THE OBJECTIVE
Cultura

Ángeles Caballero: «Ni patriarcado ni matriarcado, España es un ancianato»

La periodista y escritora debuta con ‘Los parques de atracciones también cierran’, una de las sorpresas literarias del año

Ángeles Caballero (Madrid, 1976) llega a la redacción tras sobrevivir a uno de esos atascos infernales de la Gran Vía (cuenta a sus seguidores que dura tanto que hasta da tiempo de enamorarse, discutir, hacer planes de futuro y soñar que quizá se cumplan). Viene a THE OBJECTIVE para conversar sobre su primer libro: Los parques de atracciones también cierran (Arpa), una historia íntima sobre su infancia y la vida con sus padres, en especial el periodo en el que tuvo que dejar de lado su papel de hija para convertirse en la madre de ambos cuando cayeron enfermos, en el que mezcla con habilidad la comedia y la lágrima para construir un relato sincero y esperanzador sobre el amor, la vejez y la necesidad de convertir los cuidados en el centro de las políticas públicas.

P.- ¿Qué es la elegancia?

R.- Supongo que es una manera de afrontar la vida en la que se hace poco ruido y en la que se llama poco la atención. Hay poco histrionismo en la elegancia, pocas malas maneras en saber comportarse.

P.- ¿Y qué es ser un mamarracho?

R.- Eso sí que me siento un poco más capacitada para para definirlo porque mamarracho es ese momento en el que te liberas absolutamente del corsé y sale tu verdadero yo o una parte que en otras ocasiones, precisamente porque quieres ser elegante, no asomas. Soy bastante mamarracha en ese sentido.

P.- Vienes de una ‘familia bien’ de Getafe, que tuvo posibilidades gracias al dinero. ¿Has vivido muy encorsetada?

R.- He vivido muy protegida, lo cual yo lo interpretaba como encorsetamiento porque he sido siempre bastante inconsciente en el sentido de que nunca me he hecho demasiadas preguntas. Solo cuando mis padres me lo decían sabía lo que había pasado antes de mi llegada y el hambre que se había pasado tanto en la familia de mi padre como en la de mí madre. Ellos me tenían muy «que no se nos descarrile», a lo mejor porque veían que siempre he sido un poco payasa, un poco jaranera y pensarían «esta a la mínima se nos va a desgraciar».

«Como dice Lucía Berlín, cuando se mueren tus padres tú eres la siguiente en la rampa de salida»

P.- Para quien no la conozca, ¿quién es La Juli?

R.- Pues La Juli es mi madre, una mujer que si Lorca la hubiera conocido la hubiera incluido en una de las hijas de Bernarda Alba o habría sido la propia Bernarda. Una mujer muy severa, muy desconfiada, que no creía para nada en la reinserción y en las segundas oportunidades. Pero también era una mujer absolutamente entregada. Tenía pocas pasiones o pocos quereres, pero a las personas a las que nos quería se entregaba, se dejaba totalmente las pestañas. Ha sido y es la mujer a la que más he querido, pero también soy consciente y reconozco que si esa mujer no hubiera sido parte de mi familia sería una de las personas a las que querría tener a lo mejor más lejos.

P.- ¿Te pareces a ella?

R.- Soy más mi padre que mi que mi madre, me posee más veces al día el espíritu Caballero que el Martín; pero con la mecha corta y con el pronto soy totalmente mi madre, tengo un ramalazo de rabia y de ira pero a los dos minutos estoy haciendo el idiota, cosa que en mi casa ya se han acostumbrado a digerirlo y me hacen bromas. Cuando me enfado y me da un ataque de ira y amenazo con estas cosas que hacía ella siempre de «¡me voy a ir de casa y a ver cómo os apañáis y sin mí!» siempre me dicen «¡estás a esto de empezar a reírte, a decir cualquiera de tus tonterías!».

P.- ¿Qué es lo que más echas de menos de los dos?

R.- Su mera presencia… su mera presencia y muchas de las cosas que han pasado desde que no están. Mi padre era una persona que estaba súper orgullosa tanto de mi hermana y de mí. De mi hermana es normal porque ella ha hecho una carrera profesional extraordinaria, pero cuando me quedé huérfana de padre estaba haciendo cosas para las que para él eran un máximo orgullo. El recorrido profesional que he tenido el privilegio de tener… me encantaría que mi padre lo supiera porque tendríamos larguísimas conversaciones. De hecho, fíjate: mi padre falleció en el 17 y mi madre en el 20 y hay algunas veces que con cosas que me pasan agarro el teléfono y tengo ganas de llamar a casa, al teléfono fijo de Getafe donde les llamaba todos los días 20 veces.

P.- ¿Te acuerdas el número?

R.- Sí, claro: 916 838 677. No sé quién lo tendrá o si lo tendrá alguien, pero lo tengo en mi cabeza y tengo incluso el de la casa anterior que es nueve y 916 950 217.

Portada de 'Los parques de atracciones también cierran' (Arpa). Foto: Carmen Suárez
Portada de ‘Los parques de atracciones también cierran’ (Arpa). Foto: Carmen Suárez

P.- ¿Nunca has llamado a los teléfonos móviles para escuchar su voz en el contestador?

R.- No, no, no, no. Mi hija se llama como mi madre y cuando la llamo y pongo J-u-l-i me sale el móvil de mi madre. Los dos números de teléfono, el de mi padre y el de mi madre, los sigo teniendo, pero no he hecho ese ejercicio. Aparte mi madre era antitecnológica. Creo que hoy sería una persona negacionista y tendría unas discusiones con ella tremendas. Nunca tuvo tarjeta de crédito, era una amish de este tipo de cosas y por supuesto jamás me mandó un mensaje y si me llamaba empezaba a decirme que «este teléfono lo entiendo, que esto es una guarrería» y que el teléfono tenía que ser el fijo. Con mi padre, por más que intenté y él intentó mandar un mensaje de WhatsApp nunca lo consiguió, con lo cual tampoco recurro a esta nostalgia de mirar un mensaje a ver que me dijo la última vez. Eso me haría un poco de daño y sería más castigarme que otra cosa.

P.- En la infancia uno ve a los padres como personas estupendas, perfectas, divinas, irreales y con todas las virtudes de la Tierra. ¿Pero cómo gestiona una, sin derrumbarse, el proceso de abrir en canal sus fallos, desmitificarlos en un libro y desglosarlos por capítulos?

R.- Mi manera de afrontar la vida me ha hecho que he detectado los fallos todo el tiempo que he estado cuidando. No es que antes los tuviera idealizados, pero lógicamente era otro tipo de relación. Yo creo que por la diferencia de edad más que una relación de padres e hijos era una relación prácticamente de abuelos y nieta. En el momento en el que empecé a cuidarlos ya no solo me convertí en su hija, sino que me convertí en su madre, una especie de disparate muy difícil de entender y que solo he aprendido a digerirlo con el paso del tiempo. He empezado a ver sus fallos, todas las sombras que había no solo en ellos sino en otra parte de mi familia. Desde que no están no los he mitificado, sino que he aprendido a quererlos mucho más, de otra manera y probablemente la mejor.

«Creo que es evidente la infantilización de de la vejez y de los ancianos. El abuelo queda reducido a esa persona que ejerce de canguro con nuestros hijos cuando no podemos o no queremos pagar a alguien»

P.- ¿Cómo se lanza alguien que admite que tiene inseguridades aunque las esconda diciendo que no tiene vergüenzas, que tiene el miedo del portero ante el penalti a hacer abrirse en canal sacando un libro en el que cuenta las peleas con su hermana, el alcoholismo de su madre al final de su vida y todos los complejos de su padre?

R.- Me atrevo y me he atrevido porque ha habido mucho ensayo previo antes de de este libro, porque hubo un pequeño aperitivo primero cuando estaba de columnista en CTXT y me daba cuenta de que las columnas en las que escribía sobre mi día a día recibían una respuesta en la que había un poco de conexión. Cuando empezaba a hablar de cosas de enfermedades, goteros, malas analíticas, urgencias, salas de espera encontré una comunión con el lector brutal. Los cuidados es un pegamento más fuerte que cualquier ideología porque todo el mundo que ha tenido o tiene un padre enfermo o una madre enferma sería capaz de decirte de todo por la manera que tienes de pensar, pero en la manera de cuidar es que todo el mundo ha salido de un hospital y ha tenido ganas de coger un avión y desaparecer, se le han pasado por la cabeza ideas muy parecidas y ahí da igual tu opción política, tu situación económica. Una sala de espera de un hospital es lo más democrático que existe.

P.- Vienes de una casa en la que se votaba a Alianza Popular, se escuchaba a Jiménez Losantos y en la que a Alfonso Guerra no se le podía ver ni en pintura. ¿Una evoluciona o tiende a parecerse a sus padres en lo político? 

R.- Una cambia, y muchas veces no tanto por inercia sino porque con el paso del tiempo vas dándote cuenta de que a pesar todas la rotundidades que te da la juventud, con esa cierta insolencia e intransigencia, vas aprendido a cambiar de opinión. Cuando digo que vengo de una casa conservadora, mi voto también ha sido conservador durante un tiempo y mi manera de pensar era muy conservadora. Ahora soy una mezcla de muchas cosas un poco rara porque soy católica practicante, pero creo en todos los derechos humanos y todos los derechos sociales. Creo en el derecho al aborto, en el derecho a la muerte digna y por supuesto creo en el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo. No me genera ningún tipo de contradicción ni controversia.

P.- ¿Te preocupa decepcionar?

R.- Profundamente. A pesar de una actitud muy extrovertida y de que parezca que me tomo la vida a guasa soy muy de llevar también las procesiones por dentro y tengo una autoestima bastante justita. Ya me estoy quitando de ello, pero todavía sigo escribiendo correos en los que, cuando me piden hacer algo, siempre respondo y digo «espero estar a la alt…» y entonces lo borro y digo «fenomenal, cuenta con ello» y le doy a enviar rápido. Siempre estoy pensando como el pianista de Barrio Sésamo al que nunca le salía la partitura y acababa dándose cabezazos contra el teclado.

P.- Cuando fuiste la madre de tus padres no llevabas una procesión: llevabas toda la Semana Santa de Andalucía. ¿Cómo se hace para no pagarlo nada más llegar a casa?

R.- Pasó lo de gritar de más, contestar mal y pensar que me sobraban un montón de cosas y que yo merecí que viniera en un corcel un actor de Hollywood y me llevara a vivir una vida de lujo y hedonismo sin fin.Todo lo demás me parecía vulgar, un cúmulo de desdichas y de y de mala suerte. La razón por la que no explotó todo fue por la persona con la que comparto mi vida. Él, que es ateo, habría que canonizarlo en vida. Es una persona que sabía perfectamente por lo que estaba pasando porque tardo muy poco en desnudarme y en que se me vean las costuras y sabía que yo llevaba todos los pasos de Semana Santa en mi espalda.

P.- Después de todo esto, ¿quieres envejecer?

R.- Sí, claro, claro.

P.- ¿Uno no le coge miedo a sobrepasar cierta barrera de edad?

R.- No le cojo excesivo miedo. Como dice Lucía Berlín, cuando se mueren tus padres tú eres la siguiente en la rampa de salida, con lo cual eres consciente. No tengo miedo a envejecer y de hecho es que estoy envejeciendo. Quiero decir, me acaban de hacer una analítica y tengo el colesterol alto, es la primera vez que me sale algo. De hecho, cuando cumplí los 47 nos autorregalamos ir a firmar el testamento y luego hecho un testamento vital para dejar claro lo que quiero que pase con mi cuerpo, con mis órganos y todas estas cosas para cuando ocurra, que creo que es una decisión que hay que tomar cuando se está de extraordinario buen humor, no hay que hacerlo cuando uno está ya con una cantidad de goteras de impresión.

Ángeles Caballero durnante la entrevista con THE OBJECTIVE. Foto: Carmen Suárez
Ángeles Caballero durante la entrevista con THE OBJECTIVE. Foto: Carmen Suárez

P.- Parece que toda la sociedad tiene el deseo de esquivar la edad, huir de las arrugas, evitar las goteras, todo lo malo que vienen trayendo los años. Pienso mucho si en España cuidamos a nuestros ancianos y los valoramos como seres humanos o los hemos minimizado a la categoría de «mira que monos los viejitos que se pasan la tarde mirando obras».

R.- Creo que es evidente la infantilización de de la vejez y de los ancianos. El abuelo queda reducido a esa persona que ejerce de canguro con nuestros hijos cuando no podemos o no queremos pagar a alguien para que se quede con ellos. Es verdad que luego hay mucha gente con unas dificultades económicas o que tienen una situación muy precaria que no tienen más remedio que colocar a los hijos con los padres mientras ellos trabajan, pero muchas veces la figura del abuelo y la abuela queda reducida a la persona que nos da de comer los domingos y a las que le llevamos los pasteles. Muchas veces me pregunto hasta qué punto no depositamos a lo que más queremos o supuestamente más queremos en manos de mujeres a las que pagamos muy poco y a las que consideramos que tienen que estar agradecidas por limpiarle el culo a nuestros hijos y a nuestros padres. La mayor parte son un ejército de personas que vienen de otro país, muchas de ellas sin contrato. Me siento una privilegiada, pero he escuchado tantas frases llenas de condescendencia y llenas de crueldad que me parece que el tema de los de los cuidados requiere un ministerio, uno que no se tiene ni se tendrá, pero me parece un tema absolutamente estructural en un país que tiene ahora mismo más mascotas en las casas que menores de 14 años. Ni patriarcado, ni matriarcado: es un ancianato este país.

P.- ¿Cómo se les habla a los niños de la muerte?

R.- Pues a los míos no se les habla, no porque se oculte, sino porque la muerte de sus abuelos, sobre todo la de mi padre, les pilló muy pequeños. Mi hijo con seis años estaba en otra película. Y bueno, te ve llorar y acabas recurriendo a esta cosa de «el abuelo se ha ido al Cielo», entre otras cosas porque estás tan cansado, tan triste que tampoco tienes ganas de sentarle en un diván y ponerte a explicarle lo que ha sucedido. Y en el caso de mi hija, como la última vez que vio a su abuelo fue la noche que ingresó y ya no salió, me dijo «el abuelo se tiene que ir al Cielo porque allí no le va a doler nada», yo dije bueno, es que si ya lo ha dicho ella, ¿yo qué voy a decir? Entonces le apreté fuerte la mano, continúe camino de una de una librería, y dije «buah, me acaba de dar esta enana una lección de madurez y de serenidad». En el caso de mi madre, como fue una tétrica narración de la muerte por teléfono día a día, cuando colgaba el teléfono de la residencia ya iba diciendo y fueron asumiendo lo que pasaba. Ahí fue un streaming.

P.- ¿Se puede seguir creyendo en Dios después de experiencias tan duras?

R.- ¡Claro! Te iba a decir que se puede y se debe.

P.- ¿Y cómo no se lanza a Dios al trastero preguntándose uno «por qué a mi»?

R.- Es un poco complejo. En mi casa soy la única creyente y no me hacían esta cosa de «y tú qué crees en Dios qué te crees, ¿que esto te ha tocado?». Muchas veces dices «bueno, ya está bien, ¿no? A ver si paramos un poquito, que hay otras personas». Mi amiga Paloma Rando dice que todos somos el pijo de alguien. Me parece fundamental: no solo se mantiene mi fe, sino que es que muchas de las cosas que he podido hacer, el mero hecho de escribir este libro viene por ser una absoluta privilegiada, por poder reducir mi carga de trabajo para poder escribir, poder darme de alta como autónoma para cuidar a mis padres. ¿Cuántos hombres y mujeres no pueden hacerlo por sus responsabilidades profesionales? Te hablo de directivos o te hablo de una persona que trabaja de reponedor en un supermercado, un camarero. Yo he podido hacerlo y me parece que hay otras muchas necesidades que tiene que cubrir Dios antes que hacerme caso a mí y mis problemas de primer mundo.

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