THE OBJECTIVE

Charles King y los inconformistas que reinventaron el concepto de humanidad

En ‘Escuela de rebeldes’ (Taurus), Charles King reivindica a las figuras que protagonizaron el nacimiento de la antropología cultural

Charles King y los inconformistas que reinventaron el concepto de humanidad

Charles King. | Mary Fecteau

Hay toda una generación de antropólogos que no existirían sin el legado intelectual de Franz Boas (1858-1942). Como tantos otros estadounidenses de adopción, Boas era un alemán de origen judío que, a fines del XIX, encontró en América un puerto de llegada. No cabe duda de que sus raíces también justifican su frontal oposición al racismo científico y al darwinismo social, unas teorías que hoy nos parecen aberrantes, pero que a comienzos del siglo XX convirtieron la eugenesia en una posibilidad aceptable. Esta concepción etnocéntrica y determinista de la raza y, por extensión, de la cultura en todos sus ámbitos, se filtraba en las universidades lo suficiente como para hacer desfallecer a cualquier académico con una sensibilidad distinta. De ahí que la postura de Boas y su círculo de alumnos y seguidores tenga tanta importancia en el giro descomunal que dio la antropología en aquellos años.

En su ensayo sobre la aventura de estos investigadores, Charles King insiste en que la relevancia de todos ellos no solo reside en que defendieron la unidad de la especie humana. Al fin y al cabo, ese ideal es frecuente en el pensamiento religioso e impregna la tradición artística y literaria. Lo decisivo del grupo de Boas, como nos dice el autor de Escuela de rebeldes, es que, a la hora de establecer un nuevo marco conceptual para estudiar cuestiones como la raza, la identidad étnica, el género o la sexualidad, partieron de un caso muy cercano: Estados Unidos, un país que, en aquellos años, proclamaba a los cuatro vientos sus raíces ilustradas, pero que, como podía verse en el trato a las comunidades indígenas o a los afroamericanos, «había perfeccionado un enorme sistema de privación de derechos por motivos raciales».

El objetivo de Franz Boas y sus seguidores fue, precisamente, señalar que esos prejuicios se inspiraban en falsos argumentos científicos. King resulta del todo convincente a la hora de explicarnos cómo Boas fue debilitando la creencia de que nuestro desarrollo comunitario prospera linealmente, desde las sociedades llamadas primitivas hasta las consideradas civilizadas. 

A casi nadie se les escapa que esta aportación dio lugar a otra controversia de larguísimo recorrido. Boas puso en marcha una nueva escuela de pensamiento, la antropología cultural, pero su teoría, el relativismo cultural, contraria a «la creencia de que nuestras costumbres son las únicas morales y de sentido común», es hoy señalada entre los equívocos que subyacen tras la ideología posmoderna. Libros como La derrota del pensamiento (1987), de Alain Finkielkraut, han contribuido de forma muy sólida a plantear esa crítica. 

Aunque conoce de sobra este debate (que además ha ido perdiendo finura y profundidad con el paso de los años), el autor de Escuela de rebeldes resalta algo que no debemos olvidar: el contexto en el que aquellas nuevas hipótesis vieron la luz. ¿Cómo actuaría uno en una comunidad que discriminase o incluso exterminara a una parte de sus integrantes con arreglo a prejuicios supuestamente civilizados? La historia nos proporciona más de un ejemplo para pensarlo. «En retrospectiva, es fácil darse cuenta de que la ciencia racial, la eugenesia, el colonialismo y los excesos del nacionalismo fueron graves equivocaciones», escribe King. «Lo que es difícil, incluso para los cosmopolitas más avezados, es reconocer en uno mismo los errores que Boas y sus alumnos intentaron corregir».

Portada del libro

Se trata, desde luego, de un mensaje que no ha perdido vigencia, tal y como señala el propio Charles King a THE OBJECTIVE. «Empecé a trabajar en este libro en 2015», nos dice. «Era un momento en que mi país, Estados Unidos, estaba experimentando lo que resultó ser un período transformador en términos de raza y género. El movimiento #MeToo y más tarde Black Lives Matter forzaron un ajuste de cuentas masivo con la discriminación y la desigualdad en los Estados Unidos. Pero todo eso también coincidió con una reacción significativa: la presidencia de Trump y luego el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021. Mi esposa y yo vivimos en el distrito de Capitol Hill, en Washington D.C., a solo seis manzanas del edificio del Capitolio, y ese momento reforzó para mí todos los temas principales del libro. Estamos en una lucha constante para demostrar que el mundo es más diverso y más gloriosamente lleno de diferencias de lo que jamás podamos imaginar. El mensaje del círculo de Boas es que esta idea no es, en el fondo, una cuestión de moralidad, sino más bien una cuestión de ciencia. Si alguien quiere demostrar que las personas ven la realidad de manera diferente en diferentes épocas y culturas, todo lo que tiene que hacer es salir por la puerta de su casa. Y si lo hace con la mente y los ojos abiertos, regresará con la opinión de que su propio sentido de la moralidad o su propia comprensión de la realidad tienen sus propias deficiencias y peligros. Por esa razón, el mensaje boasiano también es peligroso, al menos para las personas e instituciones en posiciones de poder. Boas nos enseñó que nada es para siempre, y que nuestras formas de ver el mundo algún día les parecerán muy pintorescas a las generaciones venideras. Pero todas esas ideas están al servicio de una búsqueda de un profundo carácter moral: mostrar que la humanidad es realmente un todo indivisible«.

Sin duda, ese motivo central del libro resulta muy estimulante, y como subraya el autor, se prolonga hasta nuestros días. Pero Escuela de rebeldes adquiere otra dimensión en términos narrativos. Además de estar escrito con una amenidad que no decae, sus protagonistas ‒aparte del propio Boas‒ son verdaderamente novelescos y sus peripecias personales son dignas de una producción de Hollywood. Por ejemplo, Margaret Mead (1901-1978), una antropóloga de obligada referencia para los primeros estudios feministas, autora de un ensayo tan citado como controvertido, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa (1928). Lo mismo cabe decir sobre Ruth Benedict (1887-1948), colega y enamorada de Mead, determinante en el modo en que se trató a Japón después de la Segunda Guerra Mundial gracias a su libro El crisantemo y la espada (1946). En segundo plano, también aparecen en estas páginas Zola Neale Hurston (1891-1960), la escritora y antropóloga que más influyó en el renacimiento de la comunidad negra de Harlem, y Ella Cara Deloria (1889-1971), una investigadora, lingüista y escritora de ascendencia sioux, imprescindible para entender la cultura de los nativos americanos. 

Cuando le pregunto a King por esa dimensión literaria y un tanto mitificada de figuras como Mead y Benedict, el autor reflexiona sobre el modo en que él mismo fue aclarando su perspectiva ‒y de paso, la nuestra‒ sobre todo el círculo de Boas:  «Mientras investigaba para el libro, me quedó claro que la vida personal de estos científicos tenía que ser una parte central de la historia. Todos ellos eran intelectuales con grandes ideas sobre la humanidad, sobre la naturaleza del comportamiento humano y sobre la relación entre la ciencia y la moral. Pero sus ideas surgieron directamente de sus experiencias vitales. Mead y Benedict sintieron, la una por la otra, el gran amor de sus vidas. Pero ese vínculo se dio en un momento en que este tipo de relación entre dos mujeres tenía que mantenerse en secreto. Una relación que sabían que era plena y real fue percibida por la sociedad de la época como ‘desviada’. De hecho, todos los personajes del libro, de Boas en adelante, tuvieron una experiencia similar: que su propia visión del mundo era, de alguna manera, profundamente distinta de las reglas y normas de su época. Y de esa disyunción entre cómo percibían el mundo y cómo su ‘cultura’ les decía que debían percibir el mundo, surgió toda la teoría del relativismo cultural».

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