THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Félix de Azúa: «Cataluña se ha hecho a base de privilegios del centralismo»

Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es escritor, doctor en Filosofía y catedrático de Estética. Es miembro de la Real Academia Española desde junio de 2015. Comenzó a publicar hace más de cincuenta años y es autor de decenas de obras de distintos géneros: poemarios, novelas y ensayos. Su última obra es El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022).

PREGUNTA.- Ya no se te conoce como poeta, pero esa fue tu vocación inicial.

RESPUESTA.- Los chicos jóvenes creen que pueden escribir poesía y hay muchísimos poetas jóvenes. A medida que te vas haciendo mayor, cada vez es más difícil que te lo creas. Y yo dejé de creérmelo hace ya bastantes años: debe de hacer 15 años o así. Eso no quiere decir que de vez en cuando no me salga un versito, pero distingo perfectamente entre escribir versos y hacer poesía. Hacer poesía de verdad es prácticamente imposible. El ‘poeta de versitos’ puede escribir versos, por otra parte, muy bonitos y con gracia, pero es como un álbum de fotografías caseras. El poeta de verdad construye un universo. Cuando te metes en Homero, en Sófocles, en Shakespeare, en Hölderlin, en Rilke, te estás metiendo en un universo entero: un universo lingüístico. Son fundadores de mundos. Me di cuenta muy pronto de que no iba a ser eso, y entonces lo dejé.

P.- Perteneces a esa generación que se llamó de los novísimos, por aquella mítica antología de José María Castellet [Nueve novísimos poetas españoles, 1970]. ¿Te sientes cercano a esa generación?

R.- He sido muy fiel a mis amigos. Todos los que suelen estar adscritos a una generación dicen: «No, yo no soy de esta generación». Todos los del 27 protestaban en ese sentido. Yo lo entiendo porque estamos metidos, los de mi tanda, en los novísimos, pero eso era más bien una operación política que cultural. Castellet era un hombre inteligente, pero sobre todo tuvo la ayuda, en aquel momento imprescindible, de Pedro Gimferrer ‒entonces era Pedro, no Pere‒. Pedro, que conocía a una serie de tipos que hacíamos versos, nos convocó a todos en este libro. Claro, éramos amigos. Yo por aquel entonces vivía en Madrid. Una de las carreras que tengo la hice aquí. El más conocido del grupo es Vicente Molina Foix, pero estaba también Antonio Martínez Sarrión. Y el fundamental del grupo era Leopoldo María Panero. Era el que se acercaba más a ser un poeta. Pero claro, estaba loco. Los locos son muy bonitos de ver en películas y en series de televisión, pero en la vida común y corriente son insoportables. El pobre Leopoldo, que estaba mal de la cabeza ‒no es un insulto, es una descripción‒, era muy pesado. En cambio, era el que estaba más cerca de tener un mundo lingüístico propio, ampliable a una sociedad entera. Dicho de otra manera, si Dante define la Italia del Renacimiento, si Homero y Sófocles a los griegos, Hölderlin a la Alemania de la Ilustración y de la Revolución, etc., Leopoldo es posiblemente el poeta que define con mayor exactitud la España del postfranquismo.

P.- ¿En qué se diferencia aquella generación de la del 50, con autores como Jaime Gil de Biedma o Claudio Rodríguez?

R.- Enormemente. En realidad, nosotros aparecimos porque la poesía oficial era el realismo socialista. Estaba la cultura, como ahora, en manos de la ultraizquierda, que en aquel momento era el Partido Comunista. Eran poetas que a mí no me interesan mucho, y que hacían poemas de esos de «Qué bonito es un obrero montado en un tractor». Cuando apareció la antología, se lanzaron sobre nosotros como caníbales. No solo todos los poetas de la izquierda, sino también los de la derecha. En la derecha había poetas mucho más interesantes: por ejemplo, Luis Rosales. Pero también se lanzaron contra nosotros porque consideraron que éramos unos chisgarabís: una especie de mequetrefes, que no teníamos por qué escribir poemas sobre Marilyn Monroe. Y tenían toda la razón. El caso es que se armó una escandalera. Era muy gracioso ver ataques en ABC, desde donde nos llamaban analfabetos, y también en las revistas de la extrema izquierda, que nos señalaban como unos burguesitos. Ahora ocurre lo mismo, el país no cambia en eso.

En realidad, el único que se salvaba era Manuel Vázquez Montalbán, porque era del Partido Comunista. Con él iban con cuidado, pero a todos los demás nos lapidaron. Nos vino muy bien, porque nos convertimos en eso que en este país gusta tanto: los perseguidos, los malditos.

P.- Comentas que desde la izquierda os llamaban «burguesitos». ¿Cuál es tu opinión sobre la burguesía como clase social en la historia?

R.- La burguesía como clase social nace con la Revolución Francesa. Es un momento de transformación que va a construir un mundo entero. Es decir, la burguesía construye el mundo tal y como va a ser prácticamente hasta la Segunda Guerra Mundial. Pero hay grandes diferencias. La burguesía española de la época de la Revolución son cuatro gatos. Es lo más interesante que ha dado el país. Va desde Moratín hasta Goya y la Constitución de Cádiz. Pero es poca gente. No tienen peso social. Inmediatamente, son arrasados por lo propio de este país, que son las malas bestias nacional-eclesiásticas.

En Cataluña tendría que haber habido una burguesía progresista, como la hubo un poquito en Asturias, un poquito en el País Vasco, pero de forma muy débil. Tampoco pudieron producir grandes transformaciones. Inmediatamente fueron comprados por el poder central. Es decir, la riqueza de Cataluña la han hecho, por una parte, los privilegios que les ha dado siempre el Gobierno central, sobre todo en materia fiscal. Por ejemplo, durante casi un siglo, en España solo podías comprar tejidos catalanes. Los tejidos ingleses eran muchísimo mejores y más baratos, pero estaba prohibida su importación. Cataluña se ha hecho a base de privilegios del centralismo, corrupciones múltiples, y una cierta capacidad para hacer trabajar a los demás. A veces, se dice: «Es que los catalanes son muy trabajadores». Saben hacer trabajar a los demás. Pero ellos trabajar, trabajan lo mínimo. Los privilegios del centro y la masa de inmigrantes, sobre todo de Levante y el Sur, son los que hicieron Cataluña. Eso, claro, la burguesía no se lo ha perdonado.

P.- Ya que hemos entrado en el tema de Cataluña, háblanos de la burguesía catalana y de cómo te influyó su cercanía al pujolismo.

R.- Mi caso es un poco especial porque yo soy de familia burguesa, o acomodada. Los conozco demasiado bien como para tomármelos en serio. Pujol siempre ha sido un personaje totalmente repugnante. Muy parecido a mi abuelo. Cuando yo enfermaba en casa, cuando era pequeñito, mis padres me llevaban a casa de los abuelos para que no contagiara a mi hermana. Entonces mi abuelo, en la cama, me ponía la bandera de Cataluña. Yo he dormido mucho tiempo bajo la bandera de Cataluña. Los conozco muy bien. Tienen virtudes. Hay una parte de la burguesía un poco ilustrada, no mucho. No se pueden comparar con la burguesía ilustrada de Sevilla, Madrid, Oviedo o Gijón. Hay una parte un poquito culta, pero en general, son de una ignorancia oceánica. Estuvieron siempre con los regímenes dictatoriales. Por ejemplo con Primo de Rivera, quien les dio toda suerte de beneficios. Miguel Primo de Rivera se parecía mucho a Pedro Sánchez. Creía que a los catalanes había que echarles de comer. Y les dio muchísimas cosas. Simultáneamente, tuvo líos con las esposas de todos los burgueses a los que les daba dinero. Es una historia la de Primo de Rivera sobre que algún día se tendrá que hacer una serie de televisión. Fue un personaje increíble, mucho más listo que los catalanes, claro. Se los comió, los devoró. Luego, con Franco, la burguesía catalana fue franquista de los pies a la cabeza. Cuando Pujol empieza a hacer su partido, necesita cientos de alcaldes. Todos los alcaldes franquistas fueron alcaldes de Pujol. Todos los cargos medios del franquismo fueron cargos medios de Pujol. Resumiendo, no es una clase social que me sea simpática.

P.- ¿Pierdes la simpatía durante el franquismo o en la fase nacionalista?

R.- No, el nacionalismo es un ornamento. No tuvieron más remedio que echar mano del nacionalismo porque se habían acabado los privilegios. Los primeros gobiernos socialistas y el de Aznar les proporcionaron muchos beneficios. Pero ya no era lo de antes. Ya no era Franco, claro. Entonces imitaron el modelo vasco para sacar dinero del Estado. El nacionalismo ha ido creciendo, se ha ido volviendo cada vez más violento, más agresivo, más exclusivo, más racista, porque se ha convertido en una religión. En este momento, la masa catalana que dice ser nacionalista, en realidad son gente que echa mucho de menos el cristianismo. Necesitan una fe. Necesitan unos líderes carismáticos. Necesitan cargos intermedios, comisarios, o sea, párrocos. Y obedecer. Les gusta obedecer, aunque quemen calles. Aunque quemen Barcelona, lo hacen obedeciendo las órdenes que les dan. Pero el nacionalismo solo se puede curar plantándole cara. Y eso no creo que se vaya a hacer ya nunca. Creo que han ganado, la verdad.

«Yo he vivido años en Londres, en París, en Ginebra, en Roma. Desde luego, si me dan a elegir, me quedo con Madrid. Es una ciudad extraordinaria, una de las mejores de Europa»

P.- ¿Por qué te fuiste de Barcelona hace 11 años?

R.- Bueno, porque me casé con una chica bastante más joven que yo, que tenía la edad de tener niños. Yo no había tenido nunca niños porque la gente como yo normalmente ni se fija en que existen los niños. Y de repente, claro, mi mujer quiere tener un hijo. Íbamos a tener una niña. Y lo dudamos tres segundos. ¿A esta niña le van a lavar el cerebro en el colegio y le van a decir que su abuelo de Oviedo ha estado robando a los catalanes toda la vida? El traslado fue una ruina. Pero estaba claro que a la niña no la iban a educar los comisarios catalanes. Venir a Madrid ha sido, quizá, lo mejor que he hecho en mi vida. Esta ciudad es maravillosa. Esto me hace mucha gracia, porque cuando hablo con mis amigos madrileños, son muy críticos con Madrid. No saben la suerte que tienen. Yo he vivido años en Londres, en París, en Ginebra, en Roma. Desde luego, si me dan a elegir, me quedo con Madrid. Es una ciudad extraordinaria, una de las mejores de Europa.

Félix de Azúa. / Carmen Suárez

P.- Has trabajado sobre dos figuras, Diderot y Baudelaire, que navegan entre dos épocas. ¿Qué figuras actuales consideras que pueden compartir esa cualidad de bisagra temporal?

R.- No es fácil encontrar ese tipo de personaje que, por una parte, ya sabe que ha terminado su tiempo, pero que, por otra, no tiene ni idea de cuál es el tiempo que viene. Diderot y Baudelaire son casos de estudio muy buenos. Ninguno de los dos creía en los dioses muertos, pero ninguno de los dos sabía cuál sería el próximo dios. Hay un libro de Rafael Sánchez Ferlosio que se llama Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado. Es uno de los hombres más inteligentes de este país. A Diderot el Antiguo Régimen le parecía horroroso. No tenía ni idea de lo que iba a venir. Lo que iba a venir era la Revolución Francesa, un mar de sangre, la primera guerra global europea, la aparición de cientos de naciones, el nacionalismo…. Pero todo eso él no lo podía intuir. Diderot vio que se había terminado la edad de oro de la burguesía francesa, que supuso la construcción técnica de Europa. En realidad, Francia e Inglaterra, hicieron Europa. Al genio técnico de esos dos países, a base de ferrocarriles y navegación a vapor, se añade la enorme importancia que dieron a los elementos culturales y a la educación como cohesionadores de la sociedad. Mi generación vivió algo parecido. Hemos vivido el franquismo como un horror, como un infierno, y ha venido de repente, por la gracia de Dios, la democracia europea. No teníamos ni idea de lo que venía, pero nos encontramos en ese punto de ruptura. En esos puntos de ruptura, la energía se multiplica. Mi generación ha trabajado mucho, ha transformado el país realmente. Pero no sabíamos que, al final, lo que venía era el actual desastre.

P.- También hay miembros de tu generación, pensando en el nacionalismo, que han mirado hacia otro lado.

R.- Sí, claro. Siempre ha habido cobardes. No merece la pena hablar de ellos, la verdad. En el círculo de gente en la que confío, no hay nadie así. Con el nacionalismo, no puedes ir con medias tintas. El nacionalismo significa la guerra, la violencia, la exclusión, el racismo y la xenofobia. No puedes decir: «Pobre gente, hay que entenderla». No hay que entender nada. En eso soy tan radical como Fernando Savater, que es otro de mis compañeros de toda la vida. Pero no sé si los radicales tenemos algo que hacer en este mundo blando. Es una sociedad pegajosa, blanda, dominada por sacerdotes de Podemos y de estos medios, que están todo el día haciendo catequesis, diciéndonos cómo tenemos que rezar, de qué manera hemos de ponernos de rodillas, a quién tenemos que creer: «a papá, no, a mamá». Es una sociedad blandengue, de manera que no me siento muy a gusto. Lo que pasa es que tengo la suerte de tener un buen grupo de amigos.

P.- Cuando dices blandengue, ¿te refieres a que las posiciones contundentes están mal vistas, simplemente por el hecho de serlo?

R.- La nuestra es una sociedad muy cobarde. Incluso los que parece que tenían que tomar la calle y asaltar el cielo son una gente que inmediatamente se asusta y se esconde en sus despachos y en sus felpudos. Y, por supuesto, no dimiten, no arman ningún jaleo. «Uy, ¿cómo voy a dimitir, por Dios? ¿Cómo voy a pagar la finca?». Es una sociedad atemorizada, y que seguramente vive demasiado bien. Es muy posible que uno de los problemas principales sea ese. A pesar de que va bajando el nivel de renta y se van proletarizando la burguesía o la clase media, la vida es fácil en este país. El clima es estupendo y la comida es muy buena. No hay la dureza de los países nórdicos, que les obligó a trabajar de verdad y a inventar cosas para intentar hacer la vida más fácil.

P.- Cuando hablabas de la valentía, recordaba el momento fundacional de Ciudadanos. ¿Cómo fue tu relación con el PSC en esos momentos en los que se estaba gestando el proyecto que fue Ciudadanos?

R.- Algún día saldrá la novela de aquellos años. Yo estaba en un grupo de trabajo montado por Maragall… No voy a decir que era su amigo, porque los Maragall no tienen amigos. Pero bueno, nos conocíamos mucho, nos veíamos mucho, y yo trabajaba con un grupo que llevaba Mascarell, que era su mano derecha, y que luego se pasó naturalmente al nacionalismo más radical, por pura codicia, claro. En aquel momento, tanto Francesc de Carreras como yo creíamos que eran socialistas. Pero no eran en absoluto socialistas. Eran nacionalistas. En algunos aspectos, más radicales que Convergencia. Desde luego, los Maragall, los dos hermanos, eran más radicales que Pujol. Pujol era un hombre mucho más inteligente y sabía que había que ir con cuidado. En el PSC, en general, son gente de una hipocresía clerical. Es una orden religiosa. Y se ayudan y se pasan cosas. Se hacen favores, van a sus fiestas. Es un ambiente mafioso, mezquino, de una pobreza infinita. Ha hundido el país. Cataluña ha dejado de existir. Cataluña en este momento es un territorio agrario. Barcelona ya no es una capital. Es una pequeña ciudad de provincias, con una vida francamente mediocre.

P.- ¿Cómo valoras la aportación de los intelectuales a la vida pública?

R.- ¿No era justamente Félix Ovejero quien hablaba el otro día de los intelectuales en El Mundo? Yo coincido con él. Apenas quedan intelectuales. Y nunca han tenido demasiada influencia en este país. Excepto quizá en la época justamente de los afrancesados. Pero no han tenido fuerza. Es un país extraordinariamente religioso, con cinco siglos de dictadura religiosa. La gente no está acostumbrada a pensar por su cuenta. Los intelectuales aquí tienen muy poco peso. Ahora bien, hay una cosa que se llama el ‘intelectual orgánico’. Ese tiene un éxito loco. Le dan los premios de literatura, de cine, de bellas artes, de alta costura… El intelectual orgánico es una de las figuras más interesantes de este país. Vázquez Montalbán, que fue el intelectual orgánico del Partido Comunista y del Partido Socialista durante décadas, era un hombre ingenioso e inteligente. Le tenía simpatía e incluso cariño. Pero me costaría encontrar otro intelectual orgánico que tuviera el talento de Vázquez Montalbán. Generalmente son muy mediocres. Por eso se agarran a las tetas del Estado, porque si no, no sabrían qué hacer.

P.- Sin embargo, personas como tú os habéis dedicado a la enseñanza, a la escritura, y tenéis esa necesidad o esa vocación de intervenir en la esfera pública.

R.- Sí, eso lo hemos hablado mucho Fernando Savater y yo. Con Fernando he estado en situaciones bastante más difíciles. Dando clase en San Sebastián, cuando se oían las bombas y se cometían centenares de asesinatos. Muchas veces lo hemos hablado: «¿Por qué seguimos, con lo felices que seríamos en casa leyendo, yendo de paseo, cuidando a la gata?». A lo mejor es también un resto religioso, y no somos muy distintos de toda la gente a la que he mencionado antes. Y a lo mejor tenemos ese carácter del heterodoxo, del sacrílego, del blasfemo, que implica también una parte de soberbia. En el caso de Fernando no, porque es adorable.

P.- ¿La imbecilidad es lo que más te desespera del mundo?

R.- Sí, debo decir que sí. Más que la maldad. Eso lo decía un economista italiano, Carlo Cipolla. Decía: «Prefiero tratar con un malvado que con un imbécil». Con el malvado puedo llegar a conocer sus reglas, con el imbécil no. Porque el malvado irá a buscar su provecho, pero el imbécil no sabe ni siquiera sacar provecho de las cosas. En este momento, la maldad, excepto en algunos casos muy concretos, está en el poder. Las cúpulas del poder son peligrosísimas. Ahí es donde se incuba la maldad. Pero aparte de las cúpulas del poder, la maldad se ha ido domesticando en este país, que era muy malvado. Solo hay que leer relatos de viajeros en el siglo XIX por España y dan pavor. A cambio de la maldad que poco a poco va desapareciendo, ha ido penetrando de una manera invasiva, como una verdadera plaga, la estupidez. En este momento, digamos que en la sociedad española hay entre un 80% y un 85% de estupidez. Recuerda la célebre anécdota de aquel falangista que estaba discutiendo, no sé si era con Ridruejo, y en un momento de la discusión, se para y le dice: “Mira, deja de hablar porque me estás convenciendo y te voy a dar una hostia”.

P.- Pero el imbécil siempre ha estado ahí. Quizás ahora tiene mayor visibilidad.

R.- Antes el estúpido tenía sospechas de que era estúpido. Ahora no. Ahora inmediatamente monta una red. Y en la red, claro, su nombre lo indica, caen pececillos estúpidos por centenares de miles.

P.- ¿Crees que hay una excesiva representación del estúpido en la clase política?

R.- Como te decía, la cúpula es malvada. Son tipos que sepultan, ocultan, mienten, engañan… Son fraudulentos, horrorosos. A partir de ahí para abajo, de ministro para abajo, yo creo que es más bien gente acobardada. Mucho estúpido, desde luego, pero no solo eso. Hay muchísimos más que están allí porque tienen que ganarse la vida. Si de repente empiezan a perder poder los socialistas, verás la cantidad de gente desesperada que pasa a dar clases en un instituto de Cartagena o a llevar la panadería de la familia. En los despachos de los ministros, cuando entras se te cuadran los ujieres. Y cuando dices: «Jacinto, tráiganme usted un bocadillo de jamón», te lo traen. El poder tiene un atractivo enorme para los que les gusta eso.

«Sánchez es un hombre que no piensa. Es un hombre de acción, un activista. Lo que sabe muy bien es a quién tiene que comprar y a qué precio, y eso lo ha hecho estupendamente»

P.- Antes comentabas que Pedro Sánchez te recuerda a Miguel Primo de Rivera.

R.- Primo de Rivera fue de los primeros dictadores que se dio cuenta de que con dinero podía conseguir todo. Puso el Estado al servicio de sus intereses. Regaló toneladas de dinero a todo aquel que podía comprar, que ha sido exactamente la política de Pedro Sánchez. Pedro Sánchez no tiene ideología. Es un hombre que no piensa. Es un hombre de acción, un activista. Lo que sabe muy bien es a quién tiene que comprar y a qué precio, y eso lo ha hecho estupendamente. Ha comprado a la ultraizquierda, que es una cosa que nadie había pensado que se podía comprar. Ha comprado a los nacionalistas. Ha comprado a Bildu. Es decir, ha comprado a unos tíos que tienen como herencia mil asesinatos. Si yo fuera novelista, que no lo soy, aquí hay una novela a lo Dostoievski.

P.- ¿Por qué dices ‘no soy novelista’ cuando has escrito novelas?

R.- Bueno, porque ya está todo dicho. Para escribir una novela hay que tener una fuerza física tremenda. Tengo una salud muy débil, muy frágil. Ya no tengo fuerzas para escribir una novela.

(Foto: Carmen Suárez)

P.- Recientemente, has publicado El arte del futuro, un libro que recopila artículos y pequeños ensayos sobre música. ¿Qué nos puedes decir de ese libro y de esa pasión?

R.- La política es muy oscura y quizá, a veces, me lleva a hablar con demasiado rigor. Pero la vida es maravillosa. Y para entender el mundo y la vida, teníamos tres herramientas: la religión, la ciencia y el arte. El arte explica el mundo. El arte construye el mundo. El arte es nuestra explicación del mundo. Solo vemos una cascada cuando un pintor o un fotógrafo nos la han descubierto. Son los alemanes del romanticismo quienes descubrieron el paisaje. De todas las artes a las que me he dedicado, la más sutil, la más difícil, la más intensa es la música. La música que antes se llamaba ‘clásica’, y que yo suelo llamar ‘seria’, porque requiere un poco de esfuerzo. En realidad, toda la música, desde ‘La Parrala’ hasta Schönberg, es la construcción del tiempo. Se construye en el tiempo y construye el tiempo. Cuando te metes en un preludio de Chopin o en una sinfonía de Mahler, lo que haces es entrar en un tiempo construido, en una especie de enorme edificio que ha construido un tipo rarísimo. Y te metes ahí y vives en ese mundo, y de repente, entiendes por qué los movimientos de la sinfonía se llaman alegro o adagio. Es una cuestión de tiempo. La música a mí me conquistó desde muy pequeñito. Es quizá lo que me ha dado más satisfacciones. Nunca he tenido tanta emoción como en un concierto en vivo. No sé música; una partitura para mí es como si estuviera escrita en mongol. Pero sí sé de la emoción que produce. Y he querido comunicarla a los amigos, a ver si pican. Al principio, yo tenía miedo de arruinar a mi editor, que es un hombre adorable, Miguel Aguilar. Pero mira, hay bastante gente que está muy interesada en estas cosas. No lo sabía yo. Para mí ha sido una sorpresa.

«Tener una hija me ha cambiado la vida porque he descubierto algo obvio. Cada niño es un mundo absolutamente nuevo, por estrenar. Me fascina verlos. Son lo mejor de la sociedad»

P.- Félix, déjame hacerte una última pregunta. Antes has dicho que nunca habías pensado en niños. Y sin embargo, has sido padre, ¿cómo ves ahora la vida?

R.- Ojalá pudiera escribirlo. Pero no puedo. Es demasiado intenso para ponerlo en letra. Es otra vida. Yo nunca tuve críos. Sí tuve parejas, claro. Pero nunca tuve críos porque me parecían innecesarios. Cuando estaba en París, estaba en el seminario de filosofía de Agustín García Calvo, un tipo extraordinario. Y en ese seminario trabajábamos justamente un principio filosófico muy interesante. ¿Por qué hay que tener hijos? ¿Por qué no paramos? Si no tenemos hijos, se acaba el mundo y a lo mejor eso es una solución. Yo pensaba que, efectivamente, no era necesario traer más críos al mundo, porque había muchísimos. Cuando he tenido una hija, me ha cambiado la vida porque he descubierto algo obvio, pero has de vivirlo para entenderlo: cada uno de esos niños es un mundo absolutamente nuevo, por estrenar. Me fascina verlos. Son lo mejor de la sociedad.

P.- Félix, vamos a cerrar la entrevista con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría que invitáramos a ‘Vida cruzadas’?

R.- Qué difícil… Hay muchísima gente a la que me gustaría oír hablar, claro, pero… están muertos. Eso es un problema. Se nos mueren. Es una cosa pesadísima. Entre los vivos, se me ocurren dos. Te sugeriría a Andreu Jaume, un mallorquín fino, inteligente, culto. Es interesantísimo todo lo que hace. Y el otro es un poeta, Paco Ferrer Lerín. Un tipo estupendo y muy fácil de entrevistar.

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