había faltado a la inauguración de su sucesor. No es cierto. No es lo habitual, pero Trump no será el primero en ausentarse. Y ya veremos si es el último.

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Así luce el memorial instalado frente al Capitolio en honor a las víctimas de la Covid-19. | Foto: National Park Services vía Reuters.

Frente republicano

Quien sí acudirá a la inauguración de Biden es su vicepresidente: Mike Pence. Es difícil no sonreír cuando se piensa en ello porque Pence asistirá en representación de un tipo con el que no se habla desde hace dos semanas. Y Pence no se habla con Trump porque Trump le puso en la picota durante el discurso que regaló a sus seguidores el pasado 6 de enero. Le llamó «traidor» por reconocer la victoria electoral de Biden. Cuando un par de horas después los seguidores trumpistas asaltaron el Capitolio uno de sus objetivos –según cuentan los reporteros que asistieron a la toma del edificio– era encontrar a Pence para tener unas palabras, y quizás algo más, con él.

Aquel asalto al Capitolio sirve para entender, también, las últimas dos semanas de Trump en la Casa Blanca. Han sido dos semanas de silencio. Es verdad que lo de Twitter, la herramienta preferida del Donald a la hora de comunicarse con sus seguidores, ha contribuido a no tener noticias suyas. Pero independientemente de aquello, el presidente saliente ha mantenido un perfil bajo que contrasta con su personalidad.

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Tropas de la Guardia Nacional apostadas en las inmediaciones del Capitolio. | Foto: Mike Segar | Reuters.

Los comentaristas políticos gringos sostienen que semejante perfil bajo responde a dos factores. El primero sería el miedo. Dicen que Trump no calibró bien los efectos de sus palabras y que no esperaba un asalto al Capitolio. Mucho menos que dicho asalto se saldase con varios muertos. Así que ahora teme por las consecuencias. El segundo factor sería el tremendo mosqueo con los congresistas del Partido Republicano. Ya despreciaba a muchos antes de que la semana pasada el Partido Demócrata pusiese en marcha un nuevo impeachment (un juicio político contra un mandatario que, de tener éxito, le largaría del cargo e impediría su regreso en el futuro) a raíz de lo sucedido. Pero tras lo del Capitolio hay muchos que están abandonando el barco, Mitch McConnell siendo la última gran deserción, y por lo visto el Donald está que se sube por las paredes. A medio camino –continúan los cronistas gringos– entre la depresión y la furia. Amargado, en definitiva.

En este sentido su última ‘gran acción’ (nótense las comillas) como presidente ha sido reveladora. Trump se ha dedicado a emitir varios perdones presidenciales garantizando, así, que algunos de sus aliados no encaren demasiadas complicaciones tras su marcha. Aliados que quedan automáticamente en deuda con él, por supuesto. A ver si nos pensamos que Trump ha colgado el traje de businessman en algún momento. Uno de los indultados, por cierto, es Steve Bannon.

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Joe Biden, Kamala Harris y sus respectivos esposos visitan el memorial en honor a las víctimas de la Covid-19 | Foto: Callaghan O’Hare | Reuters.

Frente demócrata

Biden toca poder en una etapa harto convulsa. El panorama doméstico pinta complicado y sus primeros doce meses en la presidencia pueden verse sacudidos por la frustración de las decenas de millones de personas que creen que no es un presidente legítimo. Pero ojalá el problema fuese únicamente calmar a una masa trumpista que se cocina a sí misma. Esa es la visión progresista del asunto: que todo iba más o menos bien hasta la llegada del ciudadano trumpista y que, por tanto, con el ciudadano trumpista fuera de la ecuación (amansado) todo volverá a ir más o menos bien.

Esta es una visión que olvida lo sucedido hace cuatro años, cuando buena parte del establishment progresista cuestionó la victoria de Trump alegando que era cosa de los rusos. Es cierto que, pese a las acusaciones, el Partido Demócrata supo mantener las formas y Barack Obama, que es un tío elegante, recibió a Trump, le dio la mano y le deseó suerte. Pero no hay que olvidar que la crisis de legitimidad, uno de los factores que han llevado a la sociedad estadounidense hasta donde está, no comenzó el pasado mes de noviembre sino mucho antes.

 

De modo que en casa lo dicho: Biden tiene por delante un mandato complicado. Y fuera más de lo mismo porque Trump, cuya política exterior ha registrado algunos triunfos, se ha tirado cuatro años malencarándose con los aliados del país. No solo con los del Atlántico; también con los del Pacífico. Y eso supone complicaciones para un nuevo presidente convencido, como lo estaba el Donald, de que China debe ser frenada pero convencido, también, de que no puede frenarla en solitario.

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