THE OBJECTIVE
El archivo del buitre

El fofismo extremeño, la última bala de Guillermo Fernández Vara

Al PP le acompleja mucho más el ‘qué dirán’ los rivales por pactar con partidos situados a su derecha que al PSOE pactar con partidos situados a su izquierda

«Vótame, pero que no se nos vea muy juntos, porque me das asco por facha y, eso sí, si al final no me votaras te acusaré de rojo»

Es costumbre que en una noche electoral de municipales y autonómicas haya unos cuantos cadáveres políticos. Aquellos que, ante el batacazo, optan por irse a su casa bajo el banderín de ‘asumo la responsabilidad’. El Duque de Suárez (CDS) lo hizo tras las municipales-autonómicas de 1991, el ‘califa’ Julio Anguita (Izquierda Unida), tras las municipales-autonómicas de 1999 y Rosa Díez (UPyD) tras las municipales-autonómicas de 2015. Quizá por ello Yllanes, de Podemos-Baleares, esperaba la dimisión de la cúpula de Podemos que, en teoría, encabeza Ione Belarra (ya saben que ella es la que manda, no osen dudarlo, y que Pablo Iglesias es un simple soldado a las órdenes de Belarra), pero estos tienen su propia hoja de ruta que no incluía asumir más responsabilidad la noche electoral que la de culpar una vez más a los malvados medios de comunicación, en línea de lo que le interesa al ‘simple soldado’ para promocionar su tele frente a las demás.

Y luego están las situaciones más paranormales, que en este caso se sitúan en Extremadura. Después de que la noche electoral todos escucháramos a la candidata del Partido Popular, Guardiola, proclamarse ganadora y a Fernández Vara no sólo admitir su derrota, sino anunciar su retirada política, han bastado 24 horas para que este último retirara su dimisión y anunciara que sí se iba a presentar de Extremadura en la Asamblea de allí gracias a la fofería desplegada por sus rivales.

En los tiempos en que los parlamentos autonómicos estaban limitados a tres partidos, PP, PSOE e Izquierda Unida, en los que el PP era consciente que si perdía la mayoría absoluta, los partidos de la izquierda gobernarían juntos, la misma noche electoral se entendía que si el PP no tenía la mayoría absoluta había perdido los comicios y que el candidato más votado de los partidos de la izquierda sería el que gobernaría. Seguramente por eso se asumió que Guardiola era la ganadora en Extremadura, ante una situación equivalente, pero a la inversa.

Este tipo de escenarios se da desde las primeras municipales, cuando José Luis Álvarez, de UCD, ganó la alcaldía de Madrid, pero sin mayoría absoluta, mientras que PSOE y PCE sí sumaban esa mayoría absoluta. Por eso al día siguiente de las elecciones la foto de portada era para Enrique Tierno Galván. Y aunque a derechistas les pudiera preocupar que ‘peligrosos comunistas’ entraran en el mando del ayuntamiento, Tierno y su equipo no iban a condicionar su acceso al gobierno por las opiniones que pudieran tener sus detractores. Por ahí andaba Álvarez del Manzano que criticó aquel pacto asegurando que durante la campaña el PSOE había negado que fuera a pactar con el PCE como luego sí que hizo. 

En 1991 Alberto Ruiz Gallardón fue el candidato más votado en Madrid por el PP, pero no pudo gobernar. No tuvo mayoría absoluta, y eso causó que la misma noche electoral se asumiera que gobernaría Joaquín Leguina, candidato del PSOE, en coalición con la Izquierda Unida, de Vilallonga, Ángel Pérez  o Moral Santín. En ese debate de investidura Ruiz Gallardón, condenado a cuatro años más de oposición, lanzó un discurso de lamento de que la gobernabilidad de Madrid quedara en manos de los comunistas en un momento en que acababa de caer el Muro de Berlín. Y visionando aquellas imágenes, no parece que ese tipo de etiquetaciones ni consignas les importaran demasiado ni al Leguina de entonces ni a los de Izquierda Unida. Se entendían que era lógico que dos formaciones de izquierda se entendieran entre sí para evitar que en Madrid se aplicara un gobierno de derechas y no tenían intención de comprar el discurso de la oposición de que pactar con IU era pactar con ‘peligrosos comunistas’. No dejaba de ser el discurso tremendista lógico de quien ha perdido la mayoría en las elecciones. 

Diferente es la situación, por tanto, en Extremadura en 2023, donde, al parecer, tanto a María Guardiola, la líder del PP extremeño, como a la dirección nacional de su partido han comprado el discurso de sus rivales de que es un peligro pactar con el partido político como Vox, hasta el punto de decir que prefieren intentar pactar con el PSOE, el partido más votado, para acceder al Gobierno extremeño con la abstención pactada con los socialista en lugar de con el infecto apoyo de los votos del partido que preside Santiago Abascal. ¿Eso quiere decir que para el PP el programa político del PSOE en Extremadura es más asimilable al de ellos que el programa político de Vox? 

Si es así, ¿por qué Guardiola celebró su «victoria» la noche electoral? Los analistas entendieron que era porque se consideraba que PP y Vox eran dos partidos que coincidían en su crítica al Gobierno Vara y que tenían, por tanto, un ideario común o al menos más común entre ellos que con los socialistas. Si ahora resulta que el PP considera que su programa tiene más cosas en común con el PSOE extremeño que con los de extremeños de Vox, ¿qué sentido tiene que pida la presidencia Guardiola? Lo lógico en un pacto de Gobierno entre dos partidos en una autonomía es que el más votado ocupe la presidencia y el segundo la vicepresidencia, y eso, en este caso, por coherencia, supondría que Guardiola diera la presidencia a Vara y ella pasara a ser vicepresidenta.

Dado que Moreno Bonilla accedió a la presidente de Andalucía la primera vez con los votos de Vox e Isabel Díaz Ayuso accedió a la presidencia de Madrid la primera vez con los votos de Vox, llama la atención que a estas alturas los populares no hayan fijado qué consideran que es ese partido para ellos. Si lo consideran aliado, no debería acomplejarles gobernar con ellos como el PSOE no le acomplejó gobernar con Izquierda Unida cuando sumaban sin importarles lo que diga de ellos los rivales. Si, por el contrario, prefieren comprar el discurso del PSOE de que Vox es poco menos que un partido neonazi, entonces lo que no tiene sentido es que mantengan un Gobierno de coalición en Castilla y León. El único paso coherente en esta segunda estrategia es echar a patadas a García Gallardo como vicepresidente de Castilla y León a patadas por facha. Cualquier de las dos opciones es una estrategia legítima, pero intentar aplicar las dos a la vez («vótame, pero que no se nos vea muy juntos, porque me das asco por facha y como no me votes te acusaré de rojo») es ese fofismo de tomar a los electores por idiotas, otra vez.

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