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‘Había una vez una tele’, el libro que rinde tributo a los cuarenta años de programación infantil en TVE

La historia de la programación infantil de TVE es «una historia apasionante, en parte desconocida, y repleta de anécdotas»

‘Había una vez una tele’, el libro que rinde tributo a los cuarenta años de programación infantil en TVE

‘Había una vez una tele’ | Fragmento portada

Como niño nacido en pleno baby boom, los primeros recuerdos televisivos de Jorge San Román se remontan a finales de los sesenta, época del legendario programa infantil Los Chiripitifláuticos. Sus estrafalarios personajes son solo algunos de los iconos del medio de comunicación por excelencia que entretuvieron y educaron a sus seguidores y que hoy, además, habitan el libro Había una vez una tele (Diábolo Ediciones), donde el escritor salmantino rinde homenaje a los cuarenta años de programación infantil en TVE. «Es una historia apasionante, en parte desconocida, y repleta de anécdotas», comenta a THE OBJECTIVE San Román. «Lo que me gustaría es que el lector se reencuentre con un recuerdo; con unos presentadores, un programa en especial, una imagen o la letra de una canción que permanecían ocultos en un rincón de su memoria».

Imagen vía Diábolo Ediciones.

Fue un 28 de octubre de 1956 cuando TVE comenzó sus emisiones de forma regular desde un chalé del madrileño Paseo de la Habana. San Román explica en su libro que, durante los primeros años de andadura de la cadena, los programas destinados al público infantil y juvenil ocupaban aproximadamente 45 minutos de las nueve horas diarias de emisión, y se emitían en función de los horarios escolares (los jueves —día en que algunos colegios no impartían clase—, los sábados por la tarde, y los domingos). «Desde que el televisor entraba por vez primera en una casa, los niños se convertían en telespectadores, y la audiencia infantil y juvenil creció exponencialmente a lo largo de la década de 1960. Era lógico que Televisión Española le dedicara cada vez más espacio de emisión, aunque todavía la mayor parte de la producción llegase ‘enlatada’ de fuera, sobre todo de Estados Unidos», señala.

Jorge San Román. | Foto: Cedida por el autor.

A partir de 1964, los hermanos Santiago Moro, creativo, y José Luis Moro, dibujante, crearon un ‘separador’ en la programación para que los niños se fueran a la cama una vez concluida la emisión infantil. Fue así como el estribillo «vamos a la cama, que hay que descansar», de aquel pequeño corto protagonizado por la familia Telerín, comenzó a anunciar (a las ocho y media de la tarde en invierno y las nueve en verano) que para los más pequeños de la casa la tele se había acabado. Por un lado, como  bien apunta el autor, «a partir de ese momento, los niños se convirtieron en una audiencia diferenciada». Por el otro, aquellos personajes animados alcanzaron tal nivel de popularidad que, durante los años siguientes, se publicaron discos, álbumes de cromos, libros didácticos y toda clase de juguetes (su imagen llegó a aparecer en colonias y productos de alimentación).

«Como pequeño espectador me recuerdo ávido ante la tele, esperando el comienzo de ‘Disneylandia’, y cruzando los dedos para que esa semana Walt presentase un especial de dibujos animados, o los secretos que escondía la producción de sus largometrajes»

Como «fan incondicional de Disney», San Román celebró la llegada, también a mediados de los sesenta, del universo de Walt Disney a Televisión Española. «Como pequeño espectador me recuerdo ávido ante la tele, esperando el comienzo de ‘Disneylandia’, y cruzando los dedos para que esa semana Walt presentase un especial de dibujos animados, o los secretos que escondía la producción de sus largometrajes», confiesa ahora el escritor, quien considera que aquel programa le sirvió a Disney para promocionar las creaciones de su compañía, y para anunciar la llegada de su soñado parque temático. «En España, al igual que ocurre en Francia e Hispanoamérica, Walt Disney ha tenido un público fiel y mayoritario. Además, en el programa de televisión (aún en blanco y negro) podían verse maravillosos documentales sobre la vida de los animales, cartoons clásicos, y películas ‘para toda la familia’, todo ello guiado por la varita mágica del hada Campanilla».

Imagen de la Familia Telerín y su famoso estribillo.

En aquella época no había competencia televisiva (lo que explica, al menos en parte, los elevados índices de audiencia que cosechaban todos los programas). En noviembre de 1966, nació oficialmente la Segunda Cadena de Televisión Española, popularmente conocida como UHF (más tarde como la 2), que al principio solo emitía unas pocas horas en horario de tarde-noche y contaba con una escasa cobertura. «En la Primera cadena», explica San Román, «la programación prevista, y especialmente la infantil, era frecuentemente suprimida y sustituida por diversas retransmisiones, sobre todo futbolísticas, eventos propagandísticos como la Demostración Sindical del 1 de mayo, o una corrida de toros, espectáculo bizarro donde los haya, que terminaban frustrando la ilusión de muchos niños que permanecían sentados frente al televisor con la merienda de pan con chocolate preparada, dispuestos a disfrutar de su programa favorito».

«El perfil de los espectadores y su nivel cultural y de exigencia han mejorado tanto como el propio país a lo largo de los cuarenta años que recorre el libro»

Imagen vía TVE.

Televisión Española pasó de contar en sus inicios con apenas 50 empleados a tener (para principios de los setenta) una infraestructura que sumaba 1400, lo que podía permitir una mayor capacidad de producción, disminuyendo así la dependencia del mercado exterior. Desde 1970, la educación televisiva infantil fue reemplazada poco a poco por espacios formativos dirigidos a los adultos, y comenzaron a hacer historia espacios como Un globo, dos globos, tres globos (un contenedor televisivo en el que la guionista Lolo Rico introdujo espacios educativos, concursos, series de producción europea y espacios como Heidi, con la que Japón comenzó a convertir en dibujos animados los cuentos más significativos de la narrativa mundial). «Es obvio que nada tienen que ver los niños que veían la televisión a finales de los años cincuenta con los que la empezamos a ver a mediados o finales de los sesenta, o con quienes empezaron a hacerlo en la década siguiente. El perfil de los espectadores y su nivel cultural y de exigencia han mejorado tanto como el propio país a lo largo de los cuarenta años que recorre el libro. Cada temporada se ofrecieron series inolvidables, que eran seguidas por cientos de miles de telespectadores», apunta San Román, quien sitúa a finales de los ochenta el verdadero punto de inflexión en la historia de la programación televisiva infantil en España.

«La programación infantil, tal como la conocíamos, comenzó a desaparecer a finales de los 80, hasta terminar de hacerlo definitivamente unos pocos años después»

«La programación infantil, tal como la conocíamos, comenzó a desaparecer, hasta terminar de hacerlo definitivamente unos pocos años después», apunta. «La etapa de Pilar Miró como directora general de RTVE estuvo marcada por cambios que no siempre fueron del gusto de todos.  Durante su mandato, presionó para eliminar de La Bola de Cristal buena parte de la carga de crítica política y social presente en secciones como Los Electroduendes y para que se dejase de criticar a Felipe González, Ronald Reagan o Margaret Thatcher. Esa presión terminaría forzando la dimisión de la directora Lolo Rico y la desaparición del programa. Las decisiones de Pilar Miró afectaron también a una ya de por sí maltrecha programación infantil» —durante la primera década del nuevo milenio, Televisión Española emitía el 70% de toda la programación infantil, especialmente a través de La 2—.

Imagen de ‘La bola de cristal’ vía RTVE.

«A mediados de los 90s, la nostalgia entra en juego, y se anhela la programación infantil que se vio en los años sesenta y setenta, y no necesariamente porque ‘fuese mejor’ sino porque nuestra memoria ‘la ha hecho mejor’»

Asimismo, Había una vez una tele aborda de forma sucinta el debate sobre el papel formativo de la televisión y cómo este medio ha sido a menudo criticado por la cantidad de dibujos animados cargados con un alto contenido de violencia. Su autor explica que, a mediados de los noventa, los llamados ‘hijos’ del baby boom comenzaban a ser padres y que, de repente, como responsables de la educación de sus retoños, se encontraron ante el dilema televisivo: ¿es bueno que los pequeños vean la televisión, con esos contenidos tan inapropiados a veces para ellos? «Es entonces cuando la nostalgia entra en juego, y se anhela la programación infantil que se vio en los años sesenta y setenta, y no necesariamente porque ‘fuese mejor’ sino porque nuestra memoria ‘la ha hecho mejor’», comenta San Román en el libro, donde también se reflexiona sobre la gran variedad de entretenimiento audiovisual del que hoy día disfrutan los niños.  

«Están los canales digitales, las plataformas, es un período impresionante de crecimiento del dibujo animado y de los espacios infantiles en general», apostilla el productor Claudio Biern. «Aunque pienso que, por desgracia, a los niños se les da ya el móvil cuando tienen un año, y a veces los vemos en los restaurantes, donde los padres les enchufan el móvil o la tableta para que se callen y coman, y esa no debe ser la función de los programas infantiles, no la de hacer de tata o de tutora alimentaria».

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