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Argentina, en ‘shock’: crónica del primer mes del presidente Javier Milei

El presidente confirma en el Gobierno un perfil conservador en lo moral, libertario en economía y populista en lo político

Argentina, en ‘shock’: crónica del primer mes del presidente Javier Milei

Ilustración de Alejandra Svriz.

Shock. Así podría resumirse este primer mes de Javier Milei como presidente de la Argentina y la particularidad es que, en esta descripción, coincidirían tanto detractores como oficialistas. 

Efectivamente, los críticos acudirían al ya clásico de Naomi Klein, La doctrina del shock, para trazar los paralelismos con el proceso económico liderado por los Chicago Boys en el Chile de los años 70 bajo la dictadura de Pinochet. Dicho sintéticamente, basándose en evidencia empírica, aquel libro intentaba demostrar que las reformas económicas «neoliberales» que, en lo inmediato, al menos, suponen enormes sacrificios para las mayorías, suelen aprovecharse de circunstancias en las que las sociedades están en un estado de conmoción, sea por una guerra, una catástrofe natural o una crisis social, económica y/o política. ¿Entra la Argentina en alguna de estas categorías? Con 211,4% de inflación en 2023, más de una década de estancamiento económico y dos de cada tres menores de edad en condición de pobreza, hay buenas razones para afirmar que, al menos, la crisis social y económica existe.   

Pero el concepto shock ha sido utilizado por el propio Milei y sus funcionarios incluso en un sentido positivo. Así, el presidente no ha ocultado que su plan es esencialmente ortodoxo en lo económico y que supone sobrecumplir metas de ajuste fiscal. El shock necesario aquí sería el giro copernicano para terminar con lo que, el Gobierno considera, serían 100 años de decadencia argentina.   

Sin pretender entrar en detalles demasiado técnicos, lo primero que hizo la nueva administración en materia económica fue producir una devaluación inédita del 118% del peso argentino. Esto supuso sincerar el atraso cambiario que el anterior gobierno había sostenido artificialmente como ancla contra la inflación. Asimismo, anunció medidas tendientes a lograr el equilibrio fiscal exponiendo que, si se gasta más de lo que entra, o se pide dinero y se crea una deuda impagable, o se imprimen billetes y la inflación se desborda. En este sentido, estableció un cronograma de quita de subsidios en dos sectores fundamentalmente: transporte y energía. Para que el lector no argentino pueda dimensionarlo, se estima que un boleto de bus o tren en la ciudad de Buenos Aires y alrededores tiene su tarifa subsidiada en un 90%. Esto lleva a que el usuario pague cerca de cinco centavos de dólar por cada boleto. Insostenible por donde se lo mire, aun en un país que, 10 años atrás, tenía el salario mínimo medido en dólares más alto de la región y hoy, tras la devaluación, se ubica en el anteúltimo lugar, solo por encima de Venezuela. Algo similar sucede con las tarifas de luz y gas. En la actualidad, una familia tipo en el barrio más acomodado de la ciudad de Buenos Aires puede despilfarrar gas y luz, y no pagará más de unos 10 dólares mensuales en cada factura. Evidentemente esto tampoco podía continuar así. 

«Se trata de un Gobierno pretencioso con un gen refundacional»

Con todo, digamos que este ahorro del Estado y este sinceramiento de precios relativos -entre los que se puede incluir el de la nafta, que subió más del 100% en el último mes, pero todavía no alcanza el valor de un dólar el litro-, disparó todos los precios de la economía y llevó la inflación del 12,8% en noviembre al 25,5% en diciembre. En el Gobierno indican que se trata de «inflación reprimida» y tienen razón; en la oposición señalan que esta desregulación total implicó aumentos de 30% en alimentos, 40% en los sistemas prepagos de salud y casi 300% en los alquileres para aquellos que tienen que renovar. Se trata de montos que la gente no puede pagar. Y tienen razón también.

Si miramos más allá de lo económico, cabe indicar que, como mínimo, se trata de un gobierno pretencioso con un gen refundacional. Esto se observa en las intervenciones públicas de sus referentes y en gestos tales como enviar al Congreso, en sesiones extraordinarias, un megaproyecto de 351 páginas que incluye 664 artículos más seis anexos. Su título es Las Bases, justamente, como el libro de Juan Bautista Alberdi que inspiró la constitución liberal de 1853. Se trata de una propuesta totalizante tendiente a transformar radicalmente no solo el funcionamiento del Estado sino prácticamente todo aspecto de la vida de los ciudadanos con cambios en materia económica, impositiva, financiera, energética, sanitaria, administrativa, electoral, previsional, social, educativa y de seguridad. También incluye un blanqueo impositivo y la posibilidad de privatizar las empresas públicas, entre otras tantas transformaciones. 

A esto debemos sumarle un previo Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) con más de 366 artículos, donde ya se determinaba la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, administrativa, previsional, tarifaria, sanitaria y social hasta el 31 de diciembre de 2025, renovable por dos años más, esto es, la totalidad del mandato del presidente. Una suerte de suma del poder público que, además, incluía la derogación de toda una batería de leyes que permitían al Estado intervenir en la economía, el fin de la ley de alquileres, una serie de reformas en materia laboral tendientes a la flexibilización de las condiciones en la contratación y los despidos, la desregulación de los servicios de comunicación, y un conjunto de medidas que están incluidas en el proyecto que finalmente se mandó al Congreso. Si bien los DNU son herramientas legales y legítimas a las cuales los presidentes pueden acudir en circunstancias especiales, no hay constitucionalista en la Argentina que haya coincidido en que el contenido de este DNU pueda atravesar una prueba de constitucionalidad. 

«Su plan de desregulación económica no tiene antecedentes en la Argentina»

Con todo, más allá de que la cuestión tendrá, en las próximas semanas y/o meses, una resolución política o judicial, el episodio es útil para la siempre difícil tarea de categorizar una figura como la de Milei. Aquí podemos caer en el lugar común de la comparación simple e incluirlo en la «lista de los indeseables» junto a Trump, Abascal, Meloni, Bolsonaro, Orbán, etc…, en una suerte de internacional derechista que encarna todo lo que está mal en el mundo. 

Sin embargo, si bien claramente hay vasos comunicantes entre algunas de las figuras mencionadas y el presidente argentino, consideramos que Milei confirma en el gobierno un perfil particular de conservador en el orden moral, libertario en materia económica y populista en el aspecto político, conjunción que no encontramos en los antes mencionados

Sobre el primer punto, su oposición a la agenda woke fue clara en campaña y se materializó una vez en el Gobierno cuando cerró el Ministerio de las mujeres, géneros y diversidad y, al mismo tiempo, echó por tierra con todos los lugares comunes de la agenda progresista. 

En cuanto al segundo punto, su plan de desregulación económica no tiene antecedentes en la Argentina. Incluso se podría decir que tampoco tiene antecedentes en el mundo, al menos, con esta profundidad, con esta velocidad y con la legitimidad de origen que le dieron las urnas. En este sentido, el ideario libertario de Von Mises, Hayek y, especialmente, Rothbard, está encarnado en el plan de Gobierno que Milei impulsa. 

Por último, en lo que respecta al tercer punto, se trata de aquel que ofrece la principal novedad. Es que, si bien durante la campaña Milei ya había advertido que gobernaría en una relación directa con el pueblo, -en el caso de que las instituciones de la república no acompañaran el proceso de transformación-, el modo en que esto se materializaría resultaba una incógnita. Sin embargo, no hubo que esperar demasiado para que sus advertencias se encarnaran en hechos concretos. 

«Hay algo en Milei que nos permite suponer que el presidente no se siente cómodo con las mediaciones institucionales»      

Efectivamente, desde lo gestual, Milei fue el primer presidente que al asumir el cargo decidió dar un discurso en las escalinatas del Congreso de frente a la ciudadanía y dándole la espalda a diputados y senadores. Pero el desprecio fue más allá de ese gesto y se manifestó tanto en su pretensión de gobernar a través del DNU antes mencionado como así también en el modo en que su espacio negocia en condición de minoría con el resto de los bloques. Si está operando más la necesidad que la convicción en un presidente que cuenta con 37 diputados sobre 257 y siete senadores sobre 72, no lo sabemos. Con todo, hay algo de la naturaleza de Milei y de la política entendida como sinónimo de filibusterismo, que nos permite suponer que el presidente no se siente cómodo con las mediaciones institucionales.      

Si esta descripción es correcta, más allá de que Trump, Bolsonaro y Abascal, entre otros, han expresado su apoyo a Milei, ellos poseen un elemento nacionalista y/o proteccionista en lo económico que los distingue del libertario. Asimismo, en materia de política exterior, a diferencia de alguno de los mencionados, el Gobierno de Milei se ha alineado de forma inequívoca con el eje Estados Unidos/Israel bajo una hipótesis que parece desconocer el carácter multipolar del mundo actual. Si es un lugar común afirmar que, en materia de política internacional, no debe primar la ideología sino el interés, las acciones del Gobierno de Milei avanzan en sentido opuesto. La prueba de ello es la salida de los BRICS pero, sobre todo, la crisis con Brasil, principal socio comercial de la Argentina, el cual, según Milei, «está gobernado por un comunista»; y un conflicto diplomático con China (segundo socio comercial) que ha escalado a niveles de extrema sensibilidad después de que la canciller argentina se reuniera con la representante comercial de Taiwán. China es, además, esencial para la Argentina, por la enorme inversión en infraestructura que ha hecho en el país y por el SWAP de monedas que le ha permitido al Banco Central sostenerse en momentos de escasez de divisas.

El abandono del pragmatismo bien entendido por un alineamiento sobreideologizado es visto con preocupación por vastos sectores del establishment que, al momento de hacer negocios, se quitan las anteojeras y se tapan la nariz. La falta de coordinación, la improvisación, ciertas acciones que saben a estudiantina y un marcado amateurismo en esta materia, pueden amplificarse al resto de una administración que, evidentemente, está dando sus primeros pasos en la gestión. Y no hace falta ser opositor para señalarlo.

Llegando al final, digamos que no se recuerda, al menos en las últimas décadas, tanta atención del mundo puesta en Argentina. Basta un repaso por los principales medios internacionales para observar el modo en que, por distintas razones, los ojos están puestos en este particular experimento. 

«El Gobierno espera mostrar números de un dígito mensual de inflación para el segundo semestre, en un escenario de brutal recesión»

Lo cierto es que es tal la magnitud de la crisis que cualquier pronóstico resultaría temerario. A lo sumo podría indicarse que marzo/abril es una fecha decisiva de cara a lo que viene. En las últimas horas, el Gobierno cerró un nuevo acuerdo con el FMI que le permitirá cumplir con sus obligaciones hasta el primer cuatrimestre del año, fecha que coincide con el ingreso de dólares producto de una cosecha que sería récord gracias a las condiciones climáticas. Con exceso de optimismo, el Gobierno entiende que la devaluación de 118% no se trasladará totalmente a los precios y que, por lo tanto, no será necesaria una nueva devaluación. Así, espera mostrar números de un dígito mensual de inflación para el segundo semestre, en un escenario de brutal recesión y enorme costo social reconocido por el propio Milei.

Dicho esto, objetivamente cuesta imaginar tal escenario y lo más factible es que la nueva devaluación tan temida suceda en torno a marzo y que, en el mejor de los casos, un Gobierno con el tiempo en contra deba postergar los números de inflación a la baja. Con la nueva licuación de los salarios que esto supondría, por cierto, se descuentan grados de conflictividad social enormes.

Por último, en el texto de Alberdi que mencionamos al inicio y que le ha servido a Milei de inspiración para bautizar su virtual plan de gobierno, aparece una distinción que viene a cuento. Allí, «el padre de la Constitución» que moldeó la Argentina, se pregunta acerca de las posibilidades de imponer un sistema republicano en un territorio que no tenía costumbres republicanas. Y, para responder a este interrogante, traza una distinción que puede ser útil en este análisis ya que plantea una diferenciación entre «lo verdadero» y «lo posible». En otras palabras, existe el ideal, aquello a lo que debemos tender, el modelo deseable. Eso es lo «verdadero». Pero, por otro lado, están las circunstancias, aquello que la realidad permite en una coyuntura particular y con un equilibrio de fuerzas determinado. Eso es «lo posible». 

El flamante presidente de la Argentina no ha ocultado nunca cuál es su modelo, su ideal. De aquí que todo el mundo sepa qué sería, para Milei, «lo verdadero». Ahora bien, el gran interrogante, lo que resulta por ahora difícil de dilucidar, es cuánto podrá avanzar Milei; qué será para él, en estas circunstancias, eso que llamamos «lo posible».  

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