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Así es el Helicoide, el mayor centro de torturas de Venezuela

Proyectos como el de Víctor Navarro buscan evitar que se olvide la creación más aterradora del Gobierno de Maduro

Así es el Helicoide, el mayor centro de torturas de Venezuela

Víctor Navarro. | Víctor Ubiña

A Víctor Navarro (1998) le colocaron una pistola cargada en la boca cuando sólo tenía 22 años. Empezó a llorar. El agente del Sebin, el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, que le torturaba le exigió que desvelara la dirección de unos de los objetivos que tenían marcados como disidentes del Gobierno de Venezuela. Él se negó. El hombre desamartilló la pistola y le presionó el cañón contra el cielo del paladar. Le exigió que se disculpara por haberle enfadado, luego por no haber delatado a su compañero. Víctor lo hizo entre lágrimas.

Han pasado cinco años y lo cuenta sin mover el rostro, inexpresivo a pesar del miedo que dice que sintió ese día. Desde que abandonara el Helicoide –un centro comercial que los gobiernos de Chávez y Maduro convirtieron en una prisión y centro de torturas–, fruto de la negociación emprendida por la oposición ha tenido que contar esta misma historia decenas de veces. Siempre igual, narrando las mismas escenas una y otra y otra vez: él de rodillas, el agente empujando la pistola hasta el fondo de la boca, el sonido del arma al ser desamartillada. El miedo a morir

Víctor acude a la redacción de THE OBJECTIVE una tarde de junio con 34 grados de calor en el exterior y sin una brizna de viento. Hace años que tuvo que fugarse como ilegal hacia Argentina y se le nota en el habla los dejes de quienes poco a poco han sustituido las expresiones de su país natal por el que les acoge. Viene cargando con una mochila y poniendo unos cuantos mensajes a su equipo en América Latina, lleva un llavero con una sencilla frase que resumirá toda la conversación: «La memoria está viva». Avanzamos hasta una salita de entrevistas y de la bolsa saca unas gafas de realidad virtual y un par de mandos para poder manejar el proyecto que viene a enseñar: una representación de realidad aumentada de la prisión, una historia de una de las ideas más macabras del régimen chavista

Ideada por primera vez  en 1956, las obras para construir El Helicoide sufrieron varios retrasos. Originalmente el presidente del país Marcos Pérez Jiménez lo planteó como un centro comercial en el área metropolitana de Caracas con el objetivo de prestar un lugar de ocio a los habitantes de la capital en plena oleada de riqueza y frenesí. En 1984 comienza a ser utilizada como sede de varias instituciones de los sucesivos ejecutivos, siendo la dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención la más importante. En 2009 pasa a manos del Gobierno de Hugo Chávez como una prisión contra la disidencia. En 2014, Nicolás Maduro lo convierte en un centro de torturas institucionalizado, un espacio en el que los disidentes son trasladados y encerrados durante semanas o meses sin poder ver a sus familiares y sin contacto con el exterior.

Este símbolo del progreso y de una sociedad que se las prometía como una de las más ricas y con más posibilidades de todo el continente terminó erguido como un aviso de la violencia y brutalidad que se ejercerá desde entonces con quien trate de discutir el poder del régimen y se eleva, en el centro de la parroquia San Pedro, en el municipio Libertador de Caracas, como monumento al terror. 

Imagen de El Helicoide, el mayor centro de torturas de Venezuela
Imagen de el Helicoide, el mayor centro de torturas de Venezuela.

Oscuridad, gritos y torturas

Accedemos a esta historia a través de las gafas de realidad virtual. Todo está oscuro. Ante nosotros comienza a dibujarse una habitación en la que una radio relata la historia del centro, desde su advenimiento como centro de ocio hasta su evolución a cárcel. La voz toma velocidad y todo se va borrando alrededor, desapareciendo como quienes entran en este espacio. Pasamos a estar frente a un ordenador que relata cómo el mundo e incluso Internet ha ignorado durante años lo que sucede entre las paredes de El Helicoide a pesar de las denuncias y las pruebas mostradas por la oposición, obligando a que el lector curioso tenga que emprender una búsqueda en profundidad para encontrarse, aunque sea, con una pequeña mención a la palabra «prisión». Google Maps no tiene registros en Street View (el sistema para observar, a pie de calle, las avenidas del mundo). Enviados de las Naciones Unidas intentaron conocerlo con una visita del comisionado de Derechos Humanos, pero les cortaron el paso sin explicaciones. Solo puede conocerse la institucionalización de la tortura desarrollada por el Ejecutivo por experiencias como esta, todo fruto del silencio cómplice de estados que saben lo que sucede pero apuestan por ignorarlo. 

La oposición ha denunciado en repetidas ocasiones que desde diferentes países se ha comprado la mercancía ideológica del chavismo por ser primariamente de izquierdas, obviando que en paralelo viola cada uno de los derechos humanos de la oposición. Víctor lo llama la «narrativa», el mayor logro del régimen que ha permitido que incluso partidos políticos que en España han llegado al poder hayan validado los años de Gobierno del «comandante Chávez» y hayan omitido que la principal política de este Ejecutivo es «la tortura». A ellos, la oposición les pide ayuda, que no continúen haciendo la vista gorda y que como aliados apuesten de forma decidida por mediar y pedir que finalicen las violaciones de los derechos humanos de una vez por todas. 

Cualquiera puede terminar en el Helicoide

Víctor recuerda que no hacía falta estar metido en política para ser enviado al Helicoide. Cuando los agentes le trasladan al centro, él era un joven periodista que se dedicaba a ser educador social. Una noche, a las 4.30 de la madrugada, le obligaron a salir de la cama y le empujaron, sin explicarle los motivos de la detención, hasta El Helicoide, donde pasó cinco meses sin ver el sol.

Accedemos a esta historia a través de las gafas de realidad virtual. Todo está oscuro. Ante nosotros comienza a dibujarse una habitación en la que una radio relata la historia del centro, desde su advenimiento como centro comercial hasta su evolución a cárcel. La voz de la radio toma velocidad y todo se va borrando alrededor, desapareciendo como quienes entran en este espacio. Pasamos a estar frente a un ordenador que nos cuenta cómo el mundo e incluso Internet han ignorado durante años lo que sucede entre sus paredes a pesar de las denuncias de la oposición.

Las Naciones Unidas intentaron conocer este espacio con una visita del comisionado de Derechos Humanos, pero les cortaron el paso y nada se sabe de sí podrán realizar esta visita. Solo puede conocerse la institucionalización de la tortura desarrollada por el Ejecutivo por experiencias como esta.

La celda en la que encierran a Víctor y que muestra en la realidad virtual es mínima. Se levanta de la mesa y recorre la pequeña habitación en la que conversamos con pasos cortos, de una punta a otra. Cuenta 20, unos quince metros de largo por menos de siete de ancho, un espacio en el que recuerda que llegó a convivir con 16 personas al mismo tiempo, aunque relata que algunos de los presos con los que compartió celda le aseguraron que habían llegado a estar 35, todos hacinados. 

Los presos no tenían agua para ducharse. Solo podían asearse con la poca que quedaba en la cisterna del retrete y que conseguían acumular protegidas en unas botellas de soda. Como consecuencia, no tenían forma de tirar de la cadena. Al olor corporal de los hombres y mujeres que convivían «como ganado» y durmiendo en el suelo había que sumar el de sus defecciones, los restos de heces que tenían que depositar en los envases de la comida que les entregaban sus carceleros envueltos en una bolsa de plástico para evitar que el hedor lo llenara todo.

A veces, ante lo nauseabundo del olor, recuerda que uno de los presos se subía a hombros de otro y quemaba un trozo de papel en una de las pocas lámparas que iluminaban la estancia para intentar cubrirlo. No siempre funcionaba.

El camino continúa. Tras observar a los presos y escuchar como sonido de fondo sus gritos de dolor vemos en la pared el nombre de 30 expresos que han colaborado a construir esta experiencia con sus historia, compartiendo hilos de su dolor para tejer algo más grande. Pulsando sobre cada uno podemos escuchar sus relatos, cómo un día fueron tomados por las autoridades y su vida cambió para siempre, las palizas que sufrieron, las vejaciones, todo lo que han dejado en una celda inhumana. 

La lista de retenidos incluye menores de edad, civiles, miembros de la sociedad civil, militares e incluso chavistas señalados por el régimen que un día ayudaron a construir. Víctor explica que muchas veces las detenciones son aleatorias, solo con el objetivo de aterrorizar a la población y evitar que alcen la voz. No se sabe cuántas mujeres y hombres han sobrevivido al centro y a las torturas. Se calcula que en la actualidad hay unos 300 presos atrapados, aunque la cifra siempre será incierta por la falta de transparencia. En todo el país, se estima que unas 16.000 personas han pasado por uno de las decenas de centros de tortura e interrogatorios. 

La representación en VR es tan real y la experiencia tan envolvente que uno sale de ella con un nudo en la garganta que sigue apretando horas después de haber terminado. Ahoga y corta las paredes como si uno tragara cristales. Es un carrusel de penas. Ira, dolor, asco, vértigo, rabia. Pero sobre todo, la sensación que se impone a todas las demás con una claridad que abruma, es el miedo. La sensación de ser uno de los hombres y mujeres que duermen en el suelo frío mientras los agentes del Sebin le observan y golpean despierta miedo. Los gritos de uno de los presos atado a una silla con cables por todo el cuerpo mientras recibe descargas eléctricas para que delate a sus compañeros provoca miedo. La historia del hombre al que le colocan una bolsa de plástico plagada de insecticida para que no pueda respirar provoca miedo. La imagen de un disidente atado con dos esposas, con los brazos en alto, con el cuerpo lleno de cucarachas que le recorren cada centímetro de la piel, de los pies a la cabeza, por todo el torso, provoca miedo.

La experiencia de Víctor: un hombre defecando en una casa de comida, otro atado y lleno de cucarachas. Otro asfixiado y un últimos siendo electrocutado en El Helicoide.
La experiencia de Víctor: un hombre defecando en una casa de comida, otro atado y lleno de cucarachas. Otro asfixiado y un últimos siendo electrocutado.

Lo peor no son los golpes –relata–: lo peor es ver a tus compañeros torturados y no poder hacer nada. Estar esposado en el suelo y ver cómo les golpean, como les dan electricidad.

Víctor recuerda esta y otras historias que de no suceder en Venezuela escandalizarían al mundo. El Helicoide es un monumento al horror ignorado durante años y en pleno blanqueamiento de Nicolás Maduro ante la crisis del petróleo que ha asolado al mundo durante años. Este oro negro ha permitido que de la noche a la mañana pase de ser señalado por los gobiernos de medio mundo a ser tratado como un socio estratégico que merece la mejor de las consideraciones. Ya no es un torturado. Ahora es nuestro amigo que tortura.

Termina la experiencia. Víctor se levanta de la silla en la que esperaba sentado a que terminara el viaje y retira con cuidado los auriculares y las gafas y se coloca frente a frente, con el mismo rostro serio con el que entraba en la redacción hace media hora. No sonríe, solo mueve los ojos y no habla. Tampoco hace falta. En ese pequeño destello está todo lo que no hace falta decir para saber que está ahí: esa es su historia, esa es la realidad. Él es uno de los hombres que ha sobrevivido al mayor centro de torturas de Venezuela, alguien que ha asumido que su proyecto vital es terminar con él por mucho que cueste y aunque su vida haya quedado rota para siempre.

Levanta las cejas, nos abrazamos. Le acompaño a la salida y nos despedimos antes de que se marche con la frase que ha rondado en varios puntos de la conversación y que es el centro de todo este proyecto: «Prohibido olvidar», porque la memoria, cuando se cuenta, está viva.  

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